“Bienaventurada tú que has creído” (Lc 1, 45)

Meditación de adviento en el Año de la fe

En el año de la fe no se puede celebrar el adviento como el año pasado. Procuremos devolver a ese tiempo de espera del Salvador su densidad y fecundidad.

Jesús nació en un establo en la campiña de Belén.  Es bueno recordar en estos días de adviento que Jesús quería nacer en un lugar oscuro, desordenado, de mal olor, en todo sentido “indigno” para el nacimiento del Hijo de Dios y Salvador del mundo.  En nuestras oraciones de adviento anhelemos que Jesús nazca nuevamente en este establo que priva tanta gente de condiciones de vida digna y feliz, en este establo que no deja de ser sacudido por violencias y guerras, en este establo infectado por odios entre pueblos, culturas y religiones, en este establo que soy yo y eres tú también.

 

María de Nazareth ilumine nuestro adviento en el año de la fe.  Al saludarla con las palabras “bienaventurada tú que has creído”, Isabel nos la presenta como modelo de creyente.  

María, esta joven de Nazareth

Compartía desde su niñez la vida de la gente de ese pueblo de Galilea.  Parece que no vivió sin interiorizar la realidad y la circunstancias que le tocó sufrir.  Ella sabe del sufrimiento que siembran “corazones altaneros”.  Ella sabe que los “poderosos en sus tronos” son culpables de la miseria de los humildes.  Según su manera de creer, “Dios colma de bienes a los hambrientos y despide a los ricos con las manos vacías”.  

María y unos pocos allegados mencionados en los evangelios pertenecen al “pequeño resto fiel” de Israel que mantiene y cultiva la fe en el advenimiento del Mesías.  María reconoce en su oración y su canto que el Señor “ha puesto su mirada sobre la pequeñez de su sierva”.  En los ojos de Dios María es maravillosa, llena de gracia, elegida y destinada para una misión única.  “El mirar de Dios es amar” (San Juan de la Cruz).  María con fe sabrá responder a la mirada amorosa del Señor.

“Hágase en mi según tu palabra”

Esta respuesta de María al ángel abre la puerta para que entre en nuestro mundo el Hijo de Dios, portador de la salvación.  María es la nueva Eva.  Ella inicia un nuevo linaje.  Era necesario un “sí” humano, libre y amoroso que permita que Dios se diga, se comunique y eche en Cristo un puente vivo de reconciliación.

La comunión entre Dios y la humanidad no puede imponerse.  Tiene  que ser acogida con gratitud, libertad y responsabilidad.  El Dios-con-nosotros y un estilo de vida humana animado por su ejemplo y espíritu no invaden violentamente nuestra historia.  “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3, 20).

Para entrar de una manera humanizante en el ordenamiento político de nuestras convivencias, para defender los derechos de los excluídos, para despertar tantos valores humanos que dormitan en tantos corazones, para acampar en medio de nosotros, la Palabra de Dios requería el consentimiento de María.

Adviento y Navidad son el tiempo de la ternura de Dios que se hará palpable en los establos de este mundo, si con y como María decimos:  “Hágase en mi según tu palabra”.  ¡Hagamos verdad y realidad el año de la fe!

La fe-fidelidad de María

La fe de María nos ofrece luz y valor en nuestras propias pruebas y dudas de fe.  

Ella alumbró al Salvador del mundo en condiciones de extrema pobreza y alimentaba su fe por lo que contaban los pastores y unos magos de oriente.

Con la ofrenda de los pobres presentó a Jesús en el templo y le advierte el viejo Simeón que su hijo será un signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de su madre.

No cabe duda que la fe de María le ayuda a educar al niño Jesús, pero también ella tenía que consentir a la creciente autonomía que Jesús empieza a reivindicar.  Durante ese largo tiempo con Jesús en Nazareth tenía que guardar y meditar muchas cosas en su corazón.

A veces María aparece cerca de Jesús durante su vida pública.  Pero ella escuchaba de sus labios y tenía que creer que el amor por el reino de Dios está encima del amor por la familia y que su propia grandeza no estaba en la maternidad biológica sino en la fidelidad en el cumplimiento de la Palabra de Dios.

María avanza en la peregrinación de la fe y la encontramos de pie debajo de la cruz de Jesús que muriendo “comparte” su madre con nosotros.

Contemplando la fe de María en este año de la fe susurremos con frecuencia una hermosa oración en el Nuevo Testamento: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”.  

El adviento es tiempo de espera, de nostalgia y de anhelo de un don que no podemos alcanzar por nuestras propias fuerzas; un don por acoger de Dios.  “Somos una promesa que no podemos cumplir “.