La Palabra de Dios es capaz de transformar nuestras vidas

Chimbote en Línea.- En mis múltiples visitas a las comunidades cristianas, tanto en el mundo rural como el urbano, he podido constatar el desconocimiento de la Palabra de Dios.

Muchos de nuestros bautizados, no han tenido acceso a las Sagradas Escrituras y al desengancharse de la vida eclesial tampoco han oído la proclamación de la Palabra en la celebración litúrgica.

El mes de setiembre es el Mes de la Biblia y los hermanos separados nos dan una lección que los católicos deberíamos aprender. Ellos sí se acercan a su templo y conocen de memoria muchas páginas de los Libros Sagrados. Los católicos, en cambio, sumergidos en la indiferencia, consideran que es una pérdida de tiempo la participación en las Asambleas Eucarísticas.

La celebración dominical podría ser un momento de encuentro con la Palabra de Dios y también con la persona de Cristo, su Eterna Palabra. Algunos han adquirido una Biblia, preciosamente editada, que se ha convertido en un adorno más en la estantería del salón.

La tragedia que vive nuestra Iglesia es ésta: una gran mayoría vive al margen de la parroquia, a la que conoce únicamente en el sepelio de algún amigo o familiar.
La Palabra es capaz de transformar nuestras vidas y de arrancar la ignorancia que atenaza nuestros corazones. Los creyentes sabemos que en la liturgia, el Espíritu Santo abre nuestros corazones hasta convertir la Palabra de Dios en norma y ayuda.

Siempre, pero sobre todo en el Día del Señor, la liturgia nos entrega un mensaje actual y vivo y es el lugar donde celebramos los misterios fundamentales de nuestra fe.
Si no asistimos a Misa, si no meditamos las páginas de la Biblia, si no participamos en algún grupo de reflexión cristiana, seremos proclives al agnosticismo o nos volvemos presa fácil de las sectas.

La renovación pastoral de nuestra Diócesis debe comenzar por el conocimiento de la Revelación y por la vivencia de la fe. Si los sacerdotes insistimos en la importancia del Día del Señor muchos fieles descubrirán la riqueza espiritual de la mesa de la Palabra y de la mesa de la Eucaristía.
 

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