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Un cuervo ha nacido

Chimbote en Línea (Por: Víctor Pasco) Soy el Cuervo. Mi nombre ha sido relegado a un grado secundario, sin importancia.  Aunque el origen de este sobrenombre sea muy sencillo de explicar, el contexto en el que ocurrió este nuevo bautizo y renacimiento de cuerpo y alma, no lo voy a olvidar nunca. Todo ocurrió un invierno del 2011, fue un tiempo muy duro de sobrellevar, uno de los peores años de mi vida.

Perdí más de lo que había ganado en los últimos tres años, y apenas me recuperaba de una pérdida invaluable para llegar a otra y a una aún peor: la mía. Me perdí a mí mismo en algún momento de ese largo invierno.

Hasta ese entonces era “El hombre que se vestía de negro”. En una charla de esas íntimas, en las que sueles decir cosas que jamás vuelves a decir, le conté a quien fue durante casi un año de manera formal y muchos años antes de una forma diferente una parte vital de mi vida, la historia de un hombre que se vestía de negro. Es casi infantil, pero tenía mucho de cierto, más bien de profético.

Aquel hombre solía salir a las calles vestido de negro como código secreto, como acuerdo tácito, de que esa persona a quien buscaba supiera de antemano al verlo que era él. Vagabundeaba por las avenidas y cafés, por los bares y por todos los lugares posibles tratando de encontrar a aquella mujer. Pero el encuentro nunca sucedía, entonces él regresaba a casa envuelto en un traje de color más negro que el de la mañana. Así cada día, esperando ser encontrado, pasaba toda su vida.

Ella dijo que no sucedería lo mismo conmigo, que ya había sido encontrado. Que de alguna manera si ella no se hubiese topado conmigo yo me hubiese topado con ella en algún instante. Solo tenía unas cuantas prendas negras hasta entonces. En parte porque ella quería verme vestido de una manera que nadie haya visto antes.

Pero cuando todo se acabó, se volvió casi un uniforme. Vagaba por todos lados con aquel traje negro, luego conseguí un abrigo y fue perfecto. Paseaba por todo Lima, por todo Huaraz, envuelto en aquel traje, siempre con la sonrisa muy lejos de mí y con la mente quién sabe dónde. Sin querer volví a los días de Poe de la mano de un viejo amigo y de uno de sus más célebres poemas tomé El Cuervo. Luego, poco a poco, los amigos fueron llamándome así. Me volví un cuervo a tiempo completo.

En uno de esos viajes conocí a una muy buena amiga, quien más tarde pondría mi cabeza en sus rodillas mientras volvíamos a casa, lo hizo con un instinto tan maternal que sentí hasta ganas de llorar. Yo estaba completamente ebrio, cansado de muchas cosas, y aquel día solo me dejé caer, me embriagué tontamente, pero ella cuidó de mí hasta que llegásemos a buen puerto. Ella siempre me ha visto como un cuervo. En fin, esa es otra historia.

Ya con el sobrenombre bien puesto y una vida muy parecida al de aquellas aves que pocos entienden y muchos juzgan, podía sentir que tenía esos ojos mirándolo todo, estudiándolo todo, sintiéndome superior. A veces creía que si saltaba del décimo piso de algún edificio podría abrir las alas antes de caer y emprendería un vuelo maravilloso. Así fue durante casi dos años.

Un invierno, de nuevo, cuando me hallaba en una situación aún peor apareció un alma distinta de las que había conocido hasta entonces. Sentía un brillo incandescente en cada mirada, en cada palabra, en cada caricia que me daba. Dejé de ser Cuervo alrededor de seis meses.

Por un momento creí que jamás volvería a serlo, deseaba terminar esa historia, dejarla ahí. Pero ella debía partir y con ella una parte de mí. Queramos o no, perdemos una parte nuestra en cada adiós que le damos a gente a la que le hemos dejado ver nuestras almas. 

Ahora camino bajo una torrencial lluvia, estoy empapado y hace poco me llamaron Cuervo. Saqué el viejo abrigo, el pantalón y por un instante sentí las alas crecerme.

Es todo. Soy El Cuervo y moriré siéndolo. Solo espero tener un busto de palas ateneas donde posarme y no irme nunca más.