Mensaje del Obispo de Chimbote por Fiestas Patrias 2013

(Por: Mons. Ángel Francisco Simón Piorno) Por un Perú verdaderamente libre y soberano.  Celebramos un año más el Aniversario de la Independencia del Perú; y al mismo tiempo que contemplamos maravillados la gesta emancipadora, sin duda alguna la página más brillante de la historia nacional, detenemos también nuestra mirada en el presente, intentando descubrir que nos depara el futuro, siempre incierto, siempre enigmático.

Hace 192 años, nacía el Perú libre y soberano, como síntesis hermosa de dos imperios y del encuentro de dos mundos. En 1821 se iniciaba una nueva etapa en la vida de nuestro país, imbuida de ideales de justicia, de progreso y de libertad.

La historia de la República, sin embargo nos ha ofrecido con frecuencia lecciones tremendas de regresión y de injusticia flagrante. Los pobres no han desaparecido y los excluidos constituyen una gran mayoría.

La frase que acuñó España: iVale un Perú!, expresión que durante la Colonia encandiló a mercaderes y emigrantes, alucinados por el mito del oro y la ambición de riqueza, no deja de ser dramática, si tenemos en cuenta que al inicio del Siglo XXI miles de peruanos viven en el exterior donde trabajan y buscan mejores condiciones de vida.

El Perú del siglo XXI presenta aún heridas sangrantes: el difuso malestar ante un país que crece, pero que aún sigue alimentando ingentes bolsas de pobreza; la inseguridad ciudadana, que convierte la vida en una mercancía que se compra y se destruye; la corrupción de hombres públicos, que sin pudor alguno, convierten sus cargos en fuente de riqueza personal; la explotación inmisericorde de los recursos naturales y el deterioro de la naturaleza; el déficit de credibilidad que se observa en la sociedad.

Estas son realidades lacerantes que nos interpelan a diario. El Perú será verdaderamente libre y soberano, cuando todos sus hijos sean reconocidos en su dignidad, tengan un trabajo que posibilite la subsistencia de las familias, el día que desaparezcan los mendigos de nuestras calles y plazas.

Las recientes muertes acaecidas en nuestra ciudad nos recuerdan cuán largo es el camino que tenemos que transitar, si de verdad queremos ser reconocidos como cristianos. Todavía somos caricaturas de lo que es un discípulo de Jesucristo el Señor.

La fe no es una reliquia del pasado. La fe desencadena un dinamismo impetuoso llamado a activar los carismas que cada uno hemos recibido. La fe nos dice que no somos imprescindibles, pero sí necesarios en el cuerpo social, si ponemos al servicio de los demás los carismas que hemos recibido.

La fe en Dios y la confianza en nuestro país han de darnos entusiasmo en la tarea; paciencia, en el trabajo con los jóvenes; preocupación por los excluidos; gusto por atender a los más dolientes de la sociedad; alegría de vivir, no en confrontación y discordia, sino como un solo corazón y una sola alma al interior de nuestra comunidad.

Que los hijos del Perú puedan repetir con el Salmista: “me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad”

La fe renovada abrirá nuestra boca, para cantar con ilusión nuestro Himno Nacional. La fe no es otra cosa que el amor sorprendido y admirado de las grandezas y maravillas que Dios hizo en favor nuestro. Junto al alto vuelo de la alabanza, practicaremos también el vuelo bajo de la petición y de la súplica por nuestros pecados, por nuestras indiferencias, por nuestras insensibilidades, por nuestra sordera ante el grito de los humildes. (Publicado en el periódico diocesano Mar Adentro)

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