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Ricardo Ayllón o el material del que están hechos los poetas

Chimbote en Línea (Por: Paul Rivera*) Ricardo Ayllón debe estar mirando ahora a través de sus anteojos, esos que usa cuando corrige impulsivamente los textos que llegan a sus manos. Pues es así como pasa sus días, leyendo y corrigiendo, eventualmente escribiendo una crónica, la reseña de un libro o una historia para niños (esos niños que ya no quieren leer, que se echan a perder matando zombis en una pantalla de computador) pues la literatura infantil es el tipo de literatura que ahora vende y “tú sabes que hay que vivir de algo”.

Lo malo es que con esta decisión Ricardo ha resignado el verso, la métrica desnuda, la belleza de las imágenes; ha dejado esa poesía que sus amigos celebrábamos (aunque a mí particularmente me costaba a veces entender).

Lo cierto es que Ricardo, aparte de ser un amigo querido, es a quien acudo cuando necesito leer un buen libro o comentar las películas actuales; el camarada a quien cuento mis vicisitudes amorosas y me responde con modismos porteños sacándome una sonrisa. Pero hoy no va a escribir historias para púberes ni corregirá ningún texto, hoy responderá a esas preguntas que últimamente le he querido hacer y que esta mañana he decidido soltárselas.

Si pudiéramos retroceder en el tiempo, ¿dónde te gustaría que fuera esta entrevista, Ricardo?  

Me gustaría que fuera unos veinte años atrás, cuando andaba con la cabeza más despejada, en una picantería frente al mar de Besique, Tortugas o La Gramita, con un fondo de boleros y unas cuatro horas de “cebadas” bien heladas.

Si las matemáticas no me fallan, hace 20 años rondabas los 25. ¿Por esa época qué escribías, a qué te dedicabas?

En ese tiempo solo pensaba en el perfeccionamiento de mi primer libro de poesía (“Almacén de invierno”), que salió un año después. Odiaba mi trabajo en Huaraz donde fungía de Secretario de Juzgado, pero vivía holgadamente en una habitación de esa ciudad, ganando 3500 soles mensuales que por entonces para mí –un soltero sin responsabilidades– eran una fortuna, comiendo los fines de semana en restaurantes caros y dándome la gran vida por las noches.

¿Qué esperabas de aquel lejano primer libro?,¿ibas buscando una voz propia para tu poesía?

Ese libro ya casi lo he olvidado, y cada vez que me tropiezo con él, la sensación que tengo es que tiene imperfecciones retóricas de las que me ha sido difícil despercudirme. No obstante, debo decir en su favor que es un buen registro de mis sentimientos, de mi soledad de esos años, pero también de mis indagaciones en el manejo de la palabra. Si existe malabarismo verbal en ese libro, es únicamente por causa de mi enamoramiento con el significado de muchas palabras.

Intentaré que Ricardo cierre los ojos y evoque el puerto, la época en que pasaba sus poemas a limpio con máquina de escribir y el cigarrillo en los labios; exprimiendo el lenguaje y buscando la palabra justa. Esta entrevista es a través del chat, no puedo verlo pero lo imagino ahora parpadeando frente al computador ante la siguiente pregunta:

El mar, los boleros, los amigos, son elementos que nos remontan a un lugar común: Chimbote. ¿Qué es para ti el puerto y cómo ha influenciado en tu obra?  

Chimbote como tema de vida y de literatura lo es prácticamente todo. Chimbote es infancia, inacabables retornos, búsqueda de mí mismo, memoria permanente, tema de debate, renuncias y reconciliaciones, amistades y rivalidades, reflexión constante... Y por supuesto siempre, pero siempre, es contenido creativo. No sé si hay uno de mis libros (en el género que sea) donde no esté presente Chimbote. ¿Sabes que yo sueño muy seguido con mi niñez?...¡Qué no será Chimbote para mí!

La bohemia siempre está asociada a los jugadores empedernidos, a los infieles, a gente de mal vivir y también a los escritores y poetas malditos. Un escritor, un poeta como tú, ¿es más un ángel o un demonio?

Siempre he creído que el escritor tiene que ser más un demonio, pero no porque sea bohemio ni mucho menos; sino porque con su obra es responsable de ser quien levante las costras de la sociedad, reviente un petardo en medio de la plaza o haga juicios respecto al curso de la historia y de su propio tiempo. Tiene que ser el ratón que ponga el cascabel al gato, el repentino chupo en el rostro más bello, no el ángel que vive en la gloria de Dios, sino el que acaba de caer del cielo y lo primero que hace es mostrar el puño de su disconformidad.

