Dar la vida por sus amigos

Chimbote en Línea.- (Por: fray Héctor Herrera) El evangelio de Juan 15,9-17 nos dice Jesús “Como el Padre me amó así yo los he amado, permanezcan en mi amor” (v. 9). Jesús nos ama porque entre él y su Padre hay comunión. Permanecer en él es vivir alegres. Sin él nuestra vida no tiene sentido. Es la fidelidad a su Palabra que nos da vida. Es vivir y creer en él, como fuente de alegría, de amor, de esperanza.

“Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, lo mismo que yo he cumplido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (10). La fidelidad a Dios como fuente de amor es la condición para guardar y cumplir su Palabra. No existe comunión ni amor a Dios, si no amamos y somos fieles al amor a nuestro prójimo.

Jesús se hace amigo nuestro. Su vinculación con él se da en esa amistad de conocer, creer y amar libremente. Tanto nos amó y nos ama que da su vida por nosotros. Por eso aquél que pasó haciendo el bien, termina crucificado. La cruz ya no es símbolo de muerte, sino de libertad y de vida para todo creyente que entrega su vida por los demás.

“A ustedes los he llamado amigos porque les he dado a conocer todo lo que escuché a mi Padre” (v.15). Esta cercanía rompe las barreras y nos adentra en una comunión expresada en esa solidaridad de un amor compartido. Él conoce bien nuestras debilidades humanas: rivalidades, egoísmos, querer cargos y ser bien vistos. Sin embargo él nos ha elegido y nos ha destinado “para que vayan y den fruto” (v. 16). Nos da su amor con una misión de hacer extensivo su amor a los demás.

Recuerdo en su lecho de dolor a mi madre, cuando me decía: “Lo único que me da pena es dejarlos otra vez huérfanos. Ámense como yo los he amado”. Así Jesús nos muestra hoy su ternura, su amistad, su entrega total para que nosotros seamos mensajeros del evangelio de la vida. Es posible creer en el amor de Dios y hacerlo realidad para todos más allá de las diferencias de raza, de creencias. Porque el Dios que nos manifiesta Jesús es el Dios vivo.

Así lo comprendió Pedro, cuando sale en busca de Cornelio: “Verdaderamente reconozco que Dios no hace diferencia entre las personas, sino que, acepta a quién lo respeta y práctica la justicia, de cualquier nación que sea” (Hch. 10,34-35). Pedro se acercó a Cornelio. Nosotros tenemos que acercarnos al hermano cualesquiera fueran sus necesidades, o diferencias ideológicas. En esto consiste el amor en la  práctica de la justicia y el obrar con rectitud.

Sólo el que ama con las obras ha nacido de Dios y conoce a Dios, pues Dios es amor (1 Jn 4,7-10). Contemplar y practicar el amor a Dios, quien nos ama como una madre: “como a un niño a quien su madre consuela, así los consolaré yo” (Is. 66,13) y a nuestro prójimo, es el testimonio que creemos en su amor y en su enviado Jesucristo. Es en Cristo Jesús en quien seremos sanados y reconciliados.

El mundo de hoy necesita amor, ser sanado de las heridas en la familia, en la sociedad para restablecer el diálogo y el conocimiento de un Dios que nos pide escucharnos y tender la mano solidaria al otro. El amor a Dios y al prójimo es posible si nos esforzamos en ser agradecidos a Dios por toda la belleza, alegría, paz y perdón que pone a nuestro alcance para que hagamos realidad esa cultura de amor y de respeto por la vida humana.

DOMINGO SEXTO DE PASCUA. CICLO B. D. 10.05.2015. JN 15,9-17

 

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