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Con la esperanza encendida

Chimbote en Línea (Por: fray Héctor Herrrera) “Yo tuve un sueño. Soñé que un día en las rojas colinas de Grecia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de sus amos se sentaban juntos en mesa de hermandad. Soñé que un día mis cuatro hijos negros no eran juzgados por el color negro de su piel, sino por el contenido de su responsabilidad. Hoy he tenido un sueño. He soñado que un día los valles serán rellenados, las montañas serán aplanadas, los caminos tortuosos serán enderezados y la gloria del Señor se revelará y todos la contemplaremos juntos. Esta es nuestra esperanza”. Estas sabias palabras  de Martín Luther King, en su libro LA FUERZA DE AMAR.

De esta esperanza encendida nos habla el ev. De Mt 25,1-13. Los primeros cristianos comienzan a preguntarse ¿Cómo mantener la esperanza y la fe encendida mientras esperamos a Jesús?  El evangelista nos plantea la parábola de las diez muchachas que esperaban al novio con las lámparas encendidas. Cinco eran prudentes, previsoras y las otras cinco necias. Sucede que mientras esperaban al novio se durmieron. El novio es Jesús y nosotros tenemos que preparar la venida del reino, con vigilancia y esperanza.

El mundo de hoy vive más del miedo que de la esperanza. Ha convertido al dinero en su dios  y se olvida de humanizar la economía al servicio de todos.  El Papa Francisco nos invita a pensar en una economía solidaria y luchar contra el hambre en el mundo con gestos solidarios. “Debemos cambiar nuestro estilo de vida, incluido el alimentario, que en tantas áreas del planeta está marcado por el consumismo, el desperdicio y el despilfarro de alimentos”.

Vivimos en un mundo previsor de intereses materiales, para salvaguardar a unos “pocos”, pero se olvida del justo reparto equitativo de los bienes de la tierra, y por tanto de Dios.

¿Qué significa entonces prepararnos para esperar y construir el reino de Dios? Preparar el reino de Dios es vivir la esperanza, incluir a todas las personas en ese proyecto de amor, de justicia, de paz, de libertad, donde todos nos sentemos a la mesa para compartir el pan con el esfuerzo de todos. Donde las cadenas de la discriminación se eliminen para dar paso a la alegría de ser reconocidos como personas, hijos, as, de un mismo Padre Dios.

La prudencia nos lleva a entregarnos con alegría a ser dadores de vida, cuando en el hogar se dialoga, se va adquiriendo la sabiduría de Dios, porque lo reconocemos como el autor del amor y de la vida (cf. Sab 6,12-16). Las doncellas prudentes entraron con alegría a la fiesta del novio porque habían previsto el aceite para sus lámparas (v.10). Los creyentes tenemos que encender la fe en la aplicación de la Palabra de Dios en todas nuestras actitudes y actividades. Vencer el miedo y la inseguridad, defendiendo y proclamando la vida, como don de Dios.

Las doncellas que no previeron el aceite para las lámparas, llegaron tarde y cuando tocaron la puerta: “Señor, ábrenos. El respondió: Les aseguro que no las conozco”(v. 11-12). También en la comunidad cristiana cuando carecemos de entrega, no podemos descubrir ni discernir la urgencia del mensaje de Jesús. El miedo produce egoísmo, desesperanza, improvisación.

La esperanza nos anima a creer que la fuerza del amor cambia las cosas y las maneras de pensar y de sentir. Constancia, fe, perseverancia, vida de oración, acción por cambiar el corazón de las personas y de la sociedad son signos del amor de Dios. 

 DOMINGO 32 T.O. CICLO A. D. 09.11.2014. MT. 25, 1-13