¿Las peores entrevistas de la historia?

(Por: Juan Gargurevich)  ¿Las peores entrevistas de la historia? ¿Quién califica como mala una entrevista? ¿Cómo se califica como “mala” a una entrevista? Puede ser por corta, mal preparada, peor escrita, insuficiente, mal interpretada, etc.
Recuerdo casos especiales: Hace más de veinte años uno de los programas de Hildebrandt estaba trabajando el tema de padres que no cumplían con pagar pensión alimenticia obligatoria.

Y enterados de que el conocido cineasta E. tenía una denuncia al respecto enviaron una reportera para entrevistarlo. Pero no le dijeron el motivo y nuestro amigo creyó que hablarían sobre sus proyectos cinematográficos.

Cuando estuvieron sentados frente a frente, con micrófono de por medio y la cámara funcionando, la primera pregunta fue:

-Señor… ¿Por qué no paga la pensión por alimentos a su hijo?

Atónito, el cineasta palideció, luego se rascó la cabeza y contestó con voz suave:

-Espéreme un momento, ya vengo –y salió de la habitación.

La reportera lo aguardó con paciencia hasta que el vigilante le avisó que el señor hacía mucho rato que se había marchado por la puerta posterior.

Aquella entrevista, quizá la más corta del periodismo peruano, la pasaron por la TV y fue muy comentada..

En el conocido libro “Las grandes entrevistas de la historia 1859-1992” (El PaísAguilar. Madrid. 1997) el editor Christopher Silvester cuenta en la Introducción algunas historias divertidas.

Por ejemplo la que intentó realizar un conocido periodista británico al muy exótico Rey hawaiano Kalakaua que había llegado por primera vez a Nueva York en 1880. Apenas instalados el enorme moreno lo adelantó: “Me gusta Nueva York, admiro sus edificios… sus mujeres son hermosas y tienen los pies pequeños… Washington era un gran hombre… Me encantan sus ostras. Encantado de haber conocido. Adíós”. Le extendió su manaza y lo despachó.

El ayudante, un barón alemán, le explicó al reportero: “Le he enseñado ese discurso especialmente para los periodistas. Nunca dice nada más. ¿Una copa?”.

También cita el editor la famosa entrevista al general Grant, en 1874, que solo contestó “No tengo nada que decir al respecto” a la docena de preguntas que le hicieron. Y el colmo fue que cuando el reportero se despidió diciéndole: “Buenos días”, el general Grant repuso: “No tengo nada que decir al respecto”.

La última entrevista del libro es de antología. El periodista Richard Stengel logró con mucho esfuerzo una cita con el conocido intelectual Paul Johnson , quien lo recibió en su casa. Pero se dio con la sorpresa de que a cada pregunta su entrevistado contestaba: “Hmmm… no lo sé… Es improbable… no sé”. Y de pronto se paró y salió de la habitación.

Stengel lo esperó, aguaitó en el baño, la cocina, subió al segundo piso, revisó los dormitorios… nada, Johnson había desaparecido. Así que estuvo media hora más y se marchó. Nunca supo qué había pasado.

Tengo una personal. Cuando era un “todoterreno” en La Crónica, en tiempos del gobierno de Manuel Prado (éramos oficialistas) me enviaron de urgencia a entrevistar a un economista famoso, el padre Lebret, que había sido convocado para asesorar al gobierno.

Pero yo no tenía ni idea del personaje. Así que cuando después de superar muchos inconvenientes (como conseguir un traductor), empuñando lápiz y libreta le pregunté:

-¿Cuál es el motivo de su vista al Perú?

El cura me miró fijo, interrogó con la vista a sus ayudantes que se encogieron de hombros, y finalmente me dijo:

-Joven periodista ¿Usted no sabe para qué he venido al Perú?

-No, la verdad es que no… -le confesé, azorado.

-Averígüelo. Y regrese. Buenas noches.

 ¿Las peores entrevistas de la historia?

¿Quién califica como mala una entrevista? ¿Cómo se califica como “mala” a una entrevista? Puede ser por corta, mal preparada, peor escrita, insuficiente, mal interpretada, etc.

Recuerdo casos especiales: Hace más de veinte años uno de los programas de Hildebrandt estaba trabajando el tema de padres que no cumplían con pagar pensión alimenticia obligatoria. Y enterados de que el conocido cineasta E. tenía una denuncia al respecto enviaron una reportera para entrevistarlo. Pero no le dijeron el motivo y nuestro amigo creyó que hablarían sobre sus proyectos cinematográficos.

Cuando estuvieron sentados frente a frente, con micrófono de por medio y la cámara funcionando, la primera pregunta fue:
-Señor… ¿Por qué no paga la pensión por alimentos a su hijo?
Atónito, el cineasta palideció, luego se rascó la cabeza y contestó con voz suave:
-Espéreme un momento, ya vengo –y salió de la habitación.

La reportera lo aguardó con paciencia hasta que el vigilante le avisó que el señor hacía mucho rato que se había marchado por la puerta posterior.

Aquella entrevista, quizá la más corta del periodismo peruano, la pasaron por la TV y fue muy comentada..

En el conocido libro “Las grandes entrevistas de la historia 1859-1992” (El PaísAguilar. Madrid. 1997) el editor Christopher Silvester cuenta en la Introducción algunas historias divertidas.

Por ejemplo la que intentó realizar un conocido periodista británico al muy exótico Rey hawaiano Kalakaua que había llegado por primera vez a Nueva York en 1880. Apenas instalados el enorme moreno lo adelantó: “Me gusta Nueva York, admiro sus edificios… sus mujeres son hermosas y tienen los pies pequeños… Washington era un gran hombre… Me encantan sus ostras. Encantado de haber conocido. Adíós”. Le extendió su manaza y lo despachó.

El ayudante, un barón alemán, le explicó al reportero: “Le he enseñado ese discurso especialmente para los periodistas. Nunca dice nada más. ¿Una copa?”.

También cita el editor la famosa entrevista al general Grant, en 1874, que solo contestó “No tengo nada que decir al respecto” a la docena de preguntas que le hicieron. Y el colmo fue que cuando el reportero se despidió diciéndole: “Buenos días”, el general Grant repuso: “No tengo nada que decir al respecto”.

La última entrevista del libro es de antología. El periodista Richard Stengel logró con mucho esfuerzo una cita con el conocido intelectual Paul Johnson , quien lo recibió en su casa. Pero se dio con la sorpresa de que a cada pregunta su entrevistado contestaba: “Hmmm… no lo sé… Es improbable… no sé”. Y de pronto se paró y salió de la habitación.

Stengel lo esperó, aguaitó en el baño, la cocina, subió al segundo piso, revisó los dormitorios… nada, Johnson había desaparecido. Así que estuvo media hora más y se marchó. Nunca supo qué había pasado.

Tengo una personal. Cuando era un “todoterreno” en La Crónica, en tiempos del gobierno de Manuel Prado (éramos oficialistas) me enviaron de urgencia a entrevistar a un economista famoso, el padre Lebret, que había sido convocado para asesorar al gobierno.

Pero yo no tenía ni idea del personaje. Así que cuando después de superar muchos inconvenientes (como conseguir un traductor), empuñando lápiz y libreta le pregunté:

-¿Cuál es el motivo de su vista al Perú?
El cura me miró fijo, interrogó con la vista a sus ayudantes que se encogieron de hombros, y finalmente me dijo:
-Joven periodista ¿Usted no sabe para qué he venido al Perú?
-No, la verdad es que no… -le confesé, azorado.
-Averígüelo. Y regrese. Buenas noches.