“¡Estén reconciliados con Dios!” (2 Cor 5,20)

Chimbote en Línea (Cuestión de Fe).-La Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) y el movimiento ciudadano “para que no se repita”, a tiempo y a destiempo, han insistido en las exigencias de justicia, de reparación y de inclusión social para que en el Perú ocurra una auténtica reconciliación nacional.

Hablaremos hoy aquí sobre la reconciliación desde el ángulo cristiano.  Si nos dejamos reconciliar con nuestro Dios, nuestras convivencias y responsabilidades en la Iglesia y en la realidad chimbotana serán más fecundas y esperanzadoras.  La Cuaresma es tiempo de conversión y reconciliación. 

1. La reconciliación con Dios acontece en la Cruz de Cristo

Lo afirman  tajantemente los cuatro textos de San Pablo que tratan explícitamente de la reconciliación: Rom 5, 6-11,   2 Cor 5, 14-21,  Col 1, 18-23 y Ef 2, 12-20.

La Pascua de Jesús, su muerte y resurrección, significa el culmen y la recapitulación de la trayectoria del “buen pastor que da la vida por sus ovejas” (Jn 10, 11).  Refiriéndose sobre todo a la entrega de su vida en la cruz, Jesús anuncia: “Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia” (Jn 10, 10).  Nos invita a mantenernos en este manantial de vida plena, la entrega de su vida por sus amigos. 

De la cruz de Cristo brota la fuente de la reconciliación con Dios y entre nosotros.  Tenemos acceso al don de la reconciliación con Dios en la medida que lo “socializamos” entre nosotros.  No hay comunión con Dios sin tejido de comunión entre nosotros.

Cada oración hecha con fe, cada celebración sacramental con fe nos ofrecen la reconciliación con nuestro Dios para que la hagamos verdad en nuestro modo de ser y de actuar.  Evidentemente nos tenemos que preguntar muchas veces: “¿Mi manera de orar, mi manera de participar en la Eucaristía me transforman en artífice de paz, en forjador de unión, en continuador de la misión de Jesús? ¿No es muchas veces nuestra manera de orar y celebrar compatible con serias faltas de fraternidad y gruesas incoherencias en el seguimiento del Señor? ¿Quedan grabadas para siempre en mi corazón y conducta de ministro sacerdotal las palabras escuchadas en la misa de ordenación: “Imiten lo que celebran”?

2. “ Si alguno está en Cristo, es creatura nueva” (2 Cor 5, 18)

Esta buena nueva valga en primer lugar para mí mismo. ¡Dejémonos reconciliarnos con nosotros mismos!

Solemos andar por nuestros caminos apesadumbrados por una “sombra” en nuestra personalidad que complica mucho nuestro pensar y actuar.  Puede ser que esa sombra que nos acecha y abruma se deba a factores genéticos, a algún trauma o a un enredo en el pecado.  No hay reconciliación con esta sombra tapándola, sofocándola, combatiéndola, reprimiéndola o estrangulándola.  Esta sombra solo se transfigura en una luz que la diluye; solo se disipa en un amor que la invalida; solo desaparece en el encuentro con Alguien que nos ama gratuitamente y sobre todo por las sombras en nuestro ser.

Reconciliados con Dios somos creaturas nuevas. ”Pues despojados del hombre viejo con sus obras, se han revestido del hombre nuevo…Revístanse, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándose unos a otros y perdonándose mutuamente…”  (Cf Col 3, 10-15).

He aquí actitudes decisivas para una pastoral de conjunto.  El proyecto de renovación diocesana (PRD) no va a funcionar sino reconciliándonos con Dios y entre nosotros.

3. “Nos encomendó el ministerio de la reconciliación” (2 Cor 5,18).

No hay miembro en nuestras comunidades cristianas que no vea y reconozca que vivimos tiempos marcados por la violencia, la corrupción y el desprecio de la vida. El ethos de los deberes y derechos humanos no caracteriza suficientemente la manera de vivir en familia,  en comunidades locales y en instituciones públicas.  Se quisiera percibir mucho más en actuales proyecciones políticas  la franca opción por el bien común y la inclusión de los más débiles  en decisiones públicas que rigen su destino.

Asumir como Iglesia el ministerio de la reconciliación, signifique en primer lugar,  confiar en buenas voluntades políticas y animar a quienes quieren servir desinteresadamente el bien de todos.  El Papa Francisco nos llama a involucrarnos “con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achicar distancias, a bajarse hasta la humillación si es necesario, asumir la vida humana tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo” (Cf. EG 24).

Pablo termina en la Segunda Carta a los Corintios su reflexión sobre la reconciliación exhortándonos “a que no recibamos en vano la gracia de Dios” (2 Cor 5, 21). 

Tiempos pasados y actuales pueden estar marcados por inhumanidades de toda  índole. En esta dolorosa realidad destacan figuras luminosas de mujeres y hombres  que asumieron el ministerio de la reconciliación.  Por haber conocido durante casi medio siglo en el Perú, en Lima y en Chimbote, en el campo y en la ciudad a mucha gente sencilla que practicaba el ministerio de la reconciliación, no mencionaré los nombres de los grandes y conocidos artífices de la reconciliación.

Dediquemos a todas las personas que asumen el ministerio de la reconciliación, estas palabras del Papa Francisco en la Evangelii Gaudium: “La diversidad es bella cuando acepta entrar constantemente en un proceso de reconciliación, hasta sellar una especie de pacto cultural que haga emerger una diversidad reconciliada” (EG 230). (Publicado en MAR ADENTRO)

 

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