¡Qué encanto tienen tus ojos!

Chimbote en Línea (Por: Guillermo Martínez)  Hace unos días tarareo esta canción sin cesar. Se desliza el sonido como el aire por mi cuerpo. Siento que resuenan las zampoñas en mis sienes; la percusión de los tambores de un malambo acelera el torrente de mi sangre. Cómo viaja la armonía por los recuerdos y te vuelvo a ver entre la gente, volteando de rato en rato a verme y sonreír de un modo que sólo yo puedo notarlo.

La primera vez fue en el sindicato de empleados de Sider. “Qué encanto tienen tus ojos o que misterios del cielo”. Había tanta gente que apenas podíamos vernos, pero lo conseguimos. Los pocos metros de distancia entre nosotros estaban cubiertos por una multitud de gente.

No sé qué acto político había; tal vez la visita de algún dirigente del comité central del partido de mi Papá (y del tuyo); tal vez en el aniversario de alguna revolución de Europa del Este; tal vez el Primero de Mayo; de lo que sí estoy seguro es que los dos estábamos ahí y que yo recién pude ver el encanto de tus ojos en medio de la música que tocaba los hermanos Quezada de la agrupación Llacta Shimi. “…que si me miran me matan... ¡viday! Si no me miran me muero”.

 A fines de los 80 los locales comunales de los barrios encendían sus luces de noche. “Desde el hondo crisol de la patria se levanta el clamor popular”. En esta parte del Perú. En todo Chimbote: de Cambio Puente a Vinzos; de Villa María a La Victoria; todos los aniversarios, la juramentación de nuevas directivas, las picaronadas pro navidad del niño, polladas pro fondos de electrificación del barrio, pro veredas, pro capilla, pro escuela, se amenizaban con un cartel de grupos-de-música-folklórica-latinoamericana que ostentaban los nombres más combativos y telúricos: Allpa Kallpa, Vinshacunas, Sonqo Llacta, Sikuri, Víctor Jara, y los pequeños Shoncollay. “Ya se anuncia la nueva alborada todo el mundo la empieza a cantar”. Una guitarra, un charango, una zampoña, una quena, un bombo, un huiro y una pandereta bastaban para hacer de cualquier reunión una verdadera fiesta. Noches enteras de melodías con contenido que se coreaba con los puños en alto. "Venceremos, venceremos, mil cadenas habrá que romper".
 
Solías venir con tu Papá y un hermanillo avispado que –apenas bajaba de la bicicleta en que llegaban los tres- no se quedaba quieto ni un sólo instante y ponía en peligro lo nuestro. Tu cabello, ora recogido en larga trenza, ora apenas atado en media cola, hacía su rol de cómplice pues entre sus rizos se escondían tus miradas; desde la tenue maraña de esas hebras claras brillaba la luz de tus ojos como luceros muy lejanos, de rato en rato –pero encendidos siempre.

“Ay, mi corazón está empezando a padecer desde que yo te conocí, mi dulce bien”. Yo moría de ansiedad si al llegar a cada acto cultural o político, no veía esa bici familiar recostada a alguna de las paredes; si no veía llegar a tu padre con el cuello alto de su chompa de Pescaperú y el rechinar de sus botas industriales. Pues tú venías siempre a su lado. 

“En las calles, en las plazas encontrarán nuestros pechos”. Debajo de las pesadas cobijas del año 1989, los noventas despertaron temprano con el sonido de explosiones. Mientras se desplomaba el muro de Berlín y la Perestroika parecía una sonata para el fin del bloque soviético, caía la represión sobre muchedumbres descontentas e indignadas en cada rincón del país. Los locales sindicales de la ciudad obrera de Chimbote estaban repletos de voluntad de paro, de huelga de hambre. “Escribo tu nombre en las paredes de mi ciudad”. Nos graduábamos en la inocente sedición de pinturas nocturnas, nos conocíamos y nos mezclábamos en federaciones sindicales, obreras y barriales. Aprendimos sobre la contundencia de la vara policial, la resistencia al gas lacrimógeno y la verdad heroica de la detención policial. “Hemos venido de lejos a exigir nuestros derechos”.
 
El repertorio de Sonqo me gustaba tanto. No había una quena mejor que la del Sigi Velasquez, del grupo Víctor Jara. Puedo llorar recordando la emoción descalza de unos felices Sicuris de Villamaría, que subían a los micros celestes del Túpac Amaru, verde agua del San Antonio o moraditos  del José Gálvez, para alegrar la odisea de nuestra miseria en cada arenal, en cada barriada, en cada lodazal de sanguaza, de nuestras urbanizaciones progresivas, pueblos jóvenes, asentamientos humanos y emergentes invasiones de patriotas esteras y banderitas peruanas.

