Navidad: Construir un mundo al revés

Chimbote en Línea (Por: María Rosa Lorbés)  El amor y la justicia son dos temas muy presentes a lo largo de las lecturas bíblicas de las semanas que preceden a la Navidad. Ese Niño que dentro de unos días vamos a festejar y acoger con ternura, trae, en su desvalimiento, un mensaje hermoso y desconcertante.

Él ha venido, y sigue viniendo a nuestra historia permanentemente, con un programa muy sencillo: decirnos, con su predicación y, sobre todo, con su vida, que Dios es nuestro Padre, que ama con especial predilección a los pobres y que quiere que reine sobre la tierra la justicia y el derecho.

Lo que celebramos un año más es precisamente eso: el amor desafiante de un Dios hecho Niño que viene a invitarnos a cambiar este mundo al revés. Que nos invita a hacernos, como Jesús, defensores del pobre, del que sufre la marginación y la injusticia. El Niño viene a decirnos que, si creemos en Él, nuestra vida debe ser un esfuerzo permanente para lograr que haya justicia y derecho para todos.
No hubo sitio para ellos…

De otro lado el relato del nacimiento de Jesús nos recuerda que en Belén sus padres tocaron muchas puertas pidiendo alojamiento, pero no “hubo sitio para ellos”. Y Jesús tuvo que nacer en las afueras de la ciudad, en un establo para animales.

El gran mensaje que cada año nos trae la Navidad es que sí hay sitio para el dolor humano en el corazón de Dios, que Él escogió a los pequeños y a los humildes, que quiso nacer al margen, para revelarnos a todos su amor. Débil, niño, pobre entre los pobres.

Con esta escandalosa revelación nuestro Dios es el primer subversivo de la historia. Vivir la Navidad como creyentes es abrirnos desde nuestra indiferencia y nuestra comodidad a este escándalo del amor de Dios, es abrir nuestras puertas, a veces demasiado trancadas, para dejar que el dolor de los más pobres se aloje en nuestro corazón.

Todos tenemos la tendencia a cerrar nuestras puertas. Todos permanecemos a veces insuficientemente alertas a lo que está ocurriendo en nuestro país con miles de ciudadanos discriminados y olvidados. Vivir profundamente el sentido de esta Navidad nos debe llevar a preguntarnos si hay sitio en nuestras vidas y en nuestro país para los y las peruanas más pobres, para los que hablan quechua, para los que viven en las provincias más olvidadas. O si, por el contrario, la indiferencia y el racismo, como vemos cada día, les siguen cerrando la puerta en la cara.

Es posible empezar de nuevo

Si Dios se ha hecho hombre, es porque Él sabe cuánto de potencialidad y de promesa hay en cada ser humano. Desde la mirada de Dios no hay hombre ni sociedad imposible de cambiar, no hay realidad humana, por compleja, desviada y precaria que parezca, que no lleve en sí misma la capacidad de reconstruirse y superarse.

Por eso la Navidad es la fiesta de la esperanza y la confianza. El Niño Manuelito es el símbolo, día a día y año a año, de la posibilidad de un nuevo comienzo.

Confianza de Dios en los hombres y mujeres del mundo, confianza en mí mismo, confianza en los demás. Confiar es creer que yo, con todos mis defectos y fragilidades, soy capaz de lo mejor también. Que nada está dicho en mi pequeña historia personal, mientras sea capaz de permanecer abierto a Dios y a los demás. Confianza es creer, igualmente, que los demás, mi familia, mi sociedad, mi comunidad, mi país son también capaces de cambiar su propia historia.

La esperanza cimentada en el Dios que se hizo hombre y pobre no es una esperanza que se limita a un auto consuelo individual y a esperar sentados el más allá. Es una esperanza que nos impulsa a construir y a actuar ahora y aquí para los demás y con los demás.

La esperanza cristiana no solo es lo contrario del pesimismo y la desesperanza, sino también lo contrario a la espera pasiva de un “alguien” (un mesías, un líder, una estructura o un milagro) que nos salvará. Nadie nos cambiará sin nosotros, ninguna sociedad es cambiada desde afuera.

En esta perspectiva religiosa, celebrar la llegada del Niño de Belén nos compromete a reavivar nuestra esperanza, a profundizar nuestra confianza en Dios, en los demás y en nosotros mismos, a luchar contra el escepticismo y el inmovilismo y a trabajar todos los días del año para construir un Perú, y un mundo, más humano, más equitativo y solidario. Nuestra fe nos dice que ese objetivo no es un sueño imposible sino una desafiante tarea. (Editorial de la revista Signos, IBC)

 

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