“Vayan a Galilea! Allí me verán”

(Por: P. Matías Sebienaller - Sacerdote diocesano).- “Vayan a Galilea! Allí me verán”. Con estas palabras (cf. Mc 16,7 y Mt 28,7; 10; 16) Jesús resucitado da cita a sus discípulos.  ¿Por qué hay que buscar el encuentro con el Señor en Galilea? ¿Acaso no puede aparecer y manifestarse en cualquier lugar? ¿Por qué esta elección de Galilea? ¿Es una orden de Cristo también para los discípulos de hoy?


1.    Ir a Galilea: hacer memoria del terruño y estilo de vida de Jesús.

Para siempre Jesús resucitado será “la Palabra que se hizo carne y puso su morada en medio de nosotros” (Jn 1, 14).  La campiña de Nazareth, los caminos de Galilea, la orilla del lago, Cafarnaún, Caná, Magdala y Naím han entrado en el corazón de Jesús.  Las alegrías, el trabajo de la chacra y de la pesca, los sufrimientos y las esperanzas de los galileos son parte del tejido de la personalidad de Jesús.  Galilea vive y vibra en las oraciones de Jesús.

En la sinagoga de Nazareth en Galilea es “ungido por el Espíritu para anunciar buenas nuevas a los pobres, para sacar del calabozo a los presos, para devolver la vista a los ciegos, para liberar a los oprimidos y proclamar tiempos de gracia del Señor” (cf. Lc 4, 16-19).  Sobre todo en Galilea Jesús pondrá en práctica lo proclamado en la sinagoga de Nazareth.  Jesús, para siempre, quiere ser “el que pasó haciendo el bien” (cf. Hch 10,38).

De Galilea Jesús emprende resueltamente el camino a Jerusalén.  En Samaria y Judea que era fiel a su práctica Galilea: anuncia el reino, sana a los enfermos, levanta los caídos y no hace concesiones  con sus adversarios.  Como un reconocimiento a su identidad irrenunciable el letrero en la cruz dice: Jesús Nazareno, Rey de los Judíos.

No hay manera de ser discípulos y misioneros de Jesús sin ir a Galilea. Allí se le ve.  Allí puede tener lugar el encuentro con él.

2.    Galilea en nuestro mapa.

El profeta Isaías había anunciado “para la Galilea de los gentiles, es pueblo que habita en tinieblas y sombras de muerte, el resplandor de una gran luz” (cf. Mt 4, 12-17).  Jesús, luz del mundo y de todos los pueblos, no puede serlo sino insertándose en el pueblo que le designan su Padre y su madre.

No puede pretender iluminar tinieblas y sombras de muerte sino optando por los más heridos por la oscuridad y las estructuras de violencia y de hambre.  Su mensaje y don de salvación no puede alcanzar universalidad sino por la obediencia a la condición existencial del más pobre (cf. Fil 2, 5-11).

Ir a Galilea para ver al Señor significa, seguir sus pasos.  Significa para nosotros, ir a Chimbote, encrucijada de pueblos y culturas, para José María Arguedas y muchos de nosotros “la ciudad que menos entiendo y más me entusiasma”.

Como Jesús en Nazareth, en esta ciudad y en el campo, somos llamados a ser buenos vecinos, a sentir compasión al ver a los muchos asaltados y mal heridos en el camino, a conservar celosamente el aceite y el vino para consolar, aliviar dolores y organizar solidaridad.  Yendo a la Galilea chimbotana nos pueden crecer antenas para entender, en algo, lo que pasa en Cajamarca, en la Oroya y en el Vrae.

En las galileas del mundo entero pulsa un gran anhelo de fraternidad y queda vivo el sueño de la aldea global.


3.    No hay Iglesia sino la de camino a Galilea.

Conforme a Mt 28, 16-20 los discípulos marchan a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Como y con Jesús sus discípulos estarán en el monte de las tentaciones y su fidelidad es puesta a prueba.

En el monte de las bienaventuranzas la Iglesia recibe el código de la Nueva Alianza.  En el monte de la transfiguración de Cristo también sus discípulos pueden encontrar luz y aliento para cumplir con su misión.

Evidentemente la Iglesia se constituye, se recibe y se renueva constantemente en el ahora omnipresente monte de la resurrección.  Su Señor no es alguien que se aleja en su ascensión; mas bien se acerca y envuelve a sus discípulos con su Espíritu.

Reivindicando autoridad suprema el resucitado encarga a sus seguidores el duro trabajo de “hacer discípulos” de toda las gentes, de introducirles en la comunión trinitaria por el bautismo y los demás sacramentos y de enseñarles a practicar lo mandado por Jesús y compartido por ellos en Galilea.

La Iglesia recibirá siempre su ser y su misión a la vez de la comunión con Cristo resucitado y de la comunión vivencial con Jesús, el nazareno y galileo.  En este afán el mismo Señor le ha prometido su presencia y acompañamiento hasta el fin del mundo.

Discípulos y misioneros, ¿de qué caminos son infatigables caminantes?, ¿de qué Dios son asiduos buscadores?, ¿nos ponemos en camino a Galilea? (Publicado en periódico diocesano Mar Adentro No. 50)