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Dichosa tú que creíste

Chimbote en Línea.- (Por Fray Hector Herrera OP) Lc. 1,39-45, nos presenta a dos mujeres embarazadas: María e Isabel. La primera va al encuentro de su pariente Isabel, atravesando las montañas de Judá. El niño de Isabel salta de alegría.

María es una joven Galilea, llena de fe y de esperanza en Dios. Ha escuchado su Palabra y ha aceptado encarnarla en su vientre. Se pone en camino a las montañas de Judá. Va camino a Ain Karen para encontrarse con su prima Isabel. Al entrar en casa de Zacarías (v.40), al escuchar Isabel su saludo, su criatura da un salto de alegría (v.41), por la presencia del Salvador. El gozo, la alegría es la respuesta a la venida del Mesías. Hoy necesitamos saltar de alegría porque Dios se encarna en nuestra historia y nos sentimos amados por Dios, “que nos amó tanto que dio a su mismo hijo Jesús para quien crea en él no muera, sino tenga vida eterna” (Jn 3,16).

El Espíritu Santo llena de gozo a Isabel (v. 42) quien tiene una doble bendición para María: “Bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” (v.43). María es la figura central, es destacada por su condición de mujer privilegiada por Dios, en ella devuelve la dignidad de la mujer en igualdad de derechos y deberes con el varón. Porque el fruto de su vientre es bendición para todos, porque en él seremos reconocidos como hijos amados por Dios, si creemos en su Palabra (Jn 1,11-12). Es Dios mismo que se encarna en nuestra historia humana para que tengamos una nueva vida.

Isabel saluda a María, ¡Dichosa tú que creíste! (v.45). María creyó en el Dios del amor y de la vida. Ella se ha convertido en el arca de la nueva alianza que Dios ha sellado con su pueblo. Ella es la madre del Salvador del mundo. En esa humilde joven nazarena, Dios ha fijado su mirada en el pequeño resto que le ha permanecido fiel, es símbolo para todo creyente que acepta con sinceridad de corazón la Palabra de Dios y la pone en práctica. María nos enseña la fidelidad a la voluntad de Dios porque creyó lo que el Señor anunció (v.45).

Aprendamos de María su fe viva en Dios que sigue obrando maravillas, que es fiel y nos habla en las personas, en los acontecimientos de cada día, nos abre los ojos para ver qué podemos hacer para que nazca el amor, la comprensión, la tolerancia, la justicia, la paz como don de Dios.

Pongámonos como María, en camino para ir al encuentro del otro, y bendecir, alabar a Dios por su creación para cuidarla, protegerla y sobre todo trabajar por el amor y respeto por la vida, 

Dios escoge la humilde aldea de Nazaret, como nos ha recordado Miqueas 5,1-4, y no las grandes ciudades. Volvamos nuestra mirada al humilde pesebre de Belén, contemplemos al Señor de la vida y de la historia.

¿Cómo hacer nacer y valorar nuestra fe en aquél que siendo Dios se hizo humano para divinizar lo humano? (Fray Héctor Herrera, o.p.)