El rudo arte de ser entrevistado

(Por: Juan Gargurevich) El entrevistado tiene todas las ventajas.. si sabe tomarlas… Hace unos años Gabriel García Márquez fue entrevistado por una reportera de la televisión española conocida por su capacidad de arrancar respuestas. Pertinaz, incisiva, a veces hasta impertinente, fue tejiendo una interesante conversa con el Nobel hasta que llegó a la interrogante crucial:

-¿Y porqué MarioVargas Llosa lo golpeó en la cara?

García Márquez dibujó una sonrisa y se quedó callado mirando fijo a la periodista..

Pasaron dos o tres minutos y la reportera, desconcertada, insistió:

-¿Es que usted no quiere decir nada sobre su famoso incidente con Mario Vargas Llosa?

García Márquez no movió un músculo y su silencio se hizo cada vez más pesado.

-Asumo que le incomoda la pregunta…

Y el gran colombiano preguntó entonces:

-¿Alguna otra pregunta?

Ese diálogo, si así puede llamarse, fue una gran lección de periodismo para los entrevistados que no saben manejarse ante periodistas que los interrogan y muchas veces abruman.

Porque quien tiene siempre la ventaja, sin duda, es el entrevistado porque puede, como hizo el famoso escritor, quedarse callado.

Algo parecido le sucedió al presidente Humala, recordarán, cuando un cargante periodista de la CNN quería arrancarle una respuesta sobre su probable reelecciòn… cuando apenas hacia horas que lo habían elegido.

A Humala no quiso prometer que no se reelegiría y no lo hizo por una sencilla razón: no le dio la gana de ceder ante la presión del coleguita que en verdad se estaba excediendo.

Los anaqueles de las facultades de periodismo están repletos de libros sobre el arte, la manera, los trucos, las mañas, las técnicas de entrevistar.

Pero conozco muy pocos textos que ilustren sobre cómo afrontar una entrevista y resistir a un incómodo entrevistador.

Oriana Fallaci, como saben bien, ha pasado a la historia como la mejor entrevistadora de todos los tiempos porque logró sentar frente a su grabadora a grandes personajes que no se resistieron a su fama y a la garantía de que aquel texto aparecería en cientos de periódicos de todo el mundo.

Sus secretos eran su formidable cultura y la muy prolija investigación previa del entrevistado.

Lo atractivo de sus entrevistas es que no se ocultaba, como hacen muchos, para dejar expresarse al otro.

Entrevistada dijo en una ocasión: “Cada entrevista es un retrato de mí misma. Son una extraña mezcla de mis ideas, mi temperamento y mi paciencia. Todo esto guía las preguntas”.

Esto ¿no altera el clásico género de Entrevista propiamente dicha a trascripción simple de Diálogo entre personajes?

Si es así, es responsabilidad del entrevistado sopesar su interés en la charla.

Es, de otro lado, legítimo que el entrevistado pregunte sobre qué versará la entrevista y si acepta el “todo vale”… allá él.

Pero no hay que olvidar la lección de García Márquez: el derecho a apretar los labios y quedarse callado y que el reportero lo interprete como le dé la gana… igual que hará el lector, oyente o televidente.
Lo que no tiene remedio es la estupidez y la provocación política.

Cuando Fidel Castro pasó por Lima en los años 70 y conversó con los generales velasquistas ofreció luego una tumultuosa conferencia de prensa.

Y un periodista de “La Prensa”, con una mala leche de antología, le lanzó:

-¿Es verdad que el Ché no murió en Bolivia, sino en Cuba?

Castro lo observó largamente y contestó despacio:
-Si su pregunta proviniera de un historiador, de un académico, conversaríamos sobre el asunto. Pero me temo que usted no es más que provocador…

Al día siguiente, claro, el diario afirmó que Fidel Castro se había negado a confirmar que el Ché murió en Bolivia. Pero ese tipo de periodismo, que subsiste, no tiene remedio.