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Lameré tus heridas una noche cualquiera

Chimbote en Línea (Por: Víctor Pasco) Ella dice que no la quiero, que estoy jugando, que vivimos peleando y los minutos de paz son apenas diez o quince al día. Tiene esa mirada desafiante en el rostro; aprieta sus manos y grita con todas sus fuerzas, con todo el odio que es capaz de sentir. Grita. Yo solo la observo. Le pregunto si ya le pasó el berrinche y todo vuelve a comenzar. La palabra berrinche le ha sumado un grado de intensidad a la pelea, ¿qué pelea? Si yo tan solo quise decirle que había estado bebiendo con una amiga, pero para ella fue algo más. Mucho más.

Ahora dice que ha sido una tonta al dejarse llevar así conmigo, que me odia, que todo lo que ha pasado entre los dos desde el día en que me conoció no debió pasar nunca. Yo frunzo el ceño y respiro, trato de contenerme. Estoy presente sin estarlo, pero sus palabras me golpean una y otra y otra y otra vez.

Empieza a repetir las oraciones que dije y no le gustaron, le pido que pare, que no tolero que haga eso. Y ella me reta: “¿Qué pare?”. “¿Y si no lo hago? ¿Qué?”. Disimulo, le digo que ya ha sido suficiente.  “Si no vas a cambiar de actitud me voy y hablamos luego”. Ella está más que furiosa, dice que si me voy ya no hablaremos nunca más.

Una vieja canción viene a mi cabeza. Un viejo sentimiento envuelve mi cuerpo. Ella sigue gritando, pero yo ya no la oigo, solo sigo el movimiento de sus labios con mis ojos cansados. Y una vez más repite las frases típicas de nuestras peleas, pero pronuncia una, una en especial que me hace sucumbir.

Levanto la mano y le propino una bofetada, una bofetada a mano abierta, una bofetada que la hace callar y mover el rostro hacia la izquierda. Tengo la mano derecha lastimada, así que no controlo mi fuerza, no sé si fue un golpe duro o suave, pero sí sé que tiene una marca en la cara. No ha volteado a verme, se lleva la mano a la cabeza y se arregla el cabello. Vuelve la mirada y dice: “Mierda”.

Pensé que lloraría o me devolvería el golpe. Nos quedamos mudos un instante viéndonos a los ojos. Es la primera que golpeo a alguien y es la primera vez que alguien la golpea. Me mira con ira, con ojos asesinos. Recuerdo las palabras del editor, dijo que si esto seguía así ella o yo terminaríamos en una maleta abandonada en un malecón. Y creo que estamos muy cerca de eso.

Abre la boca de nuevo, quiere decir algo, la marca en el rostro sigue ahí, me acusa, pero no siento culpa, siento que me liberé de todas las noches que la he escuchado quejarse de mí sin razón alguna, siento que he vuelto a ser yo luego de haber estado dormido tanto tiempo. Tiene la boca abierta pero las palabras no le salen. Yo tampoco sé qué decir, me paso los dedos por el cabello y doy un giro para irme. Estamos en el sótano que funciona de estacionamiento.

Ella adivina lo que haré y me tira del brazo, como nunca he esperado nada malo de ella volteo lentamente sin darme cuenta de que su puño está a punto de estrellarse con mi ceja. Es un golpe en seco acompañado de un sonido horroroso, no sé a quién le ha dolido más. Pero no ha conseguido sacarme sangre. Desorientado, trato de verla y seguir cada acción suya, por si intenta golpearme nuevamente. No hace nada, se queda allí.

La mano que tengo en la ceja para saber si está muy dañada la abro y la extiendo, la estiro y le doy otra bofetada, pero estaba vez con odio, como un animal, sin el menor cuidado en si voy a lastimarla o no. Ya hemos rebasado todos los límites.

Cae al suelo por el desequilibrio, sus tacos no ayudan. Cae, se ensucia, nadie nos ve ni oye. Su vestido se levanta. ¿Es eso una invitación? ¡Qué rayos!

No decimos nada, me lanzo sobre ella al tiempo que desabrocho mis jeans. “Nunca más vuelvas a hablar así de nosotros”, le digo mientras la recorro con mis manos y la embisto como si nunca más la volveré a tener solo para mí, la embisto como si quisiera matarla de tanto taladrar su cuerpo. "Nunca vuelvas a intentar lastimarme de esta manera”. La faena se prolonga en la oscuridad y el silencio del estacionamiento.

Ella no dice nada, en todo el acto solo se ha limitado a cerrar los ojos y gozar. Tiene una línea de sangre en el rostro que no he dejado desatendida, la he lamido y he disfrutado del vestido que tanto me gusta que use.
Nos levantamos y nos tomamos de la mano, salimos de aquel lugar como si no hubiera pasado nada. La acompaño a casa en silencio. Ella de vez en cuando se lleva la mano al rostro y suspira. Llegamos a su casa, me invita a pasar, pero le digo que estoy cansado y será mejor que nos veamos mañana.

Camino a casa, compro una cerveza para el camino. Y mientras enciendo un cigarro leo un mensaje suyo: “Me ha gustado lo de hoy… siento haberte golpeado y gritado… buenas noches, te veo mañana a las seis”. No respondo, me acabo la cerveza y la tiro a la pista. Soy un animal sádico… soy un vil animal sádico… pero ella lo ha pasado bien. ¿Quién entiende a las personas? ¿Quién entiende a los artistas? ¿Quién entiende a las mujeres? Que alguien me explique que yo no encuentro lógica alguna en lo que ha pasado.