Recuerdo las noches de bohemia en algún bar de nombre olvidable, en los muelles del puerto con el mar tan oscuro como la noche, con las putas tristes, con Ricardo y otros compañeros de farra hablando de libros, inventando historias, recordando anécdotas que se evaporaban con la misma rapidez con la que bebíamos. Él gobernaba la noche con su sonrisa irónica como un demonio encantador. Pero el tiempo pasa, las historias quedan y el peso de la realidad es más fuerte que la ilusión de unas noches de copas. Los libros de Ricardo se siguieron publicando, esperábamos que su obra despegara y que fueran nuestros sus triunfos.

A lo largo de la historia, en el campo de la literatura, han existido en desmedro de los escritores las mezquindades, la envidia de la gente sin talento y las argollas. ¿Sientes que tu obra no fue valorada como debiera?

Es verdad que existen grupos cerrados de literatos, gente que parcela la difusión literaria o escritores que aparecen todas las benditas semanas en los periódicos gracias a intereses comunes con los dueños de éstos, pero yo no quiero relacionar mi literatura ahora con este tema. Como he dejado entrever más arriba, siento que lo mío todavía está en formación y no creo que merezca mayores comentarios de los que ya ha tenido en diarios, revistas e internet.

Hay silencios que dicen mucho. No sé si imaginar a Ricardo pensando en que su obra mereció mejor suerte, quizá una vez soñó en ver sus libros en las mejores librerías u ofertados por vendedores de libros piratas. Pero la realidad es otra, ahora es un escritor suicida que busca que otros sean los reconocidos, y para esto creó una editorial con el peculiar nombre con que alguna vez se identificó en internet: Ornitorrinco.

¿Qué motiva a un autor dejar de lado su propia obra para publicar las de otros?

Básicamente, razones económicas. El hacerme editor empezó siendo no otra cosa que una salida a mi repentina condición de desempleo. Y creo que interiormente lo sigo concibiendo así, por eso no termino de despegar como editor. El tiempo dirá cuánto valió este sacrificio de horas en desmedro de la propia obra, como tú bien lo percibes.

Esta labor ha permitido salir del anonimato a muchas personas cuyos libros quizá nunca hubiesen visto la luz. ¿Te sientes reflejado en aquellos que dan sus primeros pasos en este oficio?

Al verlos haciendo pública su ópera prima, sí. Este es un trabajo emocionante: presentarles la escena literaria nacional, permitir que descubran un camino hermoso aunque nada fácil, hacerles ver que se están internando por un sendero escabroso si no tienen cuidado; aunque también colmado de satisfacciones si es que entienden que los logros se perciben cuando hay disciplina, rigor, esfuerzo y responsabilidad tras la publicación de un libro.

Lo imagino bebiendo café, tomándose el tiempo justo para pensar en sus respuestas; pero sabiendo también que hay que encontrarle una ocupación a Micaela (su niña de siete años) ahora que está de vacaciones y no la ha inscrito en ningún curso de verano. Pienso en su tarea de editor y escritor, pero también en su rol de padre de familia.

No sólo eres editor sino también un ávido participante de recitales o presentaciones de libros a nivel nacional que hace que estés fuera de tu casa en muchas ocasiones. ¿Este trabajo implica un costo familiar?

Todo tipo de trabajo tiene su costo familiar. Siempre hay que sacrificar tiempo valioso con la familia para salir a buscarse el pan fuera de casa. Pero si se entiende que al viajar a las ferias de libros pongo en segundo plano a mi familia, debo decir que no es así. Los viajes son poco frecuentes, muchísimo menos de lo que tú y algunos amigos piensan; lo que sí es cierto es que trato de sacarles el jugo, aprovechar contactos con autores, conocer estilos de vida y hallar temas sobre los cuales escribir. Así que, en este sentido, el costo familiar es mínimo. Y cuando vuelvo de viaje siempre hay cosas que contar y compartir, igual que mi esposa y mis hijos que narran sus experiencias de trabajo y de colegio al llegar a casa.

¿Te arrepientes de haber publicado en tu sello un libro que no tenía méritos suficientes, o el haber presentado obras que no te gustaban pero que debiste hacer por compromiso editorial o amical?

