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La Pampa del 21 de Abril

Chimbote en Línea (Por: Eduardo Quevedo Serrano) Exactamente, en el mismo lugar de la Urbanización 21 de Abril de Chimbote donde hoy se ubica el colegio Santa María Reyna, en la década del sesenta existió un campo de futbol legendario cuyas imágenes y ecos persisten vívidos en mi memoria. Los vecinos lo llamaban de diversas maneras, pero su nombre más común siempre fue: La Pampa del 21 de Abril.

Nací con el inicio de aquella década. Crecí sin juguetes ni televisión, pero tuve la dicha de jugar en La Pampa con los chiquillos de mi barrio pateando una pelota de plástico, y revolcándome en su tierra polvorienta. Y cada domingo crucé la pista que separaba mi casa de La Pampa para ver jugar a los mejores equipos del 21 de Abril y otros barrios de Chimbote.

Era una cancha de tierra, con arcos de madera, enclavada en otro tiempo. En un Chimbote que no conocía de lluvias. Los barrios San Isidro y el 2 de Mayo todavía podían ver lagartijas, sapos y culebras. Por las noches nos asediaban las chicharras con su chirrido agobiante, y al amanecer las lechuzas nos dejaban el susurro premonitorio del luto.

Domingo a domingo La Pampa se convertía en una fiesta deportiva. Por la mañana un aficionado corría con un balde de cal marcando la cancha. Otro acomodaba los trofeos en disputa en una mesita de madera. Y alrededor de los cuatro costados del campo se apretujaba una muchedumbre procedente de barrios próximos y remotos al 21 de Abril.

Yo tenía cinco años de edad cuando a mediados de los ‘60s cruzaba La Pampa para ir a la avenida Buenos Aires a ver pasar el tren. Todavía no existía el Mercado 21 de Abril, y parte de su actual ubicación era un gran patio de cemento cercado con malla metálica. Se trataba de un almacén del Banco de Materiales creado por el primer gobierno del Arq. Fernando Belaunde Terry.

Uno de los primeros equipos que jugó en la Pampa fue el Club Social Deportivo 21 de Abril, entre otros, aquí destacaron Eduardo “Lalo” Benson Melitón y Javier “Chino” Luna Haro. Son también de recordación los clásicos entre el Sport Zenit y el Juan Joya. El Estrella Roja de mi barrio cruzaba la avenida Aviación acompañado por un grupo de vecinos, y seguido por una nube de chiquillos y perros callejeros; al verlos llegar, los aficionados esbozaban una sonrisa y decían: “Ahí llegan los cholos de San Isidro”.

Frente a la casa de don Carlos Ramírez Lozada, en una de las esquinas de La Pampa, un triciclero vendedor de naranjas cada domingo las apilaba en la forma de una pirámide. A mitad de cuadra, en la vereda de doña Alicia Simons Jara de Palomino se instalaba la mesa con los trofeos. Y en la esquina opuesta sonaba la rocola del afamado bar Los Claveles, al cual la sabiduría popular había rebautizado con el nombre de... El Frontón.

El equipo de la Cooperativa San Francisco de Asís fue otro de los grandes animadores dominicales. El gerente de la institución, don Fausto Berrospi Martell, organizó un buen cuadro en el cual destacó nítidamente Roberto “Cholito” Luperdi Ponte. Entre otros equipos, también jugaron aquí Los Ángeles Diabólicos, el 2 de Mayo y el Defensor Progreso. A ellos se sumaron la Juventud Independiente Cristiana, J.I.C. y el John F. Kennedy.

La Pampa estuvo rodeada por tres grandes referentes de la zona: El Mercado 21 de Abril, construido en los últimos años del sesenta, después del terremoto de 1970 parte de sus instalaciones fueron utilizadas para albergar a la cárcel de Chimbote. La antigua Iglesia San Francisco de Asís, bellamente diseñada en forma de arca con estilizaciones de pájaros cochos en sus paredes cuya demolición después del terremoto dio paso a la actual edificación. Y la desaparecida Escuela Fiscal de Varones Nº 3151, ubicada al otro lado de la avenida Aviación, donde actualmente se sitúa el Local Comunal del barrio San Isidro.

Los recuerdos de La Pampa y mis primeros héroes del balompié, llegan a la mente de la mano con otras imágenes: La Tía Sarandonga bailando en “El Frontón” ante el entusiasmo de los parroquianos. Los chiquillos de mi barrio recolectando vísceras de pescado en el mercado para dar de comer a los pájaros cochos en las calles. Los monstruos Pichuzo y Tarrata purgando sus delitos en la cárcel del 21 de Abril. Aparecen, uno tras otro, los rostros bondadosos de los sacerdotes Daniel, “Leo” Martell y Rodolfo así como de las madres Felícita, Rosalinda y Luisa Schüler.

Pero también hay otra imagen. Dramática y significativa. Me la transmitió mi hermano Alberto hace muchos años: La tarde del Domingo 31 de Mayo de 1970 cuando empezó el terremoto él se encontraba en La Pampa, y corrió en busca de mi madre. La tierra se abría y agua hirviente afloraba del subsuelo. Frente a la esquina de don Carlos Ramírez Lozada, Alberto vio al pobre vendedor de naranjas tratando de recogerlas entre los pies de la multitud que corría para salvar sus vidas.

A inicios de 1971 La Pampa tenía sus días contados. Ese año llegó al campo de futbol el Ministro de Educación, General de División EP. Alfredo Carpio Becerra para colocar la primera piedra del Colegio Santa María Reyna. Yo tenía diez años de edad y estuve en primera fila escuchando su aburrido discurso y contando las estrellas de su chaqueta. Horas más tarde, cuando le conté a mi padre, él, que nunca tuvo cariño por militares ni dictaduras, me dijo: “Cuando quieras escuchar un buen discurso, escucha a Víctor Raúl Haya de la Torre. Y cuando quieras contar estrellas, cuenta las estrellas del cielo”.

El primero de septiembre de ese mismo año se inició una huelga nacional de docentes, y yo tuve tiempo libre para ir a mirar la construcción del colegio. El cemento había empezado a cubrir La Pampa y pronto se levantarían las aulas antisísmicas gestionadas por la Comisión de Reconstrucción y Rehabilitación de la Zona Afectada, CRYRZA. Estando aquí, uno de esos días vi a la policía reprimir una marcha de maestros. Mis propios profesores corrieron en diferentes direcciones, el gas lacrimógeno invadió La Pampa, y este hecho quedó tatuado en mi mente como la primera represión policial de la que tengo vívido recuerdo.

Aquel 1971 La Pampa dejó de ser la pampa. El nuevo local del Colegio Santa María Reyna quedó listo para abrir sus puertas en 1972. El bullicio de los escolares reemplazó a los gritos de gol, y el uniforme de los estudiantes sustituyó al atuendo de los peloteros. La pelota se fue a rodar a otros escenarios. Y el tiempo transcurrió inexorablemente.

Cada vez que he preguntado por los peloteros del ayer, una sombra acompaña a las noticias: se nos fue el “Nango”, se nos fue el “Lobo”, se nos fue el “Pelé”. Todavía no estaban en edad de marcharse, pero siempre hay partidas prematuras.

La vida continúa y hay tareas por cumplir. He escrito estas líneas tratando de cancelar una vieja deuda personal: Entregar mi gratitud por los momentos felices que La Pampa brindó a mi niñez.

Vista aérea parcial del Chimbote de 1963
(Foto: Cortesía de Miguel Koo Chía)