Contexto de violencia política y martirio de misioneros

Chimbote en Línea.- (Por: Víctor Mendoza Barrantes).-  Comisión de Justicia Social) Estudiosos de nuestra realidad tanto mundial y local señalaron con mucha anticipación que nos acercábamos a vivir la denominada “cultura del espectáculo”. Lo frívolo pretende prevalecer y dejar en segundo plano lo trascendente e importante para nuestra historia.  ¿Cuántos recordamos conscientemente los acontecimientos que vivió nuestro país durante los años 80 al 2000?

En tal período de nuestra historia marcado por la violencia política se desarrolló el quehacer pastoral de nuestros próximos beatos Miguel Tomaszek, Zbigniew Strzalkowski  y Alessandro Dordi  en Pariacoto y Santa, respectivamente. Acorde con la misión evangelizadora vinieron para trabajar, en sus respectivas comunidades, por la vigencia de la dignidad, la igualdad, la solidaridad, los derechos  y la justicia; en suma, trabajar por la paz.

La Iglesia peruana fiel a su compromiso con los pobres y la defensa de la vida fue atacada en diferentes espacios territoriales por el accionar de los grupos terroristas, la represión indiscriminada de parte de autoridades y la acción de grupos de poder local muchas veces ligados a ellas. Muchos, integrantes de la Iglesia, fueron víctimas dentro de las más de 64 mil que reportó el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación.

La Diócesis de Chimbote en particular, sufrió diferentes ataques de Sendero Luminoso que pretendieron intimidarla y acallarla. Ataques a personas (Monseñor Luis Bambarén, hoy obispo emérito, el P. Miguel Company) y a la infraestructura (oficinas de pastoral social y derechos humanos como Caritas y la Comisión de Justicia Social y, la casa del obispo); mensajes intimidantes, amenazas y otras acciones propias del terrorismo, siendo las más graves el asesinato de nuestros misioneros. Pero todo ello, no logró resquebrajar la unión y el quehacer pastoral inspirada por el Espíritu y legitimada por el pueblo. Allí radicaba la fortaleza institucional que SL pretendía destruir en aras de extender y afianzar su “revolución”.

En todo el proceso de violencia que vivimos hoy no basta recordar a las víctimas sino que es necesario pensar, de manera crítica, lo acontecido; y conocer cuáles fueron las fuerzas que las desencadenaron. Urge hacer memoria en una realidad como la nuestra para mantener viva la esperanza.  Nuestra América Latina no escapa  al “proceso promotor de inequidades e injusticias múltiples” (DA 61) que ha acentuado la globalización en nuestra realidad. Ante las desigualdades históricas estamos llamados a contribuir a la liberación integral de nuestros pueblos.

La práctica pastoral de nuestros mártires centrada en la promoción humana y respeto a su dignidad en búsqueda de la paz y la justicia desde un compromiso no violento, nos deben animar a continuar como testimonio vivo de la presencia de Cristo hoy.

Publicado en Mar Adentro, agosto 2015
 


 

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