(Por: Germán Torres Cobián) La victoria de nuestra selección de fútbol sobre el equipo de Venezuela, y ahora el pírrico empate frente a Argentina, han estimulado la imaginación de los comentaristas deportivos que se han empeñado en escribir muchas notas petulantes alrededor de tales hechos. Todos intentan convencernos de que de todas maneras estaremos en el Mundial de Brasil. Sin embargo, yo pienso que mejor es revisar la historiografía del fútbol peruano para desvirtuar los conceptos en los que se basan las exageradas expectativas que tenemos al respecto.
Por muy poco aficionado al fútbol que usted sea, seguramente se preguntará porqué Corea, Japón, Nigeria, Camerún o algunos países centroamericanos acuden a menudo a los Mundiales y el Perú no. “¿Cómo es posible – dirá - si siempre hemos tenido grandes figuras? Si usted piensa así, está en un error, usted es una víctima del mito del fútbol peruano.
En nuestro país se ha inventado este mito basado en la intervención de la selección nacional en los Juegos Olímpicos de 1936 y en el Mundial de México de 1970. Porque en las otras tres ocasiones en las que nuestro equipo ha participado en el fútbol mundial (1930, 1978 y 1982), lo hicimos muy mal.
Por otra parte, dos campeonatos en la Copa América (1939 y 1975) nos salvan del capote en este torneo regional casi centenario, y en el que Uruguay, por ejemplo, fue campeón quince veces. En las eliminatorias para el Mundial de Sudáfrica quedamos en último lugar en nuestra zona. ¿Entonces, donde está el prestigio y la gloria del fútbol peruano que pregonan los cronistas deportivos parcializados?
En realidad, en fútbol nunca hemos sobresalido mundialmente; pero ahí está el sonsonete de esa cancioncilla que se compuso hace cuarenta años: “¡Perú campeón, Perú campeón, es el grito que repite la afición!” Esta tonada es la máxima traducción lingüística de esa broma de mal gusto llamada “garra peruana”. Los que hayan visto jugar a Corea contra Italia en los Mundiales de 1966, pudieron acreditar la “garra coreana”; aquellos que vieron a Beckenbauer y compañía contra Italia en el Mundial del 70, comprobaron la “garra alemana”; todos los que visualizaron el último Mundial en Sudáfrica, se dieron cuenta de la “furia española”.
Pero, ninguna quimera puede atribuir “garra” o “furia” a un equipo como el peruano, que no lo tiene. Y, sin embargo, el mito de la “garra peruana” campea por sus respetos y aparece en otras facetas competitivas, cuando en realidad, sólo hay tres deportes que nos han proporcionado satisfacciones de dimensión internacional: el ajedrez con Esteban Canal, Orestes Rodríguez, Oscar Quiñones, Julio Granda y los hermanos Cori; el vóley en las Olimpiadas de Seúl, y el surf con Sofía Mulanovich. Si ustedes rebuscan en su memoria, comprobarán que la historia de nuestro fútbol es una retahíla de “conjuras” antiperuanas, lesionados, frivolidad y autojustificaciones que nos lleva a tener la sensación de que el equipo peruano siempre ha tenido malos entrenadores, que ha jugado contra rivales de veinte jugadores, contra malos arbitrajes, con el campo en malas condiciones, o contra el mal clima…
Otro argumento mitológico es la supuesta grandeza de nuestros jugadores en el extranjero. En realidad, en más de un siglo de práctica futbolística, sólo escasos jugadores peruanos han tenido una auténtica cotización internacional: Seminario y Sotil en el Barcelona de España; Cubillas en el Oporto lusitano; Víctor Benítez en el Milán; Juan Joya en el Peñarol; Julio Meléndez en el Boca Juniors; y algún otro que ahora olvido…
El propósito mitificador del fútbol peruano subsiste porque de él viven oscuros intereses de los dirigentes de los clubes, de las ligas y de la prensa chicha que, en general, tiene un nivel crítico bajísimo y que irresponsablemente fomenta una tendencia al patrioterismo del hincha del que se nutren los principales despropósitos de nuestro peculiar irracionalismo. Si a todo esto sumamos que el fútbol ha sido una salida de la pobreza para muchos seleccionados, comprenderéis vosotros porqué nuestros futbolistas corren y corren para que nadie pueda decirles que no sudan la camiseta, pero lamentablemente, con pocos resultados positivos.