Sobre la crisis del periodismo en los diarios impresos

(Por Darío Dávila- Periodismo Indeleble) El periódico que renunció a mejorar el mundo. Había una vez un diario así. En la redacción los editores llegaban por la tarde a recopilar masivamente información que los reporteros producían por kilo. Se pedían kilos de notitas de color. Gramos de conferencias de prensa reporteadas en la mañana. Seguimientos a la nota principal. Redacción de boletines de fuentes de judiciales o de salud y entrevistas por teléfono.
Era un equipo donde el reportero había normalizado colocarse en el mismo sitio donde se ve a la mayoría de los reporteros: Las mismas conferencias programadas, la misma grabadora en la boca del poderoso, las mismas galletas y el café de las salas de prensa,  los mismos datos compartidos en la libreta, la misma nota publicada en los mismos diarios de la misma ciudad y los mismos reporteros leyéndose entre sí.

Los coeditores también eran amantes de titular leyendo solo el primer párrafo de las historias. Los reporteros acostumbraban a dejar para las últimas líneas lo más importante de su historia. Y casi siempre,  mostraban sus fobias o filias en sus historias. Por ejemplo usaban frases como “fatal choque, desconsiderada madre y violencia imparable”.

A veces, frente a familiares de personas muertas en accidentes o balaceras y sin importarles el dolor ajeno, preguntaban: “¿Cómo se siente?”, “Supongo que extraña mucho a su hijo” “Yo entiendo su dolor pero su historia es muy importante para mi periódico”, “Mi más sentido pésame”,”Su testimonio puede ayudar a que esto no vuelva pasar”.

Pero en realidad lo que les importaba era traer la nota que el jefe les había pedido. No se interesaban en la persona y cómo aportar una solución a través de su historia para que eso no se repitiera. Eran reporteros acostumbrados a conjugar más el verbo declarar que el verbo descubrir.

LAS FUENTES COMO FEUDOS

En este diario los periodistas más experimentados habían hecho de sus fuentes feudos de poder donde sólo ellos mandaban. Si otro reportero quería sumar a la cobertura, estos virreyes debían aprobarlo. Era un derecho de piso periodístico.

También existían aquellos que decidían no reportear un tema porque simplemente no les interesaba o porque  eran temas poco dignos de alguien con tanta experiencia. A veces porque había que tomar más de tres camiones para llegar hasta ese barrio. Otras porque ese tema ya se había publicado y no tenía caso repetirlo.

Muy seguido se tenía la creencia de que la creatividad era solo responsabilidad de la redacción. Cuando se convocaba a coberturas para contar mejores historias, áreas como publicidad, circulación y ventas eran las grandes ausentes. Se pensaba que las noticias sólo las daban los periodistas. Y que la ética, era sólo responsabilidad de los reporteros. No de todas las áreas de la empresa para vivir una ética en común.

Había días en los que pocos se indignaban de errores en la edición en cualquiera de sus productos. A nadie le dolían los errores y estos seguían repitiéndose. Era una redacción que había renunciado a mejorar el mundo para ceder el paso al negocio a costa de la desinformación, el dolor ajeno y la imprecisión. Alguna vez existió un diario así .