Mi casa de Miramar

Chimbote en Línea (Por: Augusto Rubio) Mi casa de Miramar se convirtió en una especie de burdel hace ya varios años. Quizá el término exacto no sea precisamente ese (puede que se haya constituido en algo bastante peor), pero resulta que de 'puteril-maravilloso' tiene hoy mucho de qué alardear, hasta del nombre peculiar y sintomático que se le ha colocado como razón social, por ejemplo.

Mi casa (mi excasa, debí decir) dejó de ser de propiedad de la familia a mediados de los años ochenta, pero cada vez que paso por la primera cuadra de la avenida Meiggs, desde el interior de un colectivo o taxi una extraña fuerza me obliga a voltear la cabeza hacia la esquina con el Pasaje La Merced (escenario de mis primeros pasos, vivencias y emociones), como si al hacerlo estuviese procurando reconocerme de pie -y cuando niño- frente al campo de Alianza, el antiguo club situado al otro lado de la pista.

Cuando mi casa ya se había tornado en lupanar, con el desaparecido poeta y editor Jaime Guzmán y las chicas de Río Santa Editores, fuimos una noche 'a conocer el sitio' y a saborear una sórdida parrillada. Ni bien ingresamos, en el primer piso del recinto una intensa luz roja y después violácea le otorgó a nuestros rostros una nueva identidad.

La salsa estridente que vomitaban los parlantes instalados en el lugar dónde hacía décadas atrás fue la cocina de nuestra casa, me devolvió a una época extraviada en el laberinto de la memoria; en el lugar donde alguna vez fue mi dormitorio se hallaba instalada una barra de mal gusto donde cierto bartender se encargaba de las pócimas; en el lugar donde solía escuchar discos de 45 rpm, una espigada mujer se insinuaba a los incautos recién llegados y los invitaba a subir al segundo nivel del edificio.

Volver a Miramar siempre ha sido uno de mis pequeños sueños. Volver, pero no necesariamente a domiciliar en el lugar, sino sobre todo a reunirme a interactuar con sus antiguos pobladores, con esa generación perdida de amigos de la infancia, con los sobrevivientes de un espacio urbano detenido en el tiempo, atrasado en extremo, postergado, olvidado por las autoridades y por sus lamentables dirigencias vecinales, por sus habitantes anónimos a quienes el conformismo y la desidia les dominó siempre la existencia.

Mi casa de Miramar se ha convertido en novísimo y concurrido 'centro espiritual y cultural' de esa parte de la ciudad, pero yo la extraño. A ver si estos días me hago acompañar y regreso para fotear sus ambientes y tomarme un chilcano de pisco, para insertarme de nuevo en mis nostalgias (que no son pocas estos días), que me atormentan la existencia.

 

Comentarios

Gracias por la bienvenida. Ser llenador de minivan en la ruta a Tortugas y fotógrafo en velorios inombrables, no siempre le otorga a uno el tiempo necesario para escribir, pero hacemos el intento. Reciban ustedes mi abrazo.

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