Dios nos escucha

Chimbote en Línea (Reflexión dominical - Por: Fray Héctor Herrera)  "A los que buscan el Reino y la justicia de Dios, Él les promete darles todo por añadidura. Todo en efecto pertenece a Dios: el que posee a Dios nada le falta, si él mismo no falta a Dios" (S. Cipriano).

En el evangelio de Lc 18,1-8, Jesús nos propone la parábola de la viuda y del juez injusto. La viuda representa a los pobres. Es una mujer despojada que insiste a  ese juez que no teme a Dios ni respeta a los humanos (v.4) le haga justicia.

En este ejemplo Jesús nos muestra que el primer interesado por la causa del pobre es Dios, para que asumamos con responsabilidad y constancia que Dios escucha el gemido del pobre, porque quiere su libertad.

Es la actitud del creyente que tiene que orar, es decir entrar en contacto con nuestro Padre Dios, porque El conoce nuestras necesidades antes que se lo pidamos.

Es abrir nuestro corazón en la profundidad del silencio para encontrarnos con Dios cara a cara, para hablarle como el hijo o hija que acude a su Padre bueno, misericordioso y que espera también nuestro esfuerzo y quehacer cotidiano para dejarnos envolver por su amor y para construir la justicia de Dios aquí y ahora. Si este juez que es injusto ha escuchado a esa pobre viuda, con mayor razón Dios nos escucha.

Toda la vida de Jesús fue una constante oración, porque buscó siempre hacer la voluntad de su Padre Dios (Jn 6,39). Por eso se retiraba a lugares solitarios a orar (Lc 5,16). Sólo en el silencio nos encontramos con nosotros mismos, con Dios y con los demás.

Porque allí comprendemos la grandeza del amor de Dios y el amor al prójimo como a sí mismo. Porque la fe madura cuando confrontamos nuestra vida con la Sagrada Escritura. Es la Palabra de Dios la que nos educa, nos corrige, nos capacita para  enseñar y encaminarnos hacia la justicia y hacer obras buenas  (2 Tim 3,16-17).

¿Dónde aprendemos a orar y a llamar a Dios Padre? Es en el corazón del hogar. Matilde oraba insistentemente, cuando su hijo había sido detenido injustamente. Clamaba justicia, como la viuda del evangelio y fue constante hasta ver la liberación de su hijo inocente. Porque no desmayó ante los obstáculos. Su fe en Dios que escuchaba su clamor, logró la liberación de su hijo, como en otro tiempo el amigo de Dios, Moisés, logró la liberación de su pueblo.

Jesús nos enseña que sin vida de oración no hay fe. Porque la fe se alimenta de la Palabra de vida, de esperanza y de libertad, que nos da un espíritu nuevo para hacer cosas nuevas, para construir y plantar la semilla del reino en defensa de la tierra, del agua, de los ríos, en la lucha por el cambio climático, en el trabajo por mejorar la calidad de vida que no haya más niños(as) desnutridos. En la capacidad de no cometer pecados de omisión ni de indiferencia. En la disponibilidad de escuchar la voz del Espíritu que nos habla: ama con corazón agradecido, sin desanimarte.

Ora en todo tiempo. Y allí encontrarás sentido a tu vida, porque Dios está presente en cada circunstancia de la vida. El nos sale al encuentro en Cristo para llamarnos y responder con fe: sí, Padre, quiero hacer tu voluntad, que seamos libres y nos reconozcamos como hermanos, que en el corazón de cada hogar se encienda la luz que nos lleve a decirte: ¡Gracias Padre nuestro por escucharnos!. Gracias porque tú estás siempre con nosotros y nunca nos abandonas. ¿Seremos fieles en vivir en serio nuestra fe en Jesús?.

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