Marco Cueva Benavides, in memóriam

(Por: Germán Torres Cobián)  Sorpresivamente, el  domingo pasado de este verano que no acaba de cristalizar, se nos fue Marco Cueva Benavides, víctima de una enfermedad que detuvo su juvenil  y grande corazón a los 66 años.

Pediatra, graduado en Argentina, había nacido en Pacasmayo, cerca del mar cuyo paisaje le influenció toda su vida, según él mismo contó en su “Santuario personal”.

En 1976, nada más regresar de Buenos Aires, se asentó en Chimbote, puerto al que amaba profundamente. Marco Cueva era uno de los pocos hombres que nada más verle por primera vez, me causó  una inmediata  empatía.

Nos conocimos mientras el Grupo Literario Isla Blanca y el suscrito preparábamos la presentación en Chimbote de un libro de nuestro común amigo Eduardo Gonzáles Viaña.

Abierto, de una sencillez proletaria, de conversación fluida y coherente, era un hombre de izquierda preocupado por la infelicidad de los demás, por la pobreza extrema que contemplaba en las barriadas chimbotanas, por las pésimas condiciones de salubridad en las que crecían los niños de los Asentamientos  Humanos, por la tristeza rotunda que se esconde en medio de la miseria; aspectos que retrató en sus poemas y en su  libro de cuentos “Sobre el arenal”, acaso la obra donde mejor se sintetiza la desesperanza, la precariedad y el abandono del ser humano.  

Que yo sepa, hasta su muerte, Marco Cueva  siguió siendo un radical pacífico pero irreductible.  Su recorrido vital,  ha sido un testimonio de exigencia científica, compromiso  político y un intelectual de acción imprescindible para conocer la  producción literaria chimbotana y regional.

En efecto, su labor científica de médico-pediatra  y su calidad de profesor principal de Medicina Humana en la Universidad San Pedro  la compaginó con una gran vocación literaria y una gran militancia en   la cultura que le llevó a escribir poesía, a incursionar en la narrativa y a colaborar en la revista “Alborada”, en el diario La Industria de Chimbote y en la publicación diocesana “Mar Adentro”.

Es más, silenciosamente, era un gran solidario con el dolor de sus semejantes: solía acudir a los barrios más pobres de Chimbote para llevar a los niños diversos artículos de primera necesidad, cuya entrega arropaba con canciones y mensajes de esperanza.

De allí que haya sido muy estimado en vida por todos aquellos que le conocimos y por ello es que tuvo un multitudinario acompañamiento durante su velatorio.

Su digna esposa y sus hijos recibieron el pésame de conocidos y anónimos personajes de este “collage”  llamado Chimbote, puerto al que una vez  cantó en versos que compendian singularmente  el desastre chimbotano:

“Todo nos había sido dado/ para vivir hasta el asombro. / Una segura bahía que desde arriba en silencio miro. / Una isla blanca/ para cuidarnos de tempestades negras. / Un cerro de arenas limpias/ con antiguos vestigios de la historia. / Una campiña por donde serpenteaba el río/ con aguas cristalinas de la cordillera. / Un claro y límpido cielo/ azulino de día, estrellado de noche. /  Una hermosa playa y un mar/ que tenía como decía Antonio/ límpidas olas que revientan/ y delfines que juegan. (…) / Nada supimos conservar/ ¡Oh miseria!/ mejor hubiera sido que/ todas las barcas naufragasen/ para no ser primeros en nada/ y en una simple caleta /defender la vida.”

La muerte de Marco Cueva convierte un poco más en pasado toda esta historia y desaparece un miembro dadivoso de  una generación comprometida con el Chimbote primigenio.

Hasta pronto, amigo y perdona estas apuradas líneas. Dejas en los corazones de quienes  de verdad te apreciamos, una soledad sin fondo.