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Quinto Domingo de Pascua: “Aménse como yo los Amo”

Chimbote en Línea.- El gesto más profundo de Jesús, es el amor, sin embargo, uno de ellos, Judas va a consumar la traición. El evangelista Juan 13,31-35, quiere presentarnos la gloria de Jesús en el signo más grande de su amor, su muerte en cruz. Si Dios ha sido glorificado por él, también, Dios lo glorificará por sí (v.32).  Su gloria ha comenzado en el gesto del lavatorio de los pies.
 
Él nos ha dado el ejemplo de su amor. Ahora nos deja su testamento: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen unos a otros como yo los he amado: ámense así unos a otros” (v. 34). ¿En qué consiste la novedad del amor cristiano? En el signo de la gratuidad del amor de Dios por nosotros. Y en dar lo que gratuitamente hemos recibido.
 
Este amor se ha encarnado en su hijo Jesús. Él nos ha elegido (Jn 15,16) para una misión dar frutos de vida. El amor es creativo, gratuito, generoso y se da libremente a todo ser humano sin distinción. El amor nos conduce a una misión: hacer extensivo este amor de Dios a los que no lo conocen, como lo hacían Pablo y Bernabé (Hch 14,21-27). No somos nosotros, es Dios quien abre las puertas a la fe.
 
Jesús nos da el testimonio de su amor verdadero y comprometido, para cambiar ese mundo viejo lleno de violencia, odio, resentimientos, para crear un “cielo nuevo y una tierra nueva” (Apc 21,1). Dios ha puesto su morada en medio de nosotros. Necesitamos abrir nuestros ojos, corazón y mente para reconocer que Jesús, el Dios con nosotros, está en medio de nuestras comunidades para secar las lágrimas, para quitar las penas y descubrir la alegría de vivir una nueva vida.
 
Amamos a Dios, reconociéndolo en el pobre, en el que sufre, en el huérfano y en la viuda, en el desprotegido, si los amamos con la ternura de Dios, si somos solidarios, si superamos las intolerancias y todo aquello que se opone al amor creativo, el mundo reconocerá “que son discípulos míos, en el amor que se tengan unos a otros” (V. 35). Son las obras, los gestos, la coherencia, el testimonio de vida lo que nos hace discípulos, si tenemos la alegría de vivir y de compartir con los hermanos, as, más allá de las diferencias ideológicas, está la persona como imagen viva de Cristo.
 
Misioneras, misioneros laicos, religiosas, sacerdotes entregan sus vidas con amor y ternura por los más necesitados, en educación, salud, promoción en agricultura y cuidado del medio ambiente, nos dan un testimonio viviente del amor comprometido con Cristo y lavando los pies de los más abandonados, a veces por sus mismos parientes.
 
Es en el rostro concreto de niñas, os, jóvenes, ancianos, mujeres y varones donde van creando, aún sin conocerlo un cambio en sus hogares, en su barrio, en el centro de trabajo. Es posible amar para recrear la fe y la esperanza en Cristo en nuestra sociedad.
 
A cada uno de nosotros como Iglesia nos corresponde la misión de abrir nuevos caminos de fe, esperanza, caridad, sentirnos amados y respetados en un mundo cada vez más insensible al dolor humano. Es posible brindar amor y acoger a una persona con el mismo amor de Jesús. (Escrito por Fray Héctor Herrera, o.p.)