Es en el partir y compartir el pan donde se descubre al discípulo y hermano

Chimbote en Línea (Por: Fray Héctor Herrera - Reflexión domingo 3 de agosto 2014)  El Papa Francisco nos decía: “Si en tantas partes del mundo hay niños que no tienen qué comer, eso no es noticia, parece normal. ¡No puede ser así! (5 de junio de 2013, Medio ambiente). Esta cultura del descarte nos ha hecho insensibles también al derroche y al desperdicio de alimentos, cosa aún más deplorable cuando en cualquier lugar del mundo, lamentablemente, muchas personas y familias sufren hambre y malnutrición. (5 de junio de 2013, Medio ambiente).

La lucha contra la pobreza es un reto y un desafío para todo cristiano y todo ser humano que es sensible a su hermano. Sólo la compasión nos hace descubrir el amor y la solidaridad que es posible crear un mundo nuevo. Esto nos anuncia Jesús en el evangelio de Mt. 14,13-21.

La multitud descubre en Jesús el rostro de un Dios compasivo que escucha y siente el dolor. Sana a los enfermos y sabe que tienen hambre de Dios y de pan (v.14). Jesús nos muestra a su Padre Dios atento a las necesidades fundamentales del ser humano, que nos da comida y bebida, símbolos de la salvación esperada.

Es el día de Yahvé: “vengan a beber agua, compren trigo, coman gratuitamente vino y leche (Is. 55,1) Escúchenme y vivirán (v.3). Israel, como nuestros pueblos hoy espera días de prosperidad. Y Jesús nos muestra no un milagro de quienes pretenden soluciones paternalistas o mesianismos fáciles, sino que nos cuestiona, como cuestionó a sus discípulos: “Denles ustedes de comer” (v.16).

Es en el partir y compartir el pan donde se descubre al discípulo y hermano. Saber dar de lo poco que se tiene con una generosidad que se convierte en tarea solidaria. Porque la plenitud de la salvación está en el hambre y la sed de justicia que nos lleva a la comunión con Dios. No se trata de satisfacer una necesidad material, sino tiene un sentido más profundo: el hombre no sólo vive de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (Dt. 8,3; Mt 4,4).

¡Cuánto tenemos que aprender los cristianos y el mundo de hoy, si se realizaran políticas justas y solidarias de una mejor redistribución de los recursos naturales y de la economía que tenga en cuenta a la gran mayoría de pobres!

El gesto de Jesús es de un gran realismo, porque su Palabra cuestiona y realiza la presencia del reino de Dios, cuando responde a la necesidad del hambriento en la mesa de la lucha contra la pobreza, cuando el pobre se siente en la misma mesa de comunión y de participación será reconocido como ser humano.

La Palabra de Dios se convierte en vital, si la escuchamos con atención y abrimos nuestro corazón al gemido y al dolor del pobre que clama no por una dádiva de un día, que lo adormezca y lo mantenga en la misma situación de excluido, sino por un reconocimiento de su dignidad como persona, por su participación en mejorar su calidad de vida con estudio, trabajo, bienestar y con un espíritu nuevo porque sentimos el amor de Cristo y “nada podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús”(Rom 8,39).

El gesto de Jesús de compartir el pan entre las multitudes nos descubre la cercanía,  ser hermano el uno del otro. Esto se ha interpretado como la anticipación del pan eucarístico, que nos congrega como hermanos en una misma mesa y que nos lleva a compartir el pan de la justicia con los pobres, hacerlos compañeros de camino y contribuir a construir sociedades más humanas  que acompañan al crecimiento y desarrollo de todos.

DOMINGO 18 T.O. CICLO A. D. 03.08.2014 MT. 14,13-21

 

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