¡A dieta!

(Por: Ricardo Ayllón - El Ornitorrinco) La cosa empezó hace exactamente dos semanas con unos mareos por la madrugada. Me levanté a orinar y sentí que el mundo claroscuro de esas horas se zangoloteaba a mi alrededor, como si estuviera montado en un tiovivo descompuesto. Tuve que apoyarme en las paredes para avanzar hacia el baño y hacer el uno sacudiendo la cabeza, imaginando que todo aquello no era más que un vulgar inconveniente de equilibrio.

 

Pero la cosa se repitió madrugada tras madrugada (y también durante el día o las tardes si sometía a mi cuerpo a algún esfuerzo desavisado). Pues bien, tras aceptar el abuso con las comidas durante el último año y medio de mi vida en Cajamarca, donde anduve comiendo de lo más negligente, siempre rico y radicalmente aderezado, sospeché que podía tratarse de ese problema moderno (junto con el estrés, la depresión y otros males que ahora todo el mundo contrae solo para andar a la moda) que es el colesterol.

Y no me equivoqué: fui a la clínica donde un doctor con cara de viejito bueno me hizo sacar la lengua varias veces, me metió una linternita entre los ojos, midió la presión con aquel endiablado jebe que ajusta el brazo insensiblemente mientras él aprieta una bombilla, y probó mi equilibrio haciéndome caminar sobre una rayita trazada en el piso: “Tienes que hacerte análisis de sangre”.

…¡Y con lo que me gustan las agujitas! Ese mismo rato dejé que me pincharan y que mi bermejo fluido llenara dos frasquitos en el laboratorio de la clínica. Anteayer mismo acudí por los resultados. Con el sobrecito lacrado en el que me los entregaron volví directo al médico. El diagnóstico: hígado graso, 240 mg/dl de colesterol (lo normal es 200) y 240 de triglicéridos, cuando lo justo es 150.

El doc me dijo que no era para alarmarse, no serían necesarias las pastillas y “con una buena dieta, suficiente”.

Así que vaya usted con la nutricionista, una señora de mi edad que hablaba enredado pero a quien, gracias a su excelente caligrafía, le entendí muy bien el régimen manuscrito en dos páginas con lo que debía comer todo el día y donde abundan los edulcorantes, panes sin levadura, verduras crudas, sachainchis y carne de pavita…

Y donde (no está demás redundar) están autoritariamente prohibidos los dulces, carbohidratos y frituras… o sea, lo más tentador de la gastronomía nuestra… ¡snif!

Y aquí ando ahora, militando en el combativo ejército peruano contra los triglicéridos y el colesterol.

Pese a los ejercicios interdiarios y el salir a correr algunas madrugadas, los lípidos me estaban ganando la batalla: grasa en las venas, en los tejidos, en las células.

Se lo conté a mi familia, y la primera que se interesó fue mi madrecita en Chimbote, pero más que por mi salud, por “la dieta que te han recetado, hijo, ¿será parecida a la que hace mi comadre Luz para bajar de peso? A ver si me la envías para mostrársela; también a la vecina Sara, ella también está mal del colesterol, hijito”.

Y la vecina Sara le habló de mi dieta a su esposo, y su esposo a los compañeros del colegio nocturno donde es profesor; y mi mamá, a la familia materna. Y mis tíos, a sus amigos y a sus compañeros de trabajo… y mi dieta ya debe ser de conocimiento público, y a estas alturas hasta Barack Obama debe haberse enterado.

Por eso he decidido (con el riesgo de que mi nutricionista me acuse de infidente) compartirla por aquí para que todos sepan de una buena vez no solo lo que consumo a diario, sino que –como ha hecho mi madre– a ver si ustedes la muestran también a sus comadres y vecinos, y les ayuda en algo. Total, colesterol y triglicéridos tenemos todos.

Va la dietita por si se animan a seguirla:

En ayunas: un vaso de agua tibia, o sea agua hervida, ¿ok? (ese “okey” lo dijo verbalmente la nutricionista, no yo).

En el desayuno: extracto o jugo de yacón con piña y apio, sin azúcar; un vaso de leche light con edulcorante (o stevia en polvo) al que hay que ponerle una cucharada de harina de linaza + ajonjolí + sacha inchi (remover todo); un pan sin levadura (árabe, que también le llaman), y dos claras de huevo (recambiables durante la semana por jamón de pavita o mermelada dietética).

A media mañana: una fruta (que no sea plátano, mango, uvas, melocotón, chirimoya, pasas, guindones, higos, ni tuna… las pobres son muy dulces) y una taza de té verde sin azúcar (aggg…).

En el almuerzo: un vaso de infusión cinco minutos antes; sopa de verduras con pollo, sin fideos, arroz, ni papa; segundo: pescado o pollo o pavita o lechón (sancochado o al horno) acompañado de arroz, papa o yuca.

Y aquí viene lo mejor: ¡se puede comer pollo a la brasa!, aunque sin papas fritas, ni piel; luego: cualquier tipo de ensalada, pero sin betarragas ni zanahorias; refresco natural (con edulcorante) y/o infusión.

A media tarde: una fruta acompañada de una porción pequeña de nueces, pecanas o almendras (están carísimas las condenadas), y té verde (…guácala, otra vez).

Y en la cena: emoliente o infusión, sopa de verduras con presa, gelatina dietética y refresco natural (siempre con edulcorante).

A ver si pueden, yo ya me estoy haciendo al dolor.