Yo me acuerdo bien del mitin de cierre de la campaña presidencial. Delate de todos, la flaca llevaba el cartelito de la letra “I”. Tú traías el cartelito de la letra “U”. Detrás sonaba el himno del partido, con charango y bombo. Las banderolas de la campaña presidencial las traía nuestro candidato tomado del brazo del buen Javier, que balanceaba su cuerpo; también al barbudo tío Hugo y el Doctor Jorge, junto a todos nuestros dirigentes.

“Qué le han hecho a esta Miguela, que manera de danzar. Las tristezas se le vuelan, mejor si no vuelven más”. Que linda te veías. Yo pasaba cerca de ti más de lo necesario, repartiendo los volantes a la gente que aplaudía. Al finalizar el mitin pudimos por fin estar más cerca. Tus ojos brillaban como la primera vez, como todas aquellas veces en que aprendíamos poco a poco a querernos. “Al vuelo de su pollera levanta la tempestad. Miguela quiere bailar, Miguela quiere bailar”

Poco he vuelto al puerto durante mi temporada en la universidad. Traía a veces mis volantes estudiantiles de la capital en la picsha de lana que colgaba de mi hombro. Ya no vendrías subida en la bici con tu padre. Habrías crecido seguro, tanto como yo. Extrañaba verte y de manera disimulada te buscaba entre la gente. Sin preguntar, trataba de reconocerte en algún indicio, creía verte en los muros de la vergüenza, en los lavados de bandera, en las protestas por re elecciones fraudulentas durante aquella violenta y corrupta dictadura. “Cuando no estás, mi hijo, como te espero. Es el miedo, un gusano, me roe y come. Apenas abro un diario, busco tu nombre”.

El invierno del fin del siglo acabó. Fue tan crudo que muchos amigos de este puerto no llegaron a sobrevivir y otros fueron apartados a sibéricos confines. Pudimos volver cuando por fin asomó el primer sol de las flores de la democracia. “Vamos a cerrar el cráter de la bomba, vamos a ponerle nombre a tantas cruces, vamos a borrar de las personas la horrible cicatriz que hoy día lucen”.

Entonces vi a Don Pablo. Tu padre me entendió de inmediato y sin haberle hecho yo la pregunta me contó que viajaste para estudiar en la universidad y ya no habías regresado. No había alegría en sus ojos. Me quedé en silencio junto a él y noté entonces que tampoco estaba a su lado tu hermanillo que lo alborotaba todo. Don Pablo ya no tenía ni la bici, ni sus botas, sólo se descoloría sobre sus hombros la chompita proletaria de Pescaperú.

El año 2002, se cerró aquel libro. Sonqo, el último de los grupos-de-música-folklórica-latinoamericana anunció el lanzamiento de un nuevo disco que grabarían en vivo. Fue su último disco y concierto; fue el final de más de treinta años de arte popular en Chimbote. Se habían juntado los que ya migraban, los que mangueaban en las calles, los que vieron desaparecer a público tras las rejas o bajo la tierra, para despedirnos a todos.

Los hermanos Reyes, los hermanos Huamán, Jovan, Henry Johnny y Erick abrieron la noche en una tropa de Sikuris, sellando así décadas de olvido. En medio de un lleno total del Cine Chavín, estábamos otra vez los dos. Tú y yo. Juro que te veía desde mi butaca a tres filas detrás de ti, todo volvió a ser como al principio. Nuestros ojos se abrieron paso en aquella semipenumbra y atravesaron a la gente para dejarnos volver a aquel romance. Al final no sé si saliste primero.

Te perdí en la montonera y me quedé como un niño que suelta a mamá en la feria. Me acerqué al teléfono público de la esquina; me pareció distinguirte y avance hacia ti, pero no eras. Luego la calle se fue quedando solitaria y nunca más te volví a ver. Sólo hasta hoy que tarareo esta canción y apareces intacta. Como si fueras de carne y hueso; como cuando nuestros padres nos llevaban de la mano a aprender aquello que jamás olvidamos. “Yo no quiero que me quieras tampoco que me aborrezcas solo quiero que recuerdes... viday! lo mucho que te he querido”

 

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