En este oficio de columnista, articulista, comentarista o como queramos llamar al vasto gremio de quienes expresamos nuestras opiniones en los diarios, el desconocimiento de las investigaciones y progresos de la humanidad nos está dejando como ignorantes supinos; está ocurriendo un curioso fenómeno social: resulta que los columnistas somos individuos bastante más desinformados e incultos que muchos de nuestros lectores que andan pegados a su computadora o con su laptop y USB a cuestas.
Hasta hace poco tiempo, existió una profunda diferencia entre el escritor y el lector de la columna, género periodístico que, en algunas manos, tiene grandes connotaciones literarias.
La diferencia era que en sus orígenes y esplendores (a finales del siglo XIX y durante buena parte del XX), los viejos comentaristas se situaban ante el par de folios junto a la vanguardia de los saberes, al contar casi siempre con enormes y nutridas bibliotecas públicas y hogareñas, mientras que ahora mismo, ante el cúmulo de informaciones que nos ofrece Internet, el lector que lo usa bien y con asiduidad se ha situado al mismo o mejor nivel cultural que cualquier articulista, de tal modo que ahora los que escribimos a mano, como antaño,somos el mejor paradigma del vulgo, de la ignorancia.
Millones de datos en un adminículo con las dimensiones de un encendedor. Casi todo el saber entero de la Humanidad en Internet. ¿Cuánta información hay en una columna periodística?
Apenas una, narcisista, redundante y jurásica información: la que habla del estado de ánimo del columnista, de sus recuerdos, de sus escasos saberes, de su pobre razonamiento.
Cuentan que el maestro Sócrates solía pasear por las calles de Atenas. Cuando se encontraba con un militar o un político le hacía una pregunta relacionada con su profesión; el interrogado solía contestar lacónicamente. Cuando Sócrates le pedía una profundización de su respuesta, el preguntado contestaba con divagaciones.
Resultaba, pues, que los hombres que creían conocer bien su profesión, descubrían que sabían muy poco. Pero cuando Sócrates interrogaba a un campesino –la persona supuestamente más ignorante-sus respuestasaumentaban sus conocimientos sobre la tierra, los cultivos, las plagas, las sequías, las lluvias, el Sol, la Luna y demás, hasta llegar a resultados muy superiores a los que obtenía con los hombres pretendidamente cultos.
El punto de partida de Sócrates para aumentar sus conocimientos era su ignorancia, de allí su famosa frase: “Sólo sé que nada sé”. Esta misma expresión es la que suele venir a mi mente cada vez que busco la definición o el concepto de un término en el DRAE, en cualquier enciclopedia o en el Google. Es dramático comprobar que Sócrates tenía razón: uno también es un ignorante.
Así pues, el columnismo lo estamos convirtiendo entre todos los que la ejercemos,en práctica intimista, lastimera, autógrafa, memorialista, exclusivamente personal y de un preocupante autismo; lo estamos trastocando en un género periodístico de una sola información que paradójicamente está alcanzando altas cotas de popularidad y de vedetismo justamente en la era de la abundancia de las informaciones.
Todo el mundo quiere escribir en los diarios, y mejor si su foto aparece junto a su artículo. Sin embargo, muchos columneros (valga el neologismo), por mucha producción de comentarios gacetilleros que ensayen, están para empezar un curso acelerado de gramática en un colegio secundario o el primer ciclo de Ciencias de la Comunicación aunque sea en una universidad chicha.
A mi juicio, en este país existen decenas de buenos columnistas pero en realidad sólo hay uno: César Hildebrandt. Es el columnista por excelencia, el modelo original, el arquetipo provocador de imitaciones; sólo él puede permitirse el lujo de transformar diariamente su cuerpo, alma y pluma en miles de informaciones.
El pronombre personal en la primera persona del más vehemente singular no es en Hildebrandt narcisismo, sino una licencia de inmediata identificación con el lector a partir de un código aceptado para lo bueno o para lo malo, casi una relación conyugal. No seré yo quien le discuta su liderazgo brillante en tantos trajines periodísticos.
En fin, aunque casi ciegos ante los nuevos conocimientos y huérfanos de ideas extra personales por estar aferrados a la antigua cultura, quienes intentamos fungir de articulistas no existimos porque el columnismo sea la enfermedad infantil del periodismo o, como por ahí se rumorea, para lucimiento propio, sino para uso exclusivo de nuestros lectores.
Porque, teniendo en cuenta que (según la sapientísima definición de un escritor norteamericano cuyo nombre no consigo recordar) “ignorante es aquella persona desprovista de ciertos conocimientos que usted posee y sabedora de otras que usted ignora”, el columnismo es el servicio que ofrecen los comentaristas a quien desee redimir un poco, día a día, su ignorancia o sus carencias culturales. Y sin costo alguno, si lee Chimbotenlinea.com, o casi por el precio de un encendedor, que es lo que cuesta un diario.