Por: Germán Torres Cobián
Chimbote en Línea (Articulistas).-Con este asunto del fin del mundo que se anunció para el 21 de diciembre, buena parte de la vecindad chimbotana está perturbada, neurasténica. Y de paso también me han puesto nervioso a mí, sobre todo cada vez que me lo recuerda alguno de los tantos haraganes conocidos con los que me topo por las calles del puerto. Estoy patidifuso. No me puedo sentar a gusto en ninguna silla, cambio de asientos, estoy en constante movimiento.
No obstante, es peor y más preocupante el hecho de que me ponga nervioso por una predicción en la que yo no creo. Hace muchísimos años que un servidor vuestro ha dejado de tener fe en dioses, charlatanes, agoreros y profetas. Ahora, más bien, me he convertido en un símil de los nihilistas rusos del siglo XIX; aquellos que no creían en nada, salvo en Tolstoi. Yo tampoco creo en nada excepto en los clásicos del arte y la literatura universal y en la buena gente.
Tampoco creo en los charlatanes, también llamados Devotos del Divino Blablablá, esos sujetos que han nacido con el don de la locuacidad, dolencia que convierte al que lo padece en incapaz de contener la lengua cuando uno quiere hablar. Suelen ser unos desvergonzados que se dedican a parlotear en los medios de comunicación replicando la voz de sus amos. Se parecen a los filósofos cínicos presocráticos cuya defectuosa visión les hacía ver las cosas como ellos querían verlos y no como eran en realidad.
Un filósofo cínico llegó a decir que la nieve era de color verde. Los escitas acostumbraban a arrancarles los ojos a los cínicos para mejorarles la visión. Los charlatanes, cuando quieren vivir y vestir bien, suelen vender su conciencia y convierten su elocuencia en moneda contante y sonante.
Menos creo en los agoreros. A pesar de que la NASA ha desmentido la posibilidad de que nuestro planeta estalle en mil pedazos, aún andan por allí dando charlas y escribiendo; pero han aggiornado sus propuestas; ahora resulta que cada equis años, el Sol se acerca un poco más a la Tierra y una tormenta solar nos puede hacer desaparecer…
Yo creo que, ante las noticias del fin del mundo, lo mejor que puede hacer un hombre racional y optimista es dedicarse a leer los comentarios que andan circulando por las redes sociales sobre el tema. Por ejemplo, un Obispo chileno sugiere que “hay que creer en el apocalipsis maya”, que los cristianos deben donar sus pertenencias a la Iglesia, que él se encargará de “rezar eternamente por ellos”.
El Gobierno ruso, por su parte, se ha tomado en serio el llamado Armagedón y ha habilitado un número de teléfono atendido por psiquiatras y psicólogos para calmar las ansiedades y angustias de los rusos ante tal evento. Un empresario ha vendido 21 modelos de su arca de Noé preparado para sobrevivir a la hecatombe, al precio de 600 mil euros cada uno. Un madrileño, ha creado un nuevo calendario maya para 2013, adornado cada mes con una bellísima y escultural mexicana sin ropa. Los está vendiendo más rápido que el “combinado” chimbotano en barrio de pobres.
En fin, lo que más me preocupa es que después de toda esta cháchara, aún sigo andando nervioso, intranquilo y ya he empezado a hablar conmigo mismo en voz alta por la calle: “¿Está usted enfermo, señor?”, me pregunta un anciano que se cruza conmigo y me observa atentamente. “No, es que me quejo”, le contesto. “¿De qué se queja usted, del fin del mundo?”, replica. “Del fin del mundo no, eso me lo paso por las narices -le digo-, de lo que me quejo es que el próximo año que ya está encima, es decir, aquí y ahora, tendremos las mismas autoridades locales y regionales y continuarán los crímenes y la corrupción”. Y sigo mi camino mirando en mi celular el calendario y la hora para comprobar cuánto tiempo nos queda para terminar este jodido 2012…