Chimbote en Línea (Libre Opinión).- Violar a una mujer en la República Democrática del Congo (RDC) puede salir muy barato. A esa conclusión llegué en junio pasado cuando visité Djabira, un remoto lugar del país donde la mayoría de la población vive desplazada por miedo a las incursiones de bandas armadas. Sentados en unos troncos en una sencilla iglesia, miembros del comité local de paz de la Iglesia anglicana me relataron uno de los últimos casos en los que habían intentado intervenir.
Hacía apenas un mes, Ernestine, una muchacha de 16 años, había sido violada por dos hombres cuando cerraba el kiosco con el que ella y su madre se ganaban la vida. Cuando sus padres fueron al día siguiente a denunciar el caso, la policía les aconsejó que, puesto que los hombres eran del mismo clan de la víctima, lo mejor era arreglarse “de forma amigable”.
Tras varias reuniones, los ancianos decidieron que cada uno de los violadores pagara una multa de 50.000 francos (40 euros) y quince botellas de cerveza. Aquel extraño juicio acabó con una fiesta con abundancia de bebida y hasta baile. Ernestine se sintió tan humillada que salió corriendo y desapareció del pueblo. Un mes después, nadie sabía nada de su paradero.
Objetivo del Milenio no conseguido
El Congo no es el único país donde las mujeres sufren estas vejaciones, y esto sucede en un momento en que la comunidad internacional transita los últimos 500 días para cumplir los ocho Objetivos del Milenio (ODM), fijados en el año 2000 por los 189 países miembros de la ONU, y que tienen fecha de llegada en 2015. Entre ellos se incluyen varias metas sobre la igualdad de género, además del objetivo número tres, “promover la igualdad entre los géneros y la autonomía de la mujer”. ¿Será quizás el objetivo de desarrollo que se quedará en el furgón de cola?.
Según ONU Mujeres en su informe 2012-2013, el fallo está en que “los ODM hicieron muy poco para acabar con las causas de la discriminación y la violencia contra las mujeres y las niñas”, un origen que está en mentalidades muy arraigadas.
En una visita en enero pasado al norte de Uganda escuché largamente a Lillian Maryektho, una religiosa de este país que lleva dos décadas trabajando por el desarrollo de mujeres en el medio rural. Me insistió mucho que en la ONG que dirige, Paruda, cuando organiza talleres de sensibilización sobre la igualdad de género, trae siempre a las mujeres y a sus maridos. “De nada sirve empezar un proyecto que dé autosuficiencia económica a una mujer si su esposo no está convencido de que eso es bueno para la familia”, me dijo.
Proyectos como los de Paruda abundan mucho más de lo que uno se imagina y son la otra cara de la moneda en la lucha por la igualdad, la que nos habla de logros y avances. Entre los muchos buenos ejemplos, están los que salen adelante gracias a Cáritas Española o Manos Unidas.
Hace unas semanas, la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados otorgaba el Premio Nansen a Angélique Namaika, una religiosa congoleña que trabaja en la recuperación de las muchachas víctimas de los ataques de la guerrilla en el noreste del Congo.
En este reportaje solo podemos hablar de ella y un puñado más que luchan por los derechos de la mujer, pero en la Iglesia hay miles de luchadoras como Angélique, Ruth o Julie. (Por: José Carlos Rodríguez Soto- www.vidanueva.es)
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