El Copé para Fernando Cueto y para Chimbote

(Por: Ricardo Ayllón)  Con el correr de las décadas, el Premio Bienal Copé, organizado y convocado por Petroperú, se ha convertido en el galardón nacional más importante concedido a la creatividad literaria. De ser un concurso restringido a los escritores peruanos, pasó hace pocos años a ser un certamen internacional, y durante el tiempo de su permanencia ha otorgado un importante halo de popularidad a la mayoría de sus ganadores, mientras que a los que ya son conocidos les brinda la oportunidad de ver ratificada su calidad literaria.
En Chimbote, lo ganó en 1983 nada menos que Óscar Colchado Lucio con su cuento “Cordillera Negra”, y hace poco, en el 2007, la joven Denisse Vega Farfán se alzó con una merecida Mención Honrosa en Poesía.

Así también, otros hijos de Chimbote, como Antonio Salinas y Dante Lecca, tuvieron la posibilidad en su momento de resultar finalistas en él.

fernando cuetoEl que Fernando Cueto haya obtenido ahora el Primer Premio en Novela, hace no solo que Chimbote se ubique en la palestra de la literatura nacional, reafirmando la joven tradición de mostrar a sus hijos como verdaderos artistas de la palabra, sino también que nuestra ciudad ingrese con pie firme en la novela, uno de los géneros más laboriosos, serios y –como el buen vino– de ardua y paciente maduración. Porque es solo con trabajo denodado, un gran sustento intelectual y una férrea disciplina como se logra levantar las paredes de una buena y sólida novelística.

Y Chimbote cuenta con un joven pero indiscutible corpus en este género: luego de que Arguedas (“El zorro de arriba y el zorro de abajo”) y Thorndike (“El caso Banchero”) pusieran a Chimbote ante los ojos del mundo, novelas trabajadas al interior de nuestra ciudad empezaron a aparecer desde la década del 70, como “Mediodía” (1970) de Julio Ortega, “La tarde de toros” (1974) de Óscar Colchado, “Agnus del pueblo” (1987) de Fredy Loarte, “Ciriaco, el último profeta” (1987) de Julio Arellano Rodríguez, “Aroma” (1997) de Víctor Sagástegui, o las primeras entregas del propio Fernando Cueto, como “Lancha varada” (2005) y “Llora corazón” (2006).

Sin embargo, existe también otro número importante de novelas chimbotanas escritas desde fuera, es decir, con contenidos concernientes a nuestra ciudad o producidas por narradores de procedencia chimbotana pero con residencia en Lima u otras localidades del planeta.

Las más representativas aquí son: “Leyenda del padre” (2001) de Miguel Rodríguez Liñán, residente en Francia; la novela infantil “Mi amigo Juno” (2006) de Francisco Vásquez León, con estancia en Suecia; “Cuando cayó la noche” (2006) del ya mencionado Víctor Sagástegui, residente también en Francia; la conocida “Alejandro y los pescadores de Tancay” (2004) y su secuela “Los apuntes de Alejandro” (2009) de Braulio Muñoz, quien vive en EE.UU.; así como la reciente “Hombres de mar” (2011) de Óscar Colchado, que desde hace mucho se encuentra en Lima.

Se trata pues de un sustento novelístico que nos informa de un camino nada nuevo en este género, pero que, según nos revela el anterior recuento, empieza a tomar cuerpo, a madurar y consolidarse en la última década.

Sobre esta base, no me cabe la menor duda de que “Ese camino existe”, el libro de Cueto galardonado por la Bienal Copé de Novela, seguirá revelando a ese laborioso artífice de las técnicas modernas de narrar y al versátil operador de diálogos y monólogos interiores como es su autor, virtudes que éste mostró con nitidez en “Días de fuego” (2008), su más reciente novela publicada, la misma que le sirvió, sin embargo, para tomar distancia de Chimbote como escenario de los sucesos relatados, lo que parece ocurrir también en “Ese camino existe”.

Pero esta es una noticia que a los chimbotanos no nos debe entristecer, sino todo lo contrario, debe hacernos pensar que con ello Cueto amplía el marco de su espectro narrativo y, por ende, la posibilidad de ganar más lectores en el resto del Perú. No me cabe la menor duda de que así será.