Comentar

Gracias por el Año de la Fe

Chimbote en Línea (Por: P. Matías Sebienaller) La convocación para el Año de la fe por Benedicto XVI no me dejó indiferente. Como la samaritana, con sed, me acerqué al pozo. Anhelaba cruzar un umbral para “redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe” (Porta fidei). Al clausurarse oficialmente el Año de la fe, con muchos de ustedes, quiero dar gracias por haber encontrado en el desierto aliento para seguir caminando.

Gracias por afirmarse en mí una mirada nueva sobre el mundo y la Iglesia en él. “La Palabra se hizo carne y puso su morada en medio de nosotros y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre el Hijo único, lleno de gracia y verdad” (Jn 1, 14). “Todo está habitado por Dios”: esa es la tan olvidada y consoladora verdad de nuestra fe. Lo que existe y acontece es lugar de encuentro con Dios. “En él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 28).

Gracias por las horas de silencio y oración buscadas y encontradas a lo largo del Año de la fe para ofrendar mi débil fe y para recibir también impulsos de renacimiento en la fe. Estas horas bajo la mirada siempre amorosa de Dios nos permiten aceptar y decir la verdad de nosotros mismos y ser confirmados en lo mejor de nuestro querer.

“Solo desde la profundidad de un silencio que se pone como seno que acoge la única Palabra que salva, puede desarrollarse un testimonio creíble en el mundo. Solo este silencio orante puede impedir que la Palabra de la salvación se confunda en el mundo con los ruidos que lo invaden” (Mensaje final del Sínodo para la Nueva Evangelización).
ano de la fe

Gracias por reencontrarme en el Año de la fe con los bendecidos por Dios, los atraídos por Jesús, por su encarnación y su pascua: estos pobres que, movidos por su Espíritu, acogen y construyen el reino. Como Jesús, frente al dolor humano y tanta muerte, no desvían la mirada para permanecer indiferentes, sino lloran desconsoladamente.

En medio de tanta violencia y sangriento ajuste de cuentas, hay los que cultivan en su corazón la mansedumbre y optan por movimientos de no violencia. La globalización del mercado de la oferta y la de la demanda llama por una globalización de la inclusión: bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia. La compasión no ha muerto; numerosas son en el mundo las personas que experimentan la desgracia ajena con las entrañas de una madre, saben compartir y ser solidarios.

No, no todo es corrupción, engaño, mentira e hipocresía; hay corazones limpios y sinceros. Hijas e hijos de Dios merecen ser llamados los que, aquí y ahora, construyen la paz. Bienaventurados los incontables que en las últimas décadas, en América Latina, en el Perú y en Chimbote, por amor al reino han soportado calumnias, persecución y muerte. “Ustedes son la sal de la tierra, …ustedes son la luz del mundo” (cf. Mt 5, 1-14).

Gracias por celebrar en el Año de la fe la Eucaristía con mayor intensidad y gratitud. Procuremos responder al gran deseo de Jesús de celebrar con nosotros su cena; con gratitud hagamos memoria de su entrega por nosotros; acojamos con disponibilidad el acontecimiento de nuestra salvación en cada eucaristía; dejemos pasar el modo de ser de Jesús en nuestras vidas; la eucaristía es escuela de paz y comunión; gratuitamente recibimos para dar gratuitamente.

Gracias por pertenecer a la Iglesia en Chimbote. Chimbote sigue siendo “la ciudad que menos entiendo y más me entusiasma” (J.M.Arguedas). No amo Chimbote por sus virtudes y a pesar de sus defectos; amo Chimbote por lo que es y así como es. Durante el Año de la fe se me recordó mi responsabilidad para que el Evangelio en Chimbote sea anunciado, celebrado y practicado.

“Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, la fe nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo” (Porta fidei). Ojalá el Año de la fe haya suscitado este anhelo y compromiso en todos los estamentos de la Iglesia en Chimbote.

Gracias por los numerosos testigos de la fe en mi caminar diario. Los nombres de muchos oyentes y practicantes de la Buena Nueva, jóvenes y adultos, están inscritos en mi corazón. Me llaman a la conversión. La calidad de su vida pesa más que los escándalos actuales que sacuden nuestra sociedad e Iglesia. “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado los misterios del reino a sabios e inteligentes, y se los has revelado a gente humilde”. (Mt 11, 25).

Gracias por el aliento enviado durante el Año de la fe. Me desperté debajo de la retama y había a mi lado un pan cocido y una jarra con agua para que siga caminando (Cf. 1R 19, 1-8). Amo nuevamente los caminos escogidos por mí e impuestos por el Evangelio. “La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar.” (Papa Francisco en Lumen Fidei).

Publicado en Mar Adentro, noviembre 2013