Miguel Company Bisbal: la liturgia y el fútbol

Chimbote en Línea (Por: Rolando Lucio)  “Me preocupa más ser mejor persona, que ser el mejor jugador del mundo”, (Lionel Messi). Pero el padre Miguel Company Bisbal, no solo se preocupó en ser mejor persona -como expresa Messi en el epígrafe-, sino que desde el ejercicio de su sacerdocio se prodigó en ayudarnos a ser “mejores personas”; sus sermones desde aquel humilde púlpito, expresaron la grandeza de su personalidad, pero también nos hizo conocer la riqueza idiomática de quien lucía elegante léxico.

Hombre probo, rápidamente obtuvo la admiración de sus seguidores, muchas veces soñé que en él, se inspiró el bueno de Ruben Blades, para componer “El padre Antonio y el monaguillo Andrés”.

Miguel Company Bisbal se ordenó sacerdote a la edad de 24 años, el 21 de junio de 1969. Aun saboreando la emoción de su consagración llegó a Chimbote cuatro meses después, exactamente el quince de octubre.

Junto a su colega Mateo Ramos, tuvieron la misión de organizar una nueva parroquia, que comprendería El Carmen, Pensacola y La Campiña. El inicio no fue fácil, las primeras ceremonias eucarísticas se oficiaron en el local comunal, pero la devoción de los feligreses, el cariño que demostraban a sus jóvenes pastores, eran buenas razones para las permanentes demostraciones de fe.

Mientras vivían de alquiler y proyectaban la construcción de la iglesia, un violento cataclismo azotó Chimbote, la desgracia se cebó con el puerto pescador, “Esa tragedia la viví personalmente, fui testigo de los peores dramas, aquello fue muy triste”, la voz del padre Company, desde Palma de Mallorca, llega nítida a través del teléfono a Barcelona, para exportarla al mundo, “pero el espíritu del pueblo chimbotano, fue una lección para todos”, agrega con el mismo acento que le hizo famoso desde sus prédicas religiosas o desde las audiciones radiales cuando comentaba el fútbol de nuestra ciudad.

Porque el padre Miguel, a la par de admirable clérigo, fue un exitoso periodista deportivo, era un deleite singular oírle desmenuzar las jugadas, resaltar las virtudes de tal o cual jugador, establecía la correspondiente lectura de las estrategias o tácticas, aunque en honor a la verdad, su pasión por el fútbol había nacido en su infancia.

“Nací en Alcudia, pero a muy temprana edad, fui a vivir a Palma de Mallorca, al costado del estadio. Me hice amigo del conserje, cuando ingresé al seminario, era un seguidor del Mallorca”, dice.

“Cuando llegué a Chimbote, fui arquero del Sport El Carmen”, aquella remembranza tiene aroma a orgullo, “hubieron unos partidos muy importantes, como aquel contra el Sport Marítimo o en Jimbe”.

Percibo  entonces su felicidad, entonces nos confiesa, “apenas llegué era hincha del Deportivo Siderperú, pero aquel año José Gálvez ascendió, entonces mi simpatía se ubicó en el cuadro del franja. De esta época es importante señalar a esa generación de brillantes deportistas, sobre todo a Lucho Palomino, Hipólito Estrada, al “Feo” Gonzales y al capitán Papi Ostolaza”, especifica con proverbial determinación.

“A raíz de un comentario que hice, por la clasificación de España para el mundial de Argentina, fui invitado por Enrique Morales y Jorge Alberto Castillo, para integrarme al equipo periodístico de Radio El Mundo, estuve 14 años”. Lo que no dice Company es que fue quien mejor usaba el idioma en las ondas radiales; sus juicios, pareceres, eran esperadas con notable avidez por audiencia. “Fui su seguidor”, le interrumpo con osadía, “muchas gracias Rolando”, susurra, entonces recupera el alma de comunicador: “alabé no solo a los conocidos, también hice saber de futbolistas que hubieran triunfado en cualquier equipo como, Luis Rodríguez a quien llamaban “Tranco Largo" o a Víctor Infantes “Chambarito”, sonrío ante los apelativos.

Vive agradecido de Dios, “compré el terreno y edifiqué la iglesia que se terminó el16 de julio de 1988”. Company conduce las fechas con orden riguroso, “hasta entonces era solo una capilla de madera”, musita.

Intento obtener su personal "radiografía", entonces espero sus respuestas a las siguientes palabras: “Dios”, responde “mi todo”; “Mallorca”, dice “Mi tierra querida”; y cuando escucha “Chimbote”, su alegría resuena: “Me acogió de maravilla”; y yo voy más allá: “El Carmen”, me emociono y él me dice: “Es mi vida, estuve 22 años, allí”; y sigo “Radio El Mundo”, y me manifiesta: “Me sentí muy bien, guardo grandes amigos, como los hermanos Luna que eran los propietarios, Juan Donaire, entre otros”, entonces cierro la palabra “Perú”, no hay duda en su voz: “Es mi segunda patria”.

Este es un diálogo entre dos personas que aman a Dios, una edificante charla donde el discípulo intenta devolver tantas jornadas de felicidad que le brindó el maestro; entonces mi compañera era una radio de edad desconocida, pero que servía bien para oír a Miguel Company Bisbal, en esos brillantes discursos.

El maestro es un hombre de literatura, que lee en la actualidad “El Último Azul” de Carmen Riera, que es capellán del Mallorca, que cree que Messi es el mejor del mundo y que cuando el hambre asoma, se da una escapada al restaurante “La Estrella Roja y Blanca” de su ciudad, para degustar un delicioso cebiche, y volver a recorrer con sus evocaciones a Chimbote.

Porque sin dudas, él también lleva el título de “Chimbotano hasta las lágrimas”.

A MODO DE EPÍLOGO.- Quien esto escribe era muy niño cuando ocurrió el terremoto. Una semana después acompañé a un amigo mayor edad a La Campiña. Comenzamos a recoger choclos de un sembrío. En eso le vi llegar, él también traía unas sacas, “¿quién es el dueño?”, preguntó, “nadie es el dueño, padre”, respondieron los que cosechaban. 

 

Entonces el joven presbítero fue preciso, “no podemos tomar algo que no nos corresponde”, señaló y se volvió por donde había venido, sin llevar nada. En ese instante nació mi admiración por Miguel Company.

Varios años más tarde, una inquieta Zoila Quiroz Escobedo me pidió apadrinar a su hijo David Ponce de León, acepté con no poco temor. La ceremonia la ofició el padre Migue Company. En la vorágine por llegar al ágape, nadie reparó en él, le vi salir con su sencillez; entonces reculé y le invité a la reunión, aquella noche hablamos de todo un poco, de fútbol, del amor y de las bienaventuranzas de Dios.

 

 

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