¿Qué contamina el corazón?

Chimbote en Línea (Por: fray Héctor Herrera OP) La muerte de un niño, de un joven, de una mujer, sea por asesinato, accidente, o secuestro parece que no importa. Todo se justifica como “exceso”. La vida parece que no vale nada. La contaminación de la indiferencia por el no respeto a la vida, la justicia, la compasión y la misericordia aparecen en el olvido.

Hoy Jesús nos cuestiona, más allá del cumplimiento de las tradiciones humanas, está descubrir el rostro del Dios de la vida, que nace en el corazón no contaminado. De esto nos habla el evangelio de Mc. 7,1-23.

Jesús desenmascara a la institución religiosa, representada por los fariseos, que se habían quedado en el legalismo, como hoy, de normas del “lavado de copas, jarras” (v.3-5). No está en contra de la tradición cultural, les responde con la tradición profética. El verdadero culto a Dios es la justicia y el derecho. Dios no quiere que lo honremos con los labios, sino con un cambio de corazón (Is 1,10-18; 29,13).

La verdadera pureza está en la práctica de la Palabra de Dios (Dt 4,1). Son las acciones de la vida cotidiana, las que hacen bueno o malo al ser humano. Lo que contamina es lo que sale del corazón (v. 21) Los asesinatos impunes, la corrupción, la malicia en manipular a las personas, la arrogancia en el abuso del poder, las maldades que dañan a las personas, la insensibilidad ante el enfermo, la falta de atención adecuada a las condiciones de vida, destruir los bosques, destruir el sistema ecológico. Esto sí contamina (v.22) ofende a Dios y al prójimo.

Practicar la Palabra de Dios, cuidar a huérfanos, viudas en necesidad (Sant. 1,27)  hace fuerte el corazón del discípulo que se entrega al servicio de Dios y de los pobres. Así lo entendió el padre Sandro Dordi. De su corazón brotaba ese amor por los niños, pobres, enfermos, campesinos, mujeres. Con ellos y ellas trabajaba en los clubes de madres, en la educación de la fe, con los misioneros y misioneras laicas. Conoció la dureza de la tierra del valle de Santa. Aprendió a amar descubriendo el verdadero amor a los pobres. No los abandonó en los momentos más difíciles de la violencia. Pese a las amenazas de muerte, cumplió su misión de pastor y derramó su sangre, por ellos. De su corazón no contaminado por el egoísmo y la violencia asesina, siguió fiel como su Maestro Jesús: entregó la vida por los suyos.

Confesar a Jesús Señor de la vida, nos exige a todos que más allá de las leyes humanas, está la ley de Dios que dice: no matarás. Y que los crímenes de lesa humanidad no deben quedar impunes. La justicia es fruto del amor, la reconciliación para que un país viva en paz. La verdadera pureza de corazón: es el amor, la solidaridad, la justicia, la misericordia, la reconciliación.

DOMINGO 22 T.O.B.D. 30.08.2015. MC 7,1-23

 

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