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Por las noches tengo pesadillas si me duermo pensando en ti

Chimbote en Línea (Por: Víctor Pasco) Ella se mueve sigilosamente, está siempre atenta al siguiente paso. Pero aun así no deja de mirarme fijamente. Casi danza frente a mí, envuelta en una gabardina que se abre por momentos, solo para mí, dejándome ver las lunas que nada sostienen ni cubren.

Pregunta si deseo que continúe con el movimiento de su mano en mi vientre bajo. No respondo, ella apoya su mano en mi entrepierna. Miro alrededor, pero parece que esta noche a nadie le interesa pasar por aquí.

“He visto cómo me mirabas ayer”, dice, a la vez que aprieta más fuerte su mano en mi entrepierna. “Eres un mirón... pero... creo que me gusta”, le cuesta hablar, las pocas palabras que puede pronunciar las arrastra entre dientes, ahogándose entre jadeos que me vuelven loco.

Las luces de una ambulancia que pasa lentamente hacen que nuestras sombras se alarguen por toda la calle vacía. Sin embargo, ella no ha retirado su mano, es más, ha bajado mi bragueta y ha metido su mano en mi pantalón. La siento caliente. Ahora aprieta por sobre el bóxer mi miembro embrutecido por el apretón y vaivén incesante.

“A tu noviecita no le va a hacer gracia que estemos jugando así”, ronronea. Yo le respondo con una sonrisa ensayada, falsa, solo deseo que siga y no se detenga.

Parece que ha leído mis pensamientos y ha pasado la barrera del bóxer. Siento sus uñas, su calor. Este juego, piel a piel, solo tiene un final... y parece que ella quiere que lleguemos hasta el final.

No creo que pueda resistir más. Llevamos en este plan más de media hora. Ella puede oler mis emociones, adivina y se anticipa a cada pensamiento mío. Aumenta el ritmo y yo aprieto los dientes. Dentro de un par de minutos voy a terminar en su mano tibia, suave, casi irreal.

De un momento a otro se detiene, no me suelta, pero ya no mueve su mano. La miro para comprobar que todo esté bien. Me mira fijamente, sonríe dulcemente y se aparta un poco sin soltarme.

“Eres un cabrón”, me dice con enfado. No comprendo ni tengo tiempo de hacerlo. Me clava las uñas en el miembro desnudo y puedo sentir un líquido tibio bajar por un costado, éste cae pesadamente al suelo que se tiñe de rojo. Luego me coge de los testículos y los aprieta con tal violencia que no puedo defenderme. El dolor y el ardor me hacen vulnerable.

“Tu noviecita es mi prima. Sólo quería saber qué tan lejos podías llegar. Eres una basura ¿Te duele, amor? ¿Te duele?”, ríe triunfante. Está demente. Me suelta. Trato de reponerme y defenderme, pero ella es más rápida. Me propina un rodillazo certero y me deja arrodillado en la acera y se aleja mostrándome el dedo medio, maldiciendo mi existencia.

Miro al cielo y le pregunto a la persona que todo lo sabe: “¿Por qué estás cosas me suceden solo a mí?”. Y él me responde muy gustoso con la sirena y las burlas de unos serenos y un mensaje de mi noviecita mandándome al carajo. Piedad, ¿no? Piedad, digo, ¿no? Tampoco es que te esté pidiendo el número premiado de la lotería. Tranquilo, hombre, tranquilo. Bájale a tu ira o terminarás quebrándome como un cerillo que nunca se pudo encender.