San Francisco de Asís en el Año de la Fe

Homilía de Fray Héctor Herrera, o.p. en la Parroquia San Francisco de Asís

Francisco cruzó la “Puerta de la fe”(Hch 14,27), cuando se desnudó delante de su padre Pietro Bernardone y de su pueblo; y  le dijo: “Él me amaba y yo lo amaba. Luchó para que yo fuera un gran mercader como él. Pero Aquél que desde la eternidad me soñó y amó puso un muro a mi carrera de comerciante; y cerrándome el paso, me dijo: Ven conmigo. Y yo he decidido irme con él.

Ahora tengo otro Padre. Ahí, quedan pues, a los pies de Pedro Bernardone los bienes que de él recibí: los vestidos, el comercio, la herencia y hasta el apellido. De ahora en adelante a nadie en este mundo llamaré padre mío, sino a Aquél que está en los cielos. Desnudo vine a este mundo, y desnudo retornaré a los brazos de mi padre” (El Hermano de Asís. Ignacio Larrañaga p.78)

Desde ese momento hizo suyas las palabras de Jesús, porque le mostró al Padre bueno, que “revela esas cosas a la gente sencilla”. Es en ese paso de su conversión, como un proceso de vida, que Francisco descubre al Padre nuestro, creador, redentor, consolador y salvador nuestro! Lo reconoce como el único Santo, para que conozcamos la anchura de sus beneficios, la largura de sus promesas, la altura de la majestad y la hondura de los juicios (Ef. 3,18).

Venga a nosotros tu reino: para que reines tú en nosotros por la gracia y nos llegar a tu reino, donde se halla la visión manifiesta de ti, el perfecto amor a ti, tu dichosa compañía.

Hágase tu voluntad, como en el cielo, también en la tierra: para que te amemos con todo el corazón(Lc. 10,27), pensando siempre en ti; con toda el alma, deseándote siempre a ti; con toda la mente, buscando en todo tu honor; y con todas nuestras fuerzas, empleando todas nuestras energías y los sentidos del alma y del cuerpo en servicio de tu amor.

El pan nuestro de cada día: tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Dánosle hoy: para que te recordemos, comprendamos y veneremos el amor que nos tuvo y cuánto por nosotros dijo, hizo y padeció.

Y perdónanos nuestras deudas: por tu inefable misericordia, por la virtud de la pasión de tu amado Hijo y por méritos e intercesión de la beatísima virgen y de todos tus elegidos.

Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores: y lo que no perdonamos plenamente, haz tú, Señor, que plenamente lo perdonemos, para que por ti amemos de verdad a los enemigos y a favor de ellos intercedamos devotamente ante ti, no devolviendo a nadie mal por mal (cf 1 Tes 5,15)Más líbranos del mal: pasado, presente y futuro.

Francisco descubrió que la fe se fortalece creyendo en Dios, y viéndolo en su creación y en sus criaturas. De allí que su canto de alabanza es “el amor de Cristo que llena nuestros corazones y que nos impulsa a evangelizar” (PF 5). Hoy, el mundo necesita de ese amor profundo que tuvo Francisco a Dios y a sus criaturas. “La fe crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y de gozo” (PF 7. P. 13).

Francisco se identificó de tal manera con Cristo, que lo confesó como la Palabra encarnada en la pobreza y que nos dio el ejemplo para que sigamos sus huellas (cf. 1 Pe 2,21). Y que quiere que todos seamos salvados por El.

Francisco es el evangelio viviente, porque vivió el desprendimiento total como el Maestro Jesús. Sufrió en carne propia la pasión de Cristo. Se identificó desde el beso al leproso, como el Hermano universal. Aprendió a servir como Jesús y renovar el corazón de la Iglesia, con su ejemplo y testimonio de vida.

En este año de la fe, tenemos que volver como Francisco a las fuentes del evangelio, para redescubrir que el Dios en quien creemos se nos da en su Hijo Jesús, centro y fortaleza de la fe, para descubrir el rostro de Dios como Padre misericordioso y compasivo. Y ser fortalecidos por el Espíritu de comunión y de cercanía. Francisco nos enseña que: “La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y estar con él nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree” (PF. 10. P. 18).

En este año de la fe, es una oportunidad para que todos los cristianos, busquemos como Francisco a Dios como fuente de la caridad con obras, como nos recuerda Santiago 2,14-18: una fe sin obras es una fe muerta”.

“La fe sin caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente... (PF 14). Que volvamos a las fuentes de las Sagradas Escrituras, vida, testimonio concreto en nuestras vidas: “Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada” (2 Ts 3,1). Decidirnos por Cristo, como Francisco es descansar nuestros agobios en Cristo. Porque sólo Él es manso y humilde de corazón”.

Francisco y Domingo, reformaron con su testimonio de vida y de predicación a la Iglesia. Somos la Iglesia, pueblo de Dios que necesita conversión, vivencia transparente en un mundo que necesita amor, paz, reconciliación, cuidado de la naturaleza y el medioambiente, para poder contemplar como Francisco, la obra de la creación, que todos debemos cuidar. Con alegría, fe y esperanza celebremos y contemplemos a Cristo eucaristía, como el alimento vital para vivir la fe en Cristo y que por nuestro testimonio muchos crean y se conviertan al evangelio.

Quiero terminar con la Carta enviada desde el Capítulo general del MO Fr. Humberto de Romans, refiriéndose a Francisco y Domingo: “Son los dos testigos de Cristo, que, vestidos de saco, están ya predicando y dando testimonio de la verdad (Jn 1,15).

¡Qué gran ejemplo de mutuo amor y de paz nos han dejado nuestros Padres, el bienaventurado Francisco y el bienaventurado Domingo y todos nuestros primeros frailes, que tan tiernamente se amaron en vida y nos dieron muestras de un amor tan sincero cuando se consideraban unos a otros como ángeles de Dios; y cuando unos a otros se acogieron como quien acoge a Cristo.

Ese encuentro entre ambos fundadores en Roma, en presencia del cardenal Hugolino, quien fue luego, Gregorio IX. Por eso hoy repetimos la antigua antífona: “El seráfico Francisco y el apostólico Domingo, nos enseñaron, Señor, tu ley” (Por Fray Héctor Herrera o.p.)