María, “llena eres de Gracia”

Chimbote en Línea.- Lc 1,26-38: El mensajero Gabriel, se dirige a Nazaret. Allí vive María, la llena de gracia. Su mensaje es ¡Alégrate llena de gracia, el Señor esté contigo (v. 28)! La joven quedó desconcertada. “No temas María, que gozas del favor de Dios.

Mira concebirás y darás a luz un hijo, a quien llamarás Jesús. Será grande, llevará el título de Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, para que reine sobre la Casa de Jacob por siempre y su reino no tendrá fin” (v.30-33)

Ese dialogo de María con el mensajero, nos muestra una capacidad de escucha. Es el don gratuito de Dios, manifestado a una joven mujer ¿Cómo sucederá eso ni no convivo con un hombre? (v. 34). María da una respuesta libre a Dios que la interroga. “Es el Espíritu de Dios que la cubre con su sombra. Por eso su hijo será santo (v. 35)

El Espíritu de Dios llena de gozo a María. Es el Espíritu que nos permite estar despiertos y atentos, a la voluntad de Dios. Ese espíritu misionero es la conduce a María, a descubrir la presencia de Dios en otra mujer: Isabel, que ha concebido es vejez, un hijo.

Porque para Dios nada es imposible (v.35-37) Es el Espíritu de Dios que nos impulsa a confiar en el Dios de vida y de la historia, que nos da libertad y la búsqueda de la verdad en dos mujeres, símbolos de fe, confianza y esperanza en el Dios de la vida. De él viene la vida, la luz y la libertad en su hijo Jesús. Él es centro de nuestra historia. En su hijo Jesús recapitulamos el principio y el fin de la historia.

Pablo es muy claro respecto a la creación. Todo ha sido hecho nuevo en Cristo, la creación. (Col 1,15.17; Ef 1,10.21; Jn 1,1-3; Ap 1,8), y a su misión redentora y reconciliadora como cabeza de la iglesia (Col 1,18-20 Ef 1,3-14, Rom 8,3239; Ap 1,5-6).

La llena de gracias nos muestra un camino de libertad y de amor a la iniciativa de Dios. Su respuesta es clara: “Yo soy la esclava del Señor, que se cumpla en mí tu palabra” (v.38). Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14). La luz vino al mundo, la luz que ilumina a todos. Como creyentes llagamos a ser hijos de Dios.

El adviento nos conduce a tener la plena certeza de que Dios está con nosotros, que espera tu respuesta personal y comunitaria, para caminar como hijos de la luz que se ponen en camino para descubrir a Cristo como el centro de nuestras vidas.

Hemos visto una gran luz, dejemos que El ilumine la profundidad de nuestros corazones, para hacer esta creación, la cuidemos, la protejamos y hagamos de la tierra un don agradable a Dios donde la justicia y la verdad reinen como caminos de una paz auténtica. (Fr. Héctor Herrera, o.p)

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