Historia del periodismo amarillo

pultizerChimbotenlinea.com (Laverdaonlinea.com)  Mucha gente habla de amarillismo. Sin embargo, pocos saben cuál fue el origen del término. Y para entender algunas cosas, siempre hay que volver a las fuentes.

A fines del siglo diecinueve, el denominado periodismo de masas estaba en su apogeo. Por ejemplo, en Estados Unidos, los grandes diarios alcanzaban tiradas de un millón de ejemplares y salían, como mínimo, dos veces al día.

Al frente de quienes impulsaron semejante transformación (el nacimiento del periodismo moderno) están dos nombres que pasarían a la historia. El primero y probablemente más conocido, Joseph Pulitzer (el señor del premio), dueño del diario “World”; el segundo, algo tapado por el paso del tiempo, Randolph Hearst, quien tenía a su cargo la marca “Journal”; ambos medios lideraban en el ambiente periodístico de New York; es decir, prácticamente dominaban el mundo.

En determinado momento, “World” y “Journal” entraron en una batalla feroz que casi los destruye. Se robaban periodistas, exclusivas, bajaban el precio de tapa (llegaron a cobrar sólo un centavo por ejemplar), tan ridícula fue la contienda que terminaron publicando la misma historieta: “Hogan´s Alley”, escrita por Richard F. Outcault.

 ¿Por qué hicieron eso? Porque Hearst contrató al escritor pagándole una fortuna (directamente lo “robó”), pero Pulitzer seguía teniendo los derechos de la tira.

Extremadamente popular en su tiempo y protagonizada por un extraño niño que andaba siempre en ropa de cama, “Hogan´s Alley” fue una de las primeras historietas que salieron en colores.

 ¿Adivinen de qué color era el traje de dormir de la caricatura en cuestión? Acertaron: amarillo.

La incoherente situación de dos diarios poderosos publicando lo mismo, derivó en el uso del concepto amarillo para conceptualizar al mal periodismo o periodismo sensacionalista.

Moraleja: Unos de los primeros derrapes del mundo periodístico se debió, justamente, a peleas entre colegas.

Es lo que está pasando hoy. Claro que, salvo excepciones, los dueños ya no dan la cara; es decir, cada vez son menos quienes firman sus notas. Esa es la gran diferencia con los popes de entonces.

Pulitzer y Hearst que, además pertenecían a generaciones distintas, hicieron desastres pero pudieron revertirlos por una cuestión no menor: Firmaban.

Hoy los “dueños” suelen mandar a pelear a su tropa. Y hasta el título de propiedad parece estar cuestionado. Porque si el gobierno o un municipio te mantienen con publicidad oficial, ¿quién es el verdadero jefe?

Las grandes corporaciones (el estado entre ellas) están usando a los periodistas como carne de cañón. Los enfrentan en guerras que no les corresponden y, por supuesto, nada tienen que ver con el ejercicio de la profesión. Poco a poco, el periodismo se acerca a la publicidad.

Es lo que los gobernantes y muchos empresarios quieren: profesionales que “vendan”, no que escriban o hagan pensar.

Yo convivo con ambas profesiones y sé algo: pueden existir ambas, lo que no se puede hacer es confundirlas. (Escribe Omar Bello, Argentina)

Historia del periodismo amarillo

Chimbotenlinea.com (Laverdaonlinea.com)  Mucha gente habla de amarillismo. Sin embargo, pocos saben cuál fue el origen del término. Y para entender algunas cosas, siempre hay que volver a las fuentes.

A fines del siglo diecinueve, el denominado periodismo de masas estaba en su apogeo. Por ejemplo, en Estados Unidos, los grandes diarios alcanzaban tiradas de un millón de ejemplares y salían, como mínimo, dos veces al día.

Al frente de quienes impulsaron semejante transformación (el nacimiento del periodismo moderno) están dos nombres que pasarían a la historia. El primero y probablemente más conocido, Joseph Pulitzer (el señor del premio), dueño del diario “World”; el segundo, algo tapado por el paso del tiempo, Randolph Hearst, quien tenía a su cargo la marca “Journal”; ambos medios lideraban en el ambiente periodístico de New York; es decir, prácticamente dominaban el mundo.

En determinado momento, “World” y “Journal” entraron en una batalla feroz que casi los destruye. Se robaban periodistas, exclusivas, bajaban el precio de tapa (llegaron a cobrar sólo un centavo por ejemplar), tan ridícula fue la contienda que terminaron publicando la misma historieta: “Hogan´s Alley”, escrita por Richard F. Outcault.
 ¿Por qué hicieron eso? Porque Hearst contrató al escritor pagándole una fortuna (directamente lo “robó”), pero Pulitzer seguía teniendo los derechos de la tira.
Extremadamente popular en su tiempo y protagonizada por un extraño niño que andaba siempre en ropa de cama, “Hogan´s Alley” fue una de las primeras historietas que salieron en colores.
 ¿Adivinen de qué color era el traje de dormir de la caricatura en cuestión? Acertaron: amarillo.

La incoherente situación de dos diarios poderosos publicando lo mismo, derivó en el uso del concepto amarillo para conceptualizar al mal periodismo o periodismo sensacionalista.

Moraleja: Unos de los primeros derrapes del mundo periodístico se debió, justamente, a peleas entre colegas.

Es lo que está pasando hoy. Claro que, salvo excepciones, los dueños ya no dan la cara; es decir, cada vez son menos quienes firman sus notas. Esa es la gran diferencia con los popes de entonces.

Pulitzer y Hearst que, además pertenecían a generaciones distintas, hicieron desastres pero pudieron revertirlos por una cuestión no menor: Firmaban.
Hoy los “dueños” suelen mandar a pelear a su tropa. Y hasta el título de propiedad parece estar cuestionado. Porque si el gobierno o un municipio te mantienen con publicidad oficial, ¿quién es el verdadero jefe?
Las grandes corporaciones (el estado entre ellas) están usando a los periodistas como carne de cañón. Los enfrentan en guerras que no les corresponden y, por supuesto, nada tienen que ver con el ejercicio de la profesión. Poco a poco, el periodismo se acerca a la publicidad.
Es lo que los gobernantes y muchos empresarios quieren: profesionales que “vendan”, no que escriban o hagan pensar. Yo convivo con ambas profesiones y sé algo: pueden existir ambas, lo que no se puede hacer es confundirlas. (Escribe Omar Bello, Argentina)