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Huaraz, un nuevo viaje literario

Chimbote en Línea (Por: Ricardo Ayllón) Sábado 18 de febrero, diez de la mañana, y Huaraz me despide en una incesante garúa que amenaza con transformarse en aguacero. Es una garúa que pone melancólica a la ciudad y opaca las casas, las avenidas, las paredes, esas paredes cuya reciente propaganda política lo envilece todo, y que por suerte ahora se distingue menos gracias a la neblina glacial que baja lentamente sobre el centro de la ciudad.

Como suele ocurrir con mis viajes, ha sido la literatura la que me ha traído nuevamente a esta ciudad hermana que, pese al cambio climático amenazando sus nevados, no deja de ser hermosa y uno sigue disfrutando con el aroma pastoril que la envuelve, con el divino efluvio de la tierra húmeda llegando ineludible a los sentidos.

Arribé la mañana de ayer, y mi amigo, el profesor universitario Segundo Castro García, me acogió en su casa del distrito de Independencia, me instaló en una habitación con amplia ventana hacia un pequeño aunque indómito jardín, y yo me convertí en un infante feliz regocijándome con su verdor intenso.

Durante el desayuno, Castro, a quien le parece importante rescatar algunos de los mejores libros de la literatura regional, me ayudó a elaborar una lista de lo que queda pendiente de editar tras haber logrado la reedición de “El bagre partido”, de Antonio Salinas, gracias a su apoyo y al de otros intelectuales de esta ciudad, así como de la propia familia de Salinas, depositaria de su obra.

Pero son pocos los títulos que llegaron a nuestra lista: primero, reconocimos la urgencia de publicar la poesía completa del insigne Juan Ojeda; segundo, recordamos que quedó pendiente la reedición de “Mediodía”, novela experimental del casmeño Julio Ortega, publicada por primera vez en 1970 por la Editorial Sudamericana; sí, la misma que editó por primera vez nada menos que “Cien años de soledad” de García Márquez; pues “Mediodía” es una novela que el propio Jaime Guzmán Aranda atesoró siempre como una meta editorial, y que Castro sacó en ese momento de su biblioteca personal para entregármela en calidad de préstamo. Por último, algunos de los libros de Carlos Eduardo Zavaleta que merecieron mejor difusión, como “Sufrir con cuidado”, volumen de cuentos que jamás ha visto la luz individualmente, sino solo integrando muestras compilatorias.

Ya en las presentaciones programadas para “El bagre partido”, los estudiantes de Educación de la Universidad Santiago Antúnez de Mayolo se dejaron contagiar por nuestro entusiasmo y el del docente Carlos Toledo Quiñones, quien nos acompañó en las dos presentaciones (la segunda fue por la noche en el Centro Cultural Municipal).

Los chicos se interesaron por los contenidos de los cuentos de aquel chimbotano de corazón que fue Antonio Salinas, por su vida intensa y errabunda, por su elevada pasión literaria y su deceso en la lejana Francia, donde definió su residencia; de todo esto di un breve testimonio basándome en lo indagado todos estos años entre sus viejos amigos y en las pláticas sostenidas con él hace casi dos décadas, cuando lo conocí personalmente en Chimbote. Al final de las presentaciones, los chicos adquirieron la nueva edición del libro y, por el hermoso brillo en sus miradas, percibí claramente su intención de llegar a casa y emprender de inmediato su lectura.

Hacia las diez de la noche, acompañados de jóvenes docentes y alumnos de la universidad, nos reunimos en un café para continuar la charla. Me satisfizo el hecho de que Toledo viera este esfuerzo editorial como parte de esa integración literario-regional que desde hace décadas Ancash se merece. “Ya es hora de que Huaraz se interese por la obra de los chimbotanos”, sentenció con emoción juvenil mientras sorbía su bebida. Y la charla se extendió entonces a otros temas, como el de la necesidad de una buena feria del libro en Huaraz, “similar a la que se hace en Nuevo Chimbote”, tanteó Toledo; “pero sin presencia de los aldos miyashiros” acotó en plan de ironía Castro, quien insiste siempre que la literatura merece en estos días un trato más serio.

Pues bien, hoy sábado, en el bus que me lleva de regreso a Lima, tomo nota de estos compromisos y el solo hecho de pensarlos –en este frígido paisaje que rodea a la laguna de Conococha– me brinda el calor de la voluntad y el entusiasmo. Entonces tecleo un pendiente punto final en este breve episodio de integridad literaria, y antes de cerrar la laptop pienso que para esta tarea resulta imperativo seguir sumando cómplices y aliados.