Indignación y vergüenza ciudadana y cristiana

El  jueves 25 de Octubre, en Lima hemos sido testigos de unos hechos que nos avergüenzan como país y que nos indignan: turbas vandálicas de matones atacando salvajemente a la policía y a quien se pusiera por delante, incendiando vehículos, saqueando comercios,…etc. ¿Razón? Supuestamente el derecho de los comerciantes a permanecer en sus puestos de la popular “exParada” y no aceptar reubicarse en el nuevo mercado mayorista de Santa Anita. Lo peor de todo, los 2  muertos y 43 heridos civiles y los 66 policías heridos.

(Foto: Internet)

Todos los periódicos, las emisoras de radio y los canales de TV sólo tienen ese tema de discusión. Es justo pues es un hecho sumamente grave. Lo que ya no es tan justo es la manera como se está tratando, perdiéndose en mil y un detalles tratando cada persona y cada grupo de llevar las aguas a su molino, de –digámoslo claro- tratar de hacer realidad, una vez más el dicho de “a río revuelto, ganancia de pescadores”. De este modo, una vez más, la sangre derramada es utilizada para intereses subalternos.

Como ciudadanos y como cristianos conscientes tenemos la obligación de apuntar a la causa mayor de estos hechos: la existencia de grandes mafias de negociantes inescrupulosos que se esconden bajo las personas de los comerciantes y de todos los trabajadores que viven en torno al mercado mayorista.

 Son esas mafias informales las que se lucran con la situación actual y que no quieren para nada el orden y el cambio a condiciones mejores para toda la ciudadanía. Lo sabemos bien porque son igualitas (si no las mismas) que hay en el transporte urbano e interprovincial, en los terrenos, en el negociado de la producción y comercialización de medicamentos, y un grande etc.

Y son ellos que, inescrupulosamente, contratan matones delincuentes para defender sus intereses, para crear el caos y para poner a la ciudadanía en contra de quienes quieran poner cualquier tipo de orden. Por supuesto, muchos otros ciudadanos honestos se suman sin darse cuenta que, fundamentalmente, no defienden sus intereses sino los de los peces gordos, los “invisibles”.

Frente a eso, todos los ciudadanos honrados (la inmensa mayoría) deberíamos cerrar filas para aislar a los que se esconden tras los problemas (reales, por supuesto) pero que se aprovechan para generar el caos y hacernos creer que nada puede cambiar porque “se perjudica a los pobres”…

Grave responsabilidad de los líderes y partidos políticos para no jugar feo poniendo sus intereses por encima de los del pueblo (ya lo hemos constatado esta misma mañana, aún fresca la sangre de los muertos y heridos). Hipócritas palabras de condolencias para luego esgrimir argumentos mezquinos.

Grave responsabilidad de los hombres y mujeres de prensa para no regodearse en la “carnaza” (con perdón) de la noticia y deslindar bien lo importante y crucial (el bien de la ciudad y del país) de lo accesorio (si hubo fallos o no en el operativo ¡por supuesto que los hubo! pero es hora de cerrar filas).

Grave responsabilidad de las iglesias para defender, por encima de todo, la vida y la dignidad de las personas (de la mayoría) y no justificar nunca los intereses ocultos por simpatías de un tipo o de otro: educar en la honradez, la honestidad y la justicia, como valores del Reino.

Grave responsabilidad la de las instituciones educativas (escuelas, colegios, universidades…) para educar en valores como la verdad, la tolerancia, la solidaridad, la democracia, el respeto,… desterrando toda práctica dolosa (corrupción, coima…)

Y grave responsabilidad de todas las autoridades, sabiendo que son elegidas no para defender sus ideas o intereses (personales o de grupo) sino para servir al pueblo, a la ciudadanía, con honradez y responsabilidad, buscando lo más necesario en cada circunstancia.

Haríamos bien, todos, en callarnos un rato, unas horas, un día… y meditar seriamente qué parte de culpa nos toca en estos sucesos  y qué debemos hacer para evitar que se repitan. Lo sabemos bien (no seamos ingenuos) hay varias otras bombas de tiempo colocadas. Si no cerramos filas en torno a los graves intereses de la mayoría, las mafias las harán explotar usando cualquier excusa.

Hoy se está jugando una importante batalla para hacer de Lima una ciudad habitable, más ordenada y más humana. Todos, desde el presidente Ollanta Humala hasta el ciudadano de la última choza levantada en el último cerro, tenemos la obligación moral de sumarnos al intento y no ceder ante chantajes camuflados de múltiples formas.

Como cristianos, seguimos manteniendo la consigna válida para todos: ¡ni un muerto más antes de tiempo! (Por: José María Rojo G.)