Santa Rosa de Lima, la Catalina de América

Chimbotenlinea.com(Fuente ZENIT.org).- Con motivo de la celebración hoy 23 de agosto de la fiesta litúrgica de Santa Rosa de Lima, ofrecemos un artículo de José Antonio Benito, historiador, de la Universidad Católica Sedes Sapientiae de Lima, en el que destaca la relación espiritual entre la santa peruana y santa Catalina de Siena.

(Foto Internet)

 A medida que avanza el mes de agosto, se incrementan las visitas de los devotos de santa Rosa al santuario dedicado a ella, como patrona de América en la avenida Tacna de Lima. En la presente nota quiero compartirles el vínculo de Rosa con santa Catalina de Siena, la primera doctora de la Iglesia.

Fue el papa Pío XII, quien en su radiomensaje del 27 de octubre de 1940 para el Congreso Eucarístico en Arequipa exclamó: “¿No despuntó y se abrió en el jardín de Lima, cual flor primera de santidad de toda la América, cándida como azucena y purpúrea como rosa, la admirable Rosa de Santa María, que en el retiro y entre las espinas de la penitencia, emuló el ardor de una Catalina de Siena?”.

En el proceso de beatificación, su hermano Hernando declaró: “Era devotísima de cantar “Deus in adjutorium meum intende; Domini, ad adjuvandum me festina” (¡Ven, oh Dios, en mi ayuda. Señor, date prisa en socorrerme!)  y le preguntó a este testigo le dijese que quería decir. Y le preguntó este testigo que por qué lo pedía y pretendía más saber aquel verso que otro, lo satisfizo con decirle que su madre santa Catalina de Siena lo repetía muy a menudo y pues es mi madre y la quiero imitar. Y así cantaba muy de ordinario, muchísimas veces al día, este dicho verso en voz alta, estando en su labor, con que ponía devoción a todos los que la oían”.

Dos vidas, una sola pasión por la Cruz

Podemos ver un gran paralelismo entre las dos: En primer lugar hay que señalar que las dos nacieron en el mes de abril, de familia numerosa (Catalina, 25 hermanos; Rosa 13) y muy feliz. En segundo lugar vivieron gozosamente la cruz, convirtiendo el amor a la cruz en el nervio de la pedagogía de Catalina. Tercero: pasión total por Cristo sin entrar en un convento. Cuarto: las dos son apóstoles y madres de apóstoles que lanzan a la acción. La santa de Siena se siente madre de hijos que ha engendrado en la fe y en el amor. Ellos reconocen esa maternidad y la llaman la dolce mamma, la dulce mamá. De igual manera Rosa ejercerá pronto un liderazgo espiritual sobre las jóvenes limeñas que pronto ingresarán en conventos con el fin de seguir de cerca a Jesús, tras los pasos de Rosa.

Quinto, fidelidad a la Iglesia. Las dos serán contemplativas pero muy activas. Catalina se moverá entre papas y obispos, príncipes y gobernantes, y favorece a pobres y enfermos. Habla en el Consistorio a los cardenales, escribe centenares de cartas a personas influyentes. Suspira por la reforma de la Iglesia. Con igual ímpetu, Rosa vive su entrega a la Iglesia, dispuesta a morir en su defensa ante el ataque del pirata en 1615, dado que Jorge Spilbergen penetró en el Pacífico con cuatro bajeles armados, presentándose a la vista del Callao, víspera del 22 de julio. Cundió el pánico en la ciudad. Parece que el pirata se contentó con disparar dos de sus piezas contra el recinto del puerto, levó anclas e izando las velas se alejó rumbo al norte.

Por último, cabe señalar el apostolado epistolar misionero. Catalina, en sus casi cuatrocientas Cartas, en el Diálogo de la Divina Providencia, o en las Oraciones, brilla siempre un carisma misterioso de sabiduría y ciencia. De lo poco que conservamos de los escritos de Rosa, cabe destacar que en el Monasterio de Santa Rosa se guarda como reliquia una deliciosa carta, en que responde a la ayuda generosa concedida por doña María de Uzátegui, esposa del contador de Cruzada, don Gonzalo de la Maza.

Lo que declaran los testigos del proceso de canonización da respuesta a la pregunta número nueve del cuestionario del Proceso de Beatificación[1] “y tenía asimismo a la gloriosa virgen Santa Catalina de Siena por madre y maestra, y en todo en cuanto se ofrecía, la servía como a tal, deseando fervorosísimamente fundar un convento en esta ciudad de santa Catalina de Siena, su madre, y de ella recibió grandes favores y mercedes.”

De los 30 testimonios que hablan específicamente de esta relación, podemos concluir:

1.- Que leyó con avidez la vida de santa Catalina, se propuso imitarla en todo y la llamaba “Madre”.

2.- Con motivo de su fiesta, adornaba su imagen y los miembros de la hermandad de santa Catalina se la dejaban porque sabían el gozo que le proporcionaban.

3.- Deseó ser monja de santa Catalina y declinó la invitación de las Clarisas en espera que se aprobase o simplemente para imitar más fielmente a la santa. Siempre llevó el hábito de terciaria dominica y fue enterrada con él. De hecho fray Juan Miguel, lego del convento de Santo Domingo, declara que “la bendita Rosa hizo grande instancia con este testigo para que le trajesen las reglas de la dicha gloriosa santa y este testigo escribió al Cuzco a un religioso su amigo que se las enviase; el cual lo hizo. Y este testigo se las dio a la dicha santa Rosa y supo que la guardaba con grande puntualidad.”

4.- Algunas de sus compañeras terciarias dominicas rescatan no pocas mercedes, como la sanación de la mano de la propia Rosa, el hacer brotar unas clavelinas blanquinegras para adornar la imagen de Catalina, hacer resplandecer el rostro de la imagen de Catalina, evitar daño a una terciaria por una explosión de cohetes.

5.- A tanto llegaba su identificación con la santa de Siena que cualquier dificultad por ardua que fuese la superaba pensando que Catalina lo había logrado.

En conclusión, la vida de Rosa fue un trasunto de la de Catalina. Vive lo que repetía tantas veces san Ignacio de Loyola, al leer el “Flos sanctorurm” (vidas de santos): “si ellos lo hicieron, yo lo tengo que hacer”. Y Rosa lo hizo, tal como nos advierten los testigos del proceso de su beatificación.

Concluyo citando al actual papa, cardenal Ratzinger, quien en su visita al Perú en 1986 destacó tres puntos esenciales en la vida de santa Rosa: “la oración, el amor a Cristo en los más pobres y la conciencia de una misión.” (Por José Antonio Benito)

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[1]  Primer Proceso Ordinario para la Canonización de Santa Rosa de Lima, 1617. Transcripción, introducción y notas del P. Dr. Hernán Jiménez Salas, O.P. (Monasterio de Santa Rosa de Santa María de Lima, Lima, 2003, 604 pp.)