Es curioso que, en tanto que en España se ha empezado a abolir tan aborrecible costumbre, y la Asamblea Legislativa de México va a discutir su prohibición, en el Perú, a pesar de las numerosas protestas de organizaciones ecologistas y protectoras de animales, seguimos conservando esa tradición impuesta por la colonización y la conquista.
El año pasado, mientras se discutía en el Parlament de Catalunya la proscripción de la lidia de toros en la Comunidad catalana, hubo en España un apasionado debate en torno a esa anacrónica tradición española.
En tal polémica intervinieron políticos, científicos, intelectuales, toreros, empresarios, aficionados, etc.Unos eran partidarios y otros eran detractores de la lidia. Incluso, Mario Vargas Llosa (MVLl) se incorporó a la discusión con su artículo “Torear y otras maldades” (El País, 18/04/2010).
La mayoría de los argumentos de los adeptos a la lidia eran redundantes y fueron brillantemente refutadas por los contestatarios de la tauromaquia. De su lado, MVLl reunió en su crónica todos los clichés y lugares comunes que existen en pro del toreo y que ya han sido impugnados muchos años antes de que la escribiera (ruego ver mi artículo “La abominable ‘fiesta’ de los toros”, La Industria de Chimbote, 04/11/2006).
Pero añadió una novedad: para justificar su posición a favor de las corridas, el autor de “La Casa Verde” minimizó el sufrimiento del toro durante la faena comparándolo con el supuesto padecimiento de los crustáceos. Si sabemos que éstos animales son inferiores en la escala zoológica y poseedores de un sistema nervioso rudimentario, ¿cómo puede MVLl aseverar tan alegremente que las langostas son sometidas a un tratamiento “infinitamente más cruel que un toro de lidia en una plaza”?, ¿cómo puede aventurar un intelectual de la categoría de MVLl, que las langostas sienten miedo y dolor cuando son arrojadas en la olla hirviente? Es de conocimiento casero y científico que un crustáceo cae fulminado en menos de un minuto después de ser echado en una olla en ebullición. La lidia de un toro dura aproximadamente media hora durante la cual el astado demuestra que sufre, siente dolor, desasosiego, terror, stress…
Por otra parte, los toreros presentaron la novedad de que “la lidia es una lucha de igual a igual entre el toro y el matador” y que, en todo caso,” el toro muere con dignidad”.
Esto es una falsedad dado que el toro, antes de entrar al ruedo, es sometido a varias prácticas para disminuir su capacidad ofensiva: se le embadurna los ojos con vaselina para dificultarle la visión de los movimientos del torero.
Se le liman las puntas de los cuernos, para hacerlo menos peligroso; se le pincha con la divisa del ganadero y empieza a sangrar; durante la faena, en los tercios de varas y banderillas se le destrozan importantes vasos sanguíneos situados en el lomo y se desangra poco a poco. En la faena de capote, el toro ya es casi inofensivo.
Y el torero puede entrar a matar y rematar su “hazaña” con gran ventaja y no de igual a igual. ¿Puede morir con dignidad un animal que ha sido burlado, herido, rasgada su piel,quebrantadas sus vértebras, desangrado por fuera y por dentro, mientras el populacho brama de satisfacción?
En septiembre de 2010, culminando una Iniciativa Legislativa Popular respaldada por medio millón de firmas, el Parlament de Catalunya, en actitud racional y por votación mayoritaria, puso fin a 624 años de tauromaquia, una detestable tradición que se había iniciado en 1387, durante el reinado de Joan I en Aragón.
Se espera que el ejemplo cunda en el resto de la península ibérica, dado que la sociedad española está cada vez más concientizada con los derechos de los animales. Se adhiere a este artículo la Asociación Protectora de Animales de Chimbote (Apachi-Perú).