Educación: Perú desaprobó un examen crucial, la inclusión social

Chimbote en Línea (Editorial).- Es doloroso conocer que la Educación en el Perú, por enésima vez, vuelve a ubicarse en el último lugar a nivel de Latinoamérica; pero más angustiante es  ser testigos mudos de una realidad que el gobierno central y las autoridades educativas no quieren aceptar: mejorar la calidad de la enseñanza va de la mano con mejoras en las  condiciones de vida de las poblaciones de extrema pobreza en nuestro país.

Este es un binomio que aunque pretendamos quebrar no va a ser posible. Vale decir: en la medida que se reduzcan los alarmantes niveles de desnutrición crónica  infantil (32,8% al 2012) y se mejoren la condiciones de vida de los pobladores de las zonas altoandinas y nativas amazónicas del país, estas cifras cambiarán, de otra manera será imposible.

El 75% de pobladores nativos amazónicos y andinos en el Perú, que superan los 4 millones de habitantes censados, son considerados por la ONU como pobres extremos;  perciben en promedio de 1.50 dólares diarios, cifra paupérrima que no les permite una adecuada alimentación y los relega a la sobrevivencia.

A este círculo de pobreza se suma el hecho que la gran mayoría de estos peruanos son explotados laboralmente al grado de ser considerados víctimas de una especie de esclavitud moderna; esa esclavitud disfrazada de trabajo doméstico, faenas agrícolas y trabajos de extracción maderera y minera de forma clandestina, expuestos a todo tipo de enfermedades que al corto plazo les costará la vida.

Esta problemática social es la “piedra en el zapato” del actual y los anteriores gobiernos y es una realidad innegable que en ningún periodo gubernamental se ha podido superar. De tal manera que teniendo en cuenta estas cifras, podemos ir conociendo algunas de las causas principales que nos llevan a ese último lugar en Educación.

Para estos peruanos, la prioridad es lograr la “sobrevivencia”, el poder llevar el sustento diario; esa es la preocupación del día a día en los hogares de pobreza extrema y se justifica el hecho de que estos niños no puedan tener el mismo rendimiento escolar de aquel de la ciudad,  que sí asiste al colegio adecuadamente alimentado.

En estas familias, cuando el niño tiene edad para trabajar en el campo o “subempleado” en otros quehaceres, pues se va a trabajar y punto, no hay discusión, pues como lo mencioné líneas arriba, el fin primordial es la aportación de todos los miembros de la familia para poder sobrellevar la alimentación diaria, que ya es un reto para ellos.

A este cuadro de exclusión social en el que viven más de 4 millones de peruanos pobres extremos, debemos adicionar otro, el que los profesores no sean bien pagados y por ello el nivel y la capacidad del profesional de la Educación sea incipiente.

Para un maestro que va a trabajar a la zona altoandina en Ancash, Apurimac, Andahuaylas, Huancavelica, Pasco, Puno y Cusco,  o hasta los poblados donde se encuentran afincadas las etnias amazónicas peruanas, un sueldo de 1,200 soles al mes es una  burla y de verdad que resulta risible que se le exija a este profesor(a) capacitarse, preocuparse por ser un mejor profesional, cuando a duras penas les alcanza para vivir.

Estas podrían ser dos aristas de la problemática, tener una educación que no puede repuntar y que en la última década viene constituyéndose en  un mal endémico para nuestro país no radica en el hecho de tener más y mejores profesores, de regalar miles de libros en los colegios públicos de Lima y de algunas ciudades grandes como Arequipa, Trujillo o Chiclayo; o de entregar desayunos en los colegios con suerte privilegiados por el programa “Qali Warma”, la respuesta no está ahí.

Es un tema de inclusión social y también de exclusión, dos caras de la moneda de un solo problema, que el gobierno no logra afrontar con decisión.

Concierne también a la igualdad de oportunidades para todos los peruanos, mientras en Lima y algunas ciudades de la costa peruana se enfoca toda la atención de las autoridades en los problemas sociales y políticos, otros poblados como los limítrofes con Ecuador, Colombia y Brasil,  no tienen la misma suerte.

Por: Mónica Gismondi Chauca
Comunicadora Social

 

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