El milagro que Juan Pablo II se negó hacer: Eduardo Galeano

Chimbote en Línea (Cuestión de Fe),-Monseñor Oscar Arnulfo Romero era un Obispo del interior y conservador. Transferido para la Capital El Salvador comenzó a darse cuenta de la diezmación que los militares hacían de los opositores de la dictadura y de simples campesinos.

Después de que asesinaron al padre Rutilio Grande se dio cuenta de la barbarie que estaba en curso. Se convirtió a la causa de los derechos de los pobres y de la teología de la liberación que reflexiona a partir de la opresión perversa contra muchos del pueblo. Me encontré varias veces con él.

Tenía una clara aura de santidad y de bondad y la dulzura de su mirada lo comprobaban. En una de las veces en 1979 en Puebla en México me llamó a un lado y me pidió: "Padre Boff, usted que es teólogo, ayúdenos a hacer una teología de la vida porque en mi país la muerte es absolutamente banal. Están matando catequistas solo por el hecho de tner consigo el catecismo que enseñan a los niños, alegando que están adoctrinándoles en el marxismo".

Como sabemos, en cuanto alzaba el cáliz con la sangre de Cristo fue abaleado por una bala asesina, mezclando su sangre de mártir con aquella de Cristo. Roma demoró muchos días para reconocer su asesinato. Los detractores del compromiso de la Iglesia con los pobres hicieron pasar la versión de que se trataba de una muerte de origen política y no religiosa. Después condenaron el acto sin referirse a los actores.

Hoy es venerado como Santo, pues lo era de verdad. El Papa Francisco liberó el proceso de su beatificación y posterior santificación. Ojalá venga luego para unirse a otroa tantos martirizados por causa de su lucha por la justicia de los humildes como la hermana Dorothea Stang. Mi alumno, el P. Josimo entre otros y otras. Publicamos aqui un texto del gran escritor, amigo de Brasil y de las grandes causas, el uruguayo Eduardo Galeano: LBoff
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En la primavera de 1979, el arzobispo de El Salvador, Óscar Arnulfo Romero, viajó al Vaticano. Pidió, rogó, mendigó una audiencia con el papa Juan Pablo II:
-Espere su turno.
-No se sabe.
-Vuelva mañana.

Por fin, poniéndose en la fila de los fieles que esperaban la bendición, uno más entre todos, Romero sorprendió a Su Santidad y pudo robarle unos minutos.
Intentó entregarle un voluminoso informe, fotos, testimonios, pero el Papa se lo devolvió:
-¡Yo no tengo tiempo para leer tanta cosa!
Y Romero balbuceó que miles de salvadoreños habián sido torturados y asesinados por el poder militar, entre ellos muchos católicos y cinco sacerdotes, y que ayer nomás, en vísperas de esta audiencia, el ejército había acribillado a veinticinco ante las puertas de la catedral.

El jefe de la Iglesia lo paró en seco:
-¡No exagere, señor arzobispo!
Poco más duró el encuentro.
El heredero de San Pedro exigió, mandó, ordenó:
-¡Ustedes deben entenderse con el gobierno! ¡Un buen cristiano no crea problemas a la autoridad! ¡La iglesia quiere paz y armonía!

Diez meses después, el arzobispo Romero cayó fulminado en una parroquia de San Salvador. La balá lo volteó en plena misa, cuando estaba alzando la hostia.
Desde Roma, el Sumo Pontífice condenó el crimen. Se olvidó de condenar a los criminales.

Años después, en el parque Cuscatlán, un muro infinitamente largo recuerda a las víctimas civiles de la guerra. Son miles y miles de nombres grabados, en blanco, sobre el mármol negro. El nombre del arzobispo Romero es el único que está gastadito.
Gastadito por los dedos de la gente.
Eduardo Galeano en su libro "Espejos".(Por: P. Leonardo Boff- Evared)

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