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Primer Domingo de Cuaresma: el espíritu lo llevó al desierto

Chimbote en Línea (Por: fray Héctor Herrera) El evangelista Mc 1,12-15, nos presenta a Jesús, una vez bautizado en el Jordán, es conducido por el Espíritu al desierto. Es el lugar de formación, decisiones  y opciones. Allí Jesús confirma su opción por el proyecto de Dios (v. 12). Los 40 días representan el tiempo que Israel pasó en el desierto en medio de dificultades, pero nunca abandonado por Dios, como pasó Moisés (Ex 34,28) y Elías (1 Re 19,8). “Vivía con las fieras y los ángeles le servían” (v.13). Esto nos indica el restablecimiento de la nueva creación (Is 11,6-9), vencerá el poder del mal con su sangre derramada en la cruz “por medio de él quiso reconciliar todo lo que existe restableciendo la paz por la sangre de la cruz tanto entre las criaturas de la tierra como en las del cielo” (Col 1,20).

Satanás es signo y causa de muerte en el mundo, busca cambiar la opción de Jesús, opuesto a los planes de Dios. Jesús opta por la vida, la dignidad y la felicidad de todo ser humano.

Hoy el cristiano tiene que luchar contra los ídolos de la muerte: orgullo, indiferencia, desprecio por la vida, corrupción, violencia e injusticia y optar por el proyecto del Dios: vida, justicia, solidaridad, fraternidad, paz, reconciliación. Esto es experimentar el reino de Dios en nuestra propia vida (v.15). Dos condiciones nos pide hoy Jesús: conviértete, cambia en tu vida y en tu corazón, aprende a mirar tu vida y la vida de los demás de una forma distinta. Sólo así maduramos, escuchando y practicando la Palabra de vida de Jesús. Creer, acoger y aceptar a Jesús en nuestra vida, es seguir su camino. Ser discípulos y misioneros es experimentar la vida de fraternidad, deponiendo egoísmos y optando por “la promoción humana integral y por la auténtica liberación cristiana” (DA 146).

Convertirse y creer en Jesús es vivir una espiritualidad profunda en el contacto con Dios restableciendo esa comunión y preocupación por el otro, como nos decía el Papa  emérito Benedicto XVI:

“La atención al otro conlleva desear el bien para él o para ella en todos los aspectos: físico, moral y espiritual. La cultura contemporánea parece haber perdido el sentido del bien y del mal, por lo que es necesario reafirmar con fuerza que el bien existe y vence, porque Dios es «bueno y hace el bien» (Sal 119,68). El bien es lo que suscita, protege y promueve la vida, la fraternidad y la comunión. La responsabilidad para con el prójimo significa, por tanto, querer y hacer el bien del otro, deseando que también él se abra a la lógica del bien; interesarse por el hermano significa abrir los ojos a sus necesidades. La Sagrada Escritura nos pone en guardia ante el peligro de tener el corazón endurecido por una especie de «anestesia espiritual» que nos deja ciegos ante los sufrimientos de los demás”.

Nuestro Pastor  Francisco, nos dice no seamos indiferentes: “el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas”. Mensaje Cuaresma 2015 (Fr. Héctor Herrera, o.p.)