Indio Mayta: Conquistador de ilusiones

(Por: Jesús Raymundo) Hace 67 años, Miguel Ángel Silva Rubio (1931-2010) creó un personaje evocando sus raíces. Aunque fue cuestionado por su habla, vestimenta y estilo de canto, el Indio Mayta simbolizaba la cultura popular.  Cada mañana, Indio Mayta saludaba la existencia con una oración. Aunque sus días se resquebrajaban por la diabetes, la insuficiencia renal y las alteraciones de su presión arterial, se regocijaba con el amor de quienes lo llamaban, incluso desde ciudades muy distantes. La solidaridad de sus amigos iluminaba los tiempos de incertidumbre.

indiomaytaAseguraba estar preparado para la despedida final. “De todas maneras tenemos que morir, paisita. En la vida, hay tiempo para cantar, para llorar y también para morir”, me dijo con voz profunda. Ante mi sorpresa, por la naturalidad con que toca el tema, agregó: “La muerte es como un sueño eterno”.

Confesó que mi visita lo había levantado de su letargo silencioso. Cada vez que acudía a su tratamiento de diálisis, sus fuerzas se agotaban como la ilusión de cantar con la frecuencia de antes. Sin embargo, nada era capaz de quebrar su fortaleza espiritual. Aunque azotado por la enfermedad, vivía agradecido con la generosidad divina.

Obrero perseverante

En una esquina de su sala guardaba los testimonios de sus más de seis décadas de entrega artística. En la pared había fotografías de sus presentaciones, una pintura que ha perennizado su canto y diplomas que reconocían su trayectoria. Sobre el escritorio brillaba un trofeo de bronce con la efigie de un indio. Detrás, el artista me miraba cansado, pero feliz.

El frío le obligaba a vestirse con un saco de lana, una gorra y un par de guantes, todos negros. Hablaba pausado, pero con gran emoción. Se acordaba con facilidad de todos los detalles vividos, excepto de las fechas exactas. De su niñez conservaba las ganas que siempre tenía para trabajar. Cuando se sentía mejor, en el escenario se reencontraba con las páginas que lo sacaron del anonimato.

En Trujillo descubrió las oportunidades de mejorar. Acompañando por su madre, una mujer de condición humilde, a los 10 años abandonó su natal Celendín, en Cajamarca. Se dedicó a lustrar zapatos y a vender tamales, bizcochos y helados. Después aprendió a elaborar alfajores.

A los 20 años se enroló en el Ejército. Al egresar, postuló a la antigua Guardia Republicana, pero el bajo sueldo le obligó a volver a los negocios. Alquiló una panadería y luego tuvo su restaurante La Choza del Indio Mayta. También administró una tienda de telas, pero un incendio ocurrido en 1961 acabó con su sueño.

Canto a la esperanza

En Trujillo abrazó su vocación por el canto. El padre Rufino Vargas, que era un cazatalentos, lo invitó a concursar en su programa radial. “Me dijo que buscara un seudónimo. Me acordé que mi madre me vestía de indiecito para los nacimientos navideños. Y para ponerle un apellido pensé en mi abuela materna. Así nació el Indio Mayta”.

Miguel Ángel Silva Rubio, su nombre de pila, debutó el 24 de junio de 1945 en un espectáculo por el Día del Indio, donde cantó “La Matarina”. En aquel entonces sus paisanos le criticaron por vestir sombrero, poncho, alforja y ojotas. Le disgustaron su habla con escaso dominio del español y el tono mayor que utilizaba en el canto.

Cuando su popularidad fue mayor, sus amigos le animaron a postular a una beca de estudios en el Conservatorio Regional de Música de Trujillo. “La música es un don que Dios me ha dado. Con el tiempo, he aprendido a ser perseverante y a tener paciencia en el arte”.

Su deseo de vivir del canto lo trajo a Lima, en 1961. Convenció al empresario César Gallegos para que lo probara en el Coliseo Nacional de La Victoria. “Me dijo que si la gente me aplaudía, me pagaba. Canté un tema y los asistentes pidieron que lo siguiera haciendo. Así gané mi trabajo y mi espacio en la capital”.

Después viajó a diversos países latinoamericanos, integrando una delegación artística. Además, actuó en cuatro películas y grabó 18 sencillos, 17 long plays, 5 discos compactos y 5 videos. De las más de 350 canciones que ha interpretado, unas 300 son de su autoría.

Aunque su enfermedad le restaba energías para cantar, los recuerdos y la amistad llenaban sus días de alegría. Como en sus inicios, su espíritu querendón era un bálsamo para la vida.