Mi trabajo como editor, al principio, fue un poco a tientas, sin saber aquilatar con precisión el contenido de más de un libro editado; por eso es que unas veces tuve que hacer comentarios positivos para libros que, si bien no me gustaban, esperaba que sus autores mejoraran.
Lo mismo ha ocurrido con algunos amigos, tal como lo has percibido. Pero tú sabes que al final es el tiempo quien determina quién se mantiene en esta vía y quién se aburre o se desalienta. La literatura, como todo tipo de carrera de resistencia, es para los más tenaces. Son estos quienes al final, a punta de tropezones, aprendizaje y esfuerzo, darán frutos sustanciosos e imperecederos.

¿Deseas que alguno de tus hijos, Leonardo o Micaela, siga tus pasos en la literatura?

Sí, al menos uno de ellos (aunque ya estoy perdiendo las esperanzas... ja, ja). Si a uno de mis hijos le interesara la literatura, me encantaría guiarlo, impedir que cometa mis errores, ser una suerte de asesor sobre los libros que leerá y la manera en que aprovechará los contenidos para aplicarlos a su propia obra.

¿Qué tipo de errores cometiste o sigues cometiendo como escritor?

Fueron básicamente de juventud, de inexperiencia. Al principio uno se desespera por leer todo lo que cae en sus manos, por conocerlo todo de forma desorganizada, caótica; y no se plantea una precisión temática, un método de lectura, ni un orden para lograr desde el inicio una mejor escritura. De esto me di cuenta algo tarde, y siento que el desafío de replantearme un verdadero aprendizaje empezó a destiempo.

Veo ahora a Ricardo como el adolescente que camina hacia el malecón Grau de Chimbote con un libro bajo el brazo; las páginas amarillas por el paso del tiempo, quizá un libro de poesía con el que abre una puerta desconocida; y algo lo mueve, debe leer un poema junto al mar respirando la brisa, conteniendo cada palabra para que esos versos se fundan con las aguas de su memoria.

Eres un hombre de lecturas, de los que tiene biblioteca en cada lugar que ha vivido. ¿Qué autores han marcado tu obra?

Mira, tengo todavía una obra inconclusa, la cual, viéndola de cerca, no termina de convencerme. Por eso mismo creo que los libros que he leído no definen lo que pienso escribir a futuro. Esas lecturas han sido sólo guías, referencias, ideas de lo que se puede hacer en arte literario; pero de allí a que marquen mi expresión, mis reales inquietudes, falta mucho.
Sin embargo, lo que sí tengo en poesía son lecturas a las que vuelvo a veces para que me brinden una pauta, la punta de la madeja con que emprenderé una nueva aventura; por ejemplo, “Anábasis” de Saint-John Perse, “Mariposa obsidiana” de Octavio Paz, y toda la poesía de Quasimodo, Seferis, Martín Adán y Ginsberg. En cuanto a la narrativa, no puedo soltarme de las manos de Maupassant, Ribeyro, Faulkner, el cronista García Márquez y Hemingway.

Algo que ha caracterizado a muchos escritores en la actualidad y en la historia literaria peruana es su posición política. Pero tú eres reacio al tema.

Así es, el escritor (y esto es una opinión muy particular) debe mantenerse al margen de la actividad política, pues nada como ésta para desviarlo de su autenticidad y ablandarlo como animal creativo. La política le debe servir al escritor sólo como material de ficción, debería involucrarse con esta únicamente para escarbarla y extraer temas que trabajará en sus libros, mas no para convivir con ella pues terminará contaminado, y tendrá más las de perder que las de ganar. ¿A dónde iría toda su capacidad de interpelación, de mantener incólume su imaginario para que su literatura no pierda integridad? Lo de Vargas Llosa candidato, por ejemplo, creo que fue un error, un acto de debilidad; no sé qué le pasó aquella vez a Varguitas. ¿En el fondo estaba mostrando su verdadero rostro? Vaya usted a saber.

Ricardo tiene una familia constituida, una mujer inteligente y bella, un hijo adolescente y una hija creciendo; parece que la vida le sonríe; sin embargo, hay una obra pendiente, la que todo escritor quisiera redondear pero casi nunca concluye.

¿Qué título debiera llevar la obra de tu vida, Ricardo?

No tengo la menor idea, hermano. Creo que pensaré en eso cuando ya sienta a la ‘pelona’ soplándome la nuca.

*Paul Rivera (Casma, 1975). Estudió Educación, con especialidad en Lengua y Literatura, en la Universidad Nacional del Santa (Chimbote). Reside actualmente en Santiago de Chile, donde realiza trabajos de administración y estadística para el gobierno central.