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El Dios de la vida

Chimbote en Línea.- “Quiero vivir”, decía mi amigo Héctor, en su lecho de enfermo. Me tomó fuertemente de la mano. Se aferraba a la vida. Creo en el Dios de la vida”. Eso lo aprendimos en la Juventud Estudiantil Católica (JEC). Sus palabras me conmovían.

Aquel joven, catequista, misionero y profesor, dejaba este mundo, amó la vida, creía en la vida y cambió.  Transmitió vida y alegría a sus alumnos.

Lc 20,27-38: Jesús hoy conversa con los saduceos, eran de la aristocracia sacerdotal judía, colaboracionistas de Roma. Sólo admitían el Pentateuco, cinco libros, y negaban la resurrección, porque no era objeto de fe de la revelación que Moisés les había dado (Hch 23,8).

En Israel, la fe en la resurrección de los muertos aparece en el libro de Daniel escrito en el 605-530 A.C. (Dan 12,2-3). La encontramos asimismo en 2 Mac 7,9.11.14. 23. Le plantean a Jesús, apoyándose en la ley del “levirato” (Dt. 25,5) según la cual, si el hermano moría tenía obligación de casarse con la viuda hasta tener un hijo. La mujer se casó con 7 hermanos, finalmente murió ¿De quién será esposa? (cf v.30-33)

Jesús nos enseña, en la vida futura y en la resurrección de los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios (v.36). Él nos conduce a fundamentar nuestra vida en el Dios de la vida. Y recurre a la Sagrada Escritura: “El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. No es Dios de muertos, sino de vivos” (v. 37-38).). El Dios en quien creemos es un Dios de vida. Porque ama, defiende y protege la vida de todos. Él con su Palabra nos da la fuerza frente a los perversos y malvados que no aman la vida (2 Tes. 3,2-3)

Quienes provocan la muerte en distintas formas: por causa de las guerras, migraciones, condiciones inhumanas de trabajo, indiferencia, feminicidios, omisión, desaparecidos o muertos por la violencia, se oponen al Dios de la Vida. Porque en su hijo Jesús nos sigue mostrando el camino a la vida: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). Quien cree en mí, vivirá (Jn 11,25). Y he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. (Jn 10,10 )

Jesús como buen maestro nos llama a todos: amar la vida, es madurar día a día. Reconocernos que somos hijas, hijos de un mismo Padre Dios, Él nos llama a amarnos, respetarnos, unirnos para descubrir que el Dios en quien creemos es un Dios vivo que nos anima, alegra, libera, fortalece nuestra fe, esperanza para construir un mundo nuevo, que tengamos una mentalidad positiva: la vida es un don de Dios. De ti depende cultivarla y ofrecerla como acción de gracias a ese Dios que nos acompaña.

Morir cada día a toda división, orgullo, discriminación es despertar a la vida, al amor. Porque donde hay amor y alegría: allí está Dios. Crece aquel que ama y espera en dar sentido a su vida cada momento del día a día. (Por fray Héctor Herrera, o.p.)