Réplica a un integrista (Por: German Torres)

(Por: Germán Torres Cobián).- Creo que con bastante ingenuidad, muchos católicos, agnósticos y no creyentes estábamos esperando una manifestación reconciliadora del Cardenal Cipriani que rectificase de algún modo la  sorprendente suspensión de su licencia sacerdotal al Padre Gastón Garatea. Sin embargo, posteriores declaraciones del Arzobispo de Lima han terminado por echar un jarro de agua fría  a las esperanzas de todos. Cipriani ha pontificado sobre este asunto y encima ha culpado a don Gastón de hacerle daño a la Congregación de los Sagrados Corazones a la cual pertenece.

A raíz de esta cuestión que tanto revuelo ha causado, se ha hecho patente que  este país se ha  dividido en el aspecto religioso, de un lado, en valedores de una Iglesia Católica progresista, más acorde con la vida de Jesús y los postulados solidarios de los Evangelios y, por otra parte,  en integristas o fundamentalistas, enemigos a ultranza de las voces innovadoras dentro de ella.

Mi último artículo publicado en este Diario Digital (“Cipriani, un Cardenal ultramontano”, 18/05/12) ha sido comentado brevísimamente y con lenguaje embarullado por don Federico Gayoso Quiñones. El señor Gayoso apuesta por una Iglesia integrista en la que la ortodoxia doctrinaria sea intocable: “Que escriban un nuevo Evangelio actual que les permita adecuarse al dizque modernismo”, dice, refiriéndose tácitamente al sacerdote Garatea y a otros que como él (por ejemplo el P. Gustavo Gutiérrez o el P. Juan Davis) sólo pretenden acercar la Iglesia de Jesucristo y San Francisco de Asís, al pueblo llano.

Y continúa: “no quieran construir sobre arena que eso sí va a significar una catástrofe para la sociedad, cuando ya nadie los pueda detener y la degeneración social destroce el pluralismo social de la Iglesia si permitimos que personas  quieran romper los esquemas sólidos, lo pueden hacer desde fuera pero yo también haría lo mismo si alguien quiere quebrar o ser parte del quiebre de una institución” (SIC).

Y más adelante don Federico conjetura al bueno de don Gastón entre las “personas débiles, incoherentes, evolutivas por arrastre, inteligentes para lo absurdo y banal”; y sentencia: “quien quiera expresarse diferente por más famoso que haya sido debe salir de la institución que lo acoge y despotricar cuanto quiera de ella”.

Cada vez que oigo a Cipriani y otros integristas católicos como Gayoso arremeter contra el modernismo, el avance de las civilizaciones y, contra quienes como el Padre Gastón Garatea pretenden solamente buscar nuevos cauces culturales y sociales para el mensaje evangélico, me acuerdo del Papa Juan XXIII, el promotor de la secularista encíclica “Paz en la Tierra”, promotor del Concilio Vaticano II y vehemente renovador de una Iglesia Católica que antes de su papado fue madriguera de un grupo jerárquico retrógrado.

Y recuerdo, sobre todo, a Pablo VI (el último Papa progresista) cuando hablaba de la legítima secularidad de este mundo que vivimos e invitaba a los profesionales de las distintas ramas del saber a “suministrar una útil colaboración al magisterio de la Iglesia acerca de los nuevos problemas que surgen en el mundo, problemas que no pueden ser tratados empíricamente”, decía, “como en los manuales  de catequesis para niños y adolescentes que proponen caminos equivocados para solucionar el problema de las guerras, del trasplante de órganos o de la regulación de la natalidad”. (Discurso a los Graduados Católicos.- 3/01/1964).

Pablo VI, continuador de la política de Juan XXIII durante todo su mandato, fue apartando de la responsabilidad de la Iglesia Católica a los que no querían comprender al mundo moderno, a los integristas que sólo veían en él sólo males, peligros, catástrofes y pretendían seguir dominándolo con el poder religioso.

Desde sus orígenes, la Iglesia Católica ha soportado diversos intentos de cuestionamiento de sus dogmas y conatos de renovación doctrinal ejercidos por diversas personalidades eclesiásticas desde dentro mismo del catolicismo.

En muchos casos, la  Santa Sede ha respondido cometiendo fallos imperdonables en casos como el de Galileo, Giordano Bruno y tantos otros baluartes y mártires del cristianismo, mal llamados apóstatas o herejes.

Con la llegada de Juan Pablo II al Papado, el integrismo católico continuó con sus autocráticos procedimientos, que apenas variaban, en el fondo, de aquellos  que existían en la época de la Santa Inquisición que dominó a Europa en la Edad Media y que tuvo su prolongación en el Santo Oficio, ambos, aborrecidos dicasterios romanos de triste recuerdo.

Benedicto XVI y la jerarquía católica actual siguen usando el mecanismo de la excomunión, la expulsión de la Iglesia, la suspensión de las licencias sacerdotales y otros procedimientos, como lo demuestran sus actuaciones contra una pléyade de teólogos que, como buenos investigadores, pretenden solamente establecer unas bases intelectualmente rigurosas para poder dar una inspiración cristiana a los nuevos problemas que han surgido en el mundo actual.

Estoy convencido de que la mentalidad y la actitud de los fundamentalistas o integristas católicos nada tienen que hacer con el porvenir de la verdadera Iglesia de Cristo, porque el integrismo conduce a la intolerancia, al dogmatismo y al fanatismo, vicios que se infieren claramente en las expresiones del señor Gayoso. Carecen por eso de sustento  sus farisaicas afirmaciones contra los sacerdotes progresistas, en este caso contra el Padre Gastón Garatea.

En cambio, hay que agradecerle que con su particular concepción integrista del mundo y la Iglesia Católica, haya propiciado la polémica que se necesita sobre el papel de la religión en las civilizaciones contemporáneas, y de la Iglesia Católica en particular, en la sociedad peruana. Un tema sobre el que no  hay debate en el mundo de los medios de comunicación de nuestro país y en el que, si lo hubiere, un servidor vuestro está dispuesto a participar.