“La educación es un acto de amor”

(Por: Prof. Inés Bello) El Santo Padre tiene ideas puntuales acerca de la educación, concibiéndola como el mejor servicio que se puede prestar a la sociedad, pues es la base de toda transformación de progreso humano, tanto personal como comunitario.

"Educar es una gran obra de construcción en constante transformación: uno de los retos más importantes que enfrenta la Iglesia", nos dice el Papa Francisco, de quien compartimos, en adelante, algunas reflexiones.

La educación es un acto de amor, es dar vida. Y el amor es exigente, pide encontrar los mejores recursos, para despertar la pasión y comenzar un camino con paciencia junto a los jóvenes.

La integralidad y el sentido de trascendencia tienen que ser piezas centrales de todo proceso educativo; para ello, todo educador debe enseñar a sus alumnos tres lenguajes: el lenguaje de la cabeza (ser entrenados en el arte de pensar, de fortalecer su capacidad de raciocinio), el lenguaje de las manos (saber hacer por sí solos para que la educación les sea útil y tengan capacidad de impactar positivamente en la sociedad de forma tangible) y el lenguaje del corazón (aprender a sentir, a encontrar dentro de sí mismos la motivación que los impulse con alegría y amor a emprender sus empresas).

El Papa nos dice: “todo estudiante debe aprender a pensar y a hacer lo que siente; a hacer y sentir lo que piensa; y a pensar y sentir lo que hace”. En esto consiste el formar seres humanos integrales.

La tarea educativa, nos recuerda, tiene que despertar el sentimiento del mundo y de la sociedad como hogar. Se necesita una educación para saber «habitar»; aquí surge la necesidad de que la misión de las escuelas católicas sea ayudar a los alumnos a ver el mundo a través de la mirada de amor de Jesús y comprender la vida como una llamada a servir a Dios.

El Papa reconoce la labor del profesor, al cual califica como el Sol, al que muchos no ven su trabajo constante, porque sus miras están en otras cosas, pero este sol no deja de irradiar luz y calor a los educandos. Por ello, invita a los profesores, a no perder los ánimos ante las dificultades y contrariedades, ante la incomprensión, la oposición, la desconsideración, la indiferencia o el rechazo de sus educandos, de sus familias y hasta de las mismas autoridades encargadas de la administración educativa.

Él agrega que probablemente, el profesor no pueda ver el fruto de su labor cuando éste aparezca, sin embargo gran parte de los alumnos valorarán y agradecerán algún día lo que sembró.

Los anima a tener paciencia, esperanza, perseverancia y consciencia del valor del trabajo bien hecho; a ser fuertes y valientes, a tener fe en ellos mismos y en lo que hacen. En este sentido, el Santo Padre motiva a los educadores a tomar “riesgos racionales” en sus salones de clase, pues “una educación que enseña con inteligencia a los alumnos a arriesgarse para avanzar, es una educación útil”. (Evangelii Gaudium, Laudato si).

*Publicado en periódico de la Diócesis de Chimbote, Mar Adentro, agosto 2017

 

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