El papel del periodismo

(Por: Salomón Lerner Febres) Existen diversas formas de definir el papel del periodismo en nuestra sociedad. Tal vez ninguna de ellas sintetice tan acertadamente la rica complejidad de esa profesión como aquella que asigna a los hombres de prensa la tarea de brindar una voz a la nación.
Y ser expresión de una sociedad, prestar a los conciudadanos las palabras y el tono con el que han de referirse a los hechos sencillos y a los grandes acontecimientos de su vida en común, supone, por cierto, una gran responsabilidad que solo puede cumplirse mediante el dominio de múltiples talentos y la práctica de variadas virtudes.

La primera de esas virtudes es, desde luego, un apego indeclinable al valor de la veracidad. Hay, como se sabe, una sutil diferencia entre las nociones de verdad y veracidad.

En el dominio de los actos humanos, ahí donde se desempeña el periodista, la verdad es un bien precioso que se presenta como horizonte que nos ofrece sentido y al cual nos acercamos paulatinamente sin nunca alcanzarlo plenamente.

Quizás sobre algunos hechos, el paso del tiempo, la aparición progresiva de evidencias o el surgimiento tardío de testimonios desinteresados nos acerque de modo más íntimo a la verdad de esos sucesos, pero queda claro que la verdad no es jamás una cosa hecha colocada al alcance nuestro y que podamos manipular a nuestro antojo.

No obstante, si la verdad absoluta tiene ese carácter esquivo, no ocurre lo mismo con la veracidad. Ella habría que entenderla como esa honesta inclinación a respetar aquellos asomos de verdad que hemos podido obtener. (Publicado en La República)

En el ámbito del periodismo, eso equivale a la voluntad de entregar los hechos tal como ha sido posible recogerlos en un momento y lugar precisos, así como a cierta disciplina del intelecto que conduce a formular y difundir solamente aquellas hipótesis,  interpretaciones  y opiniones que resulten razonablemente respaldadas por los hechos disponibles.

Ahora bien, la veracidad no bastaría para hacer del periodismo serio la voz de una nación si no fuera complementada por una segunda cualidad fundamental. Me refiero a  cierta textura del carácter que alimenta la sensibilidad de un observador y testigo –y el periodista es ambas cosas– para percibir la sustancia moral que subyace a los hechos humanos.  

Desde esa perspectiva: ¿podríamos llamar auténtico  periodismo a aquel que se expresa en afirmaciones que constituyen difamación e injuria?, ¿sería moralmente aceptable que los periodistas tengan que, siguiendo instrucciones de los propietarios so pena de despido, “deshumanizar” a una persona?, ¿cómo podríamos entender que en algunos diarios –incluido aquel  que ha hecho un lema de la afirmación que señala que “el periodismo puede ser la más noble de las profesiones o el más vil de los oficios”– se faltara a la verdad y se calificara, sin mayores razones, a personas honestas o instituciones relevantes en la vida nacional como delincuentes que roban bienes y prestigios? La respuesta es obvia: allí no se está ejerciendo la profesión más noble.  

En nuestro país, por desgracia, resulta cada vez más claro que hay determinados medios de comunicación que obedecen más a intereses subalternos que a la búsqueda y transmisión honesta de los temas sobre los cuales informan u opinan.  

Esta perversión ha llegado a contaminar el lenguaje mismo que utilizan y así a las afirmaciones pedantes, y en ocasiones soeces, se añaden la diatriba y el enunciado de contundentes juicios de moralidad que no tienen detrás otros fundamentos sino el prejuicio y la mala intención.

Tales medios, en cierta forma, lesionan la libertad de expresión que dicen defender y lo hacen cuando incitan a sus periodistas, so pena de represalias, a “alinearse” con determinadas posturas que obedecen al modo de pensar de sus dueños.  

En tales circunstancias es bueno recordar aquello que señalaba Albert Camus: no basta tener los medios para expresarnos, es necesario hacer de ellos un bastión para la  edificación moral de una sociedad.  

Así pues les toca a los periodistas de nuestro país optar por el ennoblecimiento de su profesión y repudiar  el pervertirla para que, degradada, sea solamente vil oficio.