III Domingo de Pascua: testigos de la vida

(Por Fray Héctor Herrera Herrera).- Los discípulos de Emaús habían caminado con Jesús y a estos varones incrédulos, con su propia lógica de desánimo, como nosotros, se les abrió el entendimiento cuando Jesús partió el pan (Lc. 24,35).  Esta es la experiencia de un camino de fe, que nos transmiten ellos, y que nos llama a ser testigos de la vida. De esto nos habla el evangelio de Lc. 24,35-48.

Verdaderamente Jesús ha vencido a la muerte. Su misión no termina en la cruz, sino que entra en contacto con sus discípulos. Se presenta en medio de nuestras comunidades para darnos la paz (v.36). No se asusten, ¿por qué dudan? (v.38). No tengan miedo, seguidores míos, de los que quitan la vida; crean en mí, que he vencido a la muerte.

“Miren mis manos y mis pies. Tóquenme y vean” (v. 39). Soy el resucitado que tiene carne y huesos. Son esas manos que sana a los enfermos, que da la vista a los ciegos. Soy el que comparte con ustedes, la comida que es un signo de vida y de comunión de hermanos.
La comunidad de Lucas, como las nuestras, va comprendiendo que en Cristo resucitado, se han cumplido todas las esperanzas de Abraham, de Moisés, de los profetas. El crucificado es el Mesías, el que reconcilia y libera del pecado del egoísmo, del asesinato y de la violencia. El inocente ha sido constituido en el Señor de la Vida y de esto es testigo Pedro y los once (Hch 3,13-15.17-19).

Es en el encuentro personal con Jesús resucitado, cuando comprendemos el cumplimiento de la Sagrada Escritura. Y es en su muerte y resurrección que tenemos que ser mensajeros, predicadores de la vida. Ser testigos de la vida es nuestra misión frente a una cultura de muerte, signada por la violencia, el odio, el crimen. Ser testigos de la vida es dejarnos llenar del Espíritu Santo para proclamar que el reino de la vida es posible, si cumplimos esta misión que Jesús nos encomienda: sembrar la fe en el resucitado, crear una cultura de vida y de paz, reconciliarnos para ser capaces de amarnos, valorarnos y ser sensibles al respeto por esas vidas, por quienes Jesús donó su vida.

Cuando vivimos en serio la Palabra de Dios, nuestro corazón se enciende del amor de Cristo y comunicamos nuestra experiencia a los demás: Él está vivo y nuestra vida es su vivir. “Quien dice que lo conoce y no cumple sus mandamientos, miente y no es sincero. Pero quien cumple su palabra, ése ama perfectamente a Dios” (1 Jn 2,4-5)

Conversión y perdón son los signos de los discípulos testigos de la vida. Amemos la vida, protejámosla y defendámosla, sintiendo y haciendo que la experiencia del resucitado nos anime a compartir el pan de la alegría y la esperanza de vivir.