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No hay Pascua sin pasión, no hay victoria sin cruz

Chimbote en Línea.- (Por: Mons. Ángel Francisco Simón Piorno) Mensaje del Obispo de Chimbote por la Cuaresma 2015. La cuarentena que propone nuestra Madre La Iglesia, como preparación a la gran Fiesta de la Pascua, ha de ser vivida como un momento de gracia.

El Señor nos alienta en este itinerario y una vez más nos pide revisar en profundidad nuestras vidas.

Comencemos con el Evangelio del primer domingo. La liturgia nos alerta: Jesús antes de iniciar su vida pública, ha sido asediado por Satanás.  Todo lo que le propone era razonable, pero lo apartaba de la misión que el Padre le había confiado.  Reflexionemos:

Si Él, el Hijo de Dios fue tentado y de qué manera ¿cómo no lo vamos a ser nosotros, pobres criaturas, que no solo conocemos de memoria el pecado, sino que el pecado nos conoció desde el instante mismo en que fuimos concebido en el seno materno?

Sí. La tentación ronda permanentemente nuestra existencia, que quisiera ser vivida en total autonomía, al margen de Dios.  La Cuaresma es tiempo propicio para recordarnos que somos libres, pero no autónomos e independientes.

La liturgia del segundo domingo de Cuaremsa, pone delante de nuestros ojos, la escena de la Transfiguración del Señor y el Prefacio propio da un sentido a este texto. 

Jesús quiso manifestar su gloria a los discípulos en este ir hacia Jerusalén.  Sabía muy bien Él, que la cruz y la pasión que le esperaban, provocarían escándalos y deserción. 

La praxis cuaresmal, marcada por la oración, el ayuno y la limosna, nos introduce en una realidad siempre desconcertante: el camino hacia la gloria, ineludiblemente pasa por la pasión y la muerte.  Lo experimentaron los santos y tantos cristianos anónimos, a lo largo de los siglos. 

No hay Pascua sin pasión, no hay victoria sin cruz.  Cristo Resucitado al que sentimos vivo y operante en la Iglesia, es simultáneamente, el que padece y al que acompañamos y contemplamos clavado en la Cruz.  Son las dos caras de una misma moneda.

Pues bien, en la aceptación de nuestras contradicciones, en nuestros pecados de ayer y de hoy, en el sufrimiento diario, pero sobre todo en las páginas oscuras que nunca hubiéramos querido escribir, nos identificamos con el Cristo sufriente y muerto en la cruz. 

Sin embargo, en la alegría, en el servicio, en la entrega, en la sensibilidad que abre los poros y capta la realidad de los demás, aparece en nuestro horizonte Cristo glorioso que abre sus brazos y nos dice:  Tengan ánimo, yo he vencido al mundo. (Publicado en Mar Adentro, marzo 